“Doña 15” fue mi profesora de “Metodología de la Investigación II” en La Católica a finales de los 80, y no era nada personal, pero no existe asignatura en el mundo que yo deteste más que esa. Metodología. Durante ese año me le jubilé, por la calle del medio, de la cátedra de “Doña 15”, y por Dios, no era por ella, como profesora, si no por SU cátedra.
Aproveché el tiempo y cursé, con una maravillosa calificación por cierto, Cafetín II. Vaya si no fue importante esa cátedra con cafeína y mis cajetillas "York" -casi 3 cajas diarias, hora fumo muchísimo menos, he cambiado- debe ser por ello, que mi cuota de café está casi llena de por vida. Esa si fue una experiencia provechosa, en ella conocí a mi adorada "Emperatriz China" en los rarísimos momentos que ella compartía esa aula conmigo, ella tenía otro horario, nada es perfecto como ya suele saberse. Lo cierto que casi nunca me le presentaba en el aula y “Doña 15” me reprendía, cada vez que me veía en algún sitio de Caracas y sus alrededores, me decía: “Mira mijo…, por lo menos pasa de vez en cuando por el aula para que tus compañeros te conozcan o te vean”.
Fui, ese año, un desastre como su alumno, no le entregaba ninguna ficha, ni el anteproyecto, ni el marco teórico y en las prácticas hablaba, durante horas, de política internacional con la preparadora -María Luisa, un beso dónde quiera que estés-.
Por qué detestaba esa asignatura? Pues, yo nací, fui amamantado bajo el fulano método científico. Media parte de mi familia ésta metida en algo que de una u otra manera mantenía el fulano método las 24 horas del día. La investigación y la verificación de lo que se dice o/y se hace era ley en casa. Tanto era así que cada vez que tenía una dura intelectual jamás me la aclaraban sólo se limitaban a mandarme, en lo mejor de los casos, en busca de “El pequeño Larousse”, que de pequeño tiene un cuerno.
El librito de Mario Bunge “La ciencia, su método y su filosofía” lo leí de arriba abajo durante muchos años de mi vida y me veo en La Católica volviendo a ver, por enésima vez en mi existencia, el fulanito método científico. “Lo que sucede que en ciencias sociales el enfoque de la ciencia y su método es distinto”, razonamiento totalmente absurdo y, les juro, casi caigo bajo el sol inclemente caraqueño en ataque perpetuo de epilepsia.
Volvamos al cuento, se acercaban con la velocidad de un rayo los exámenes. Los segundos parciales me rozaban el cuello y yo sin una coma como apunte. Nada en mí recordaba los tipos de hipótesis, los diferentes tipos de muestreo, las tablas de valores ni las diferentes variantes, las tesis y la antitesis o de un simple muestreo por conglomerados. Nada de nada, es más no tenía ni idea de qué iba para el examen, además estaba prendado de mi Leda particular –un ser etéreo, casi mitológico y, como etéreo, se esfumó cuando menos lo esperaba, esa es otra historia. Verdad Emperatriz?-. También tenía que entregar el anteproyecto, el marco teórico, las hipótesis de mi trabajo del año y mayo sonreía a sus anchas por los pasillos de la universidad.
A grandes problemas, se necesita grandes soluciones. Un día, completamente al borde del paredón, me fui al Consejo Supremo Electoral. Me metí en publicaciones, me coloqué como sombrero mi mejor sonrisa, mis artes de seducción decimonónica y me regalaron, gracias también a mi carnet de La Católica -eran otros tiempos-, unos cuantos textos que aún tenían la tinta fresca. Llegue a la residencia, saqué mis tijeras y mi curso intensivo de “Corte y Costura”, que ni Balenciaga en su mejor época.
Era viernes, tomé una resma de hojas impolutas, una torre de libros, mis cajas de cigarrillos y la paciencia de Job. Coloqué un CD con Herbert Von Barajan como director y su versión de las sinfonías 5 y 6 de Ludwig. Entre Herbert y yo tuvimos una discusión para ponernos de acuerdo. Ya saben redactar cualquier informe lleva algún trabajillo intelectual, yo tenía la soga al cuello y sólo tres días. Luego de hacer la introducción y medio centrarme en el marco teórico –mientras Beethoven me dictaba- decidí descansar un poco. Claro, se me iba hacer un fin de semana largo. He confesar que por aquella época yo esta el perfecto dactilógrafo, escribía con todos mis dedos y sin ni siquiera ver las teclas a mil por hora. Al pasar de los años -me acabo de percatar de ese detalle- soy incapaz de escribir sin ver las teclas y noto que sólo lo hago con 4 dedos y lentísimo. Debe ser la edad, no encuentro otra explicación.
Mientras media Caracas se llenaba de luces y seductora entraba por mi ventana, estaba yo echando más dedos que algún pianista ruso a las teclas de algún piano. Herbert me miraba con furia desde su atril, completamente exhausto y la filarmónica de Berlin con él, a eso de las tantas de la madrugada los mande a descansar y me cambié mis sinfonías por todos los Conciertos para piano de Sergey Prokofiev para motivarme. Los escuché cualquier cantidad de veces hasta hacer un contrapunteo perfecto a ver quién tecleaba más la rusa o el ruso de turno, o yo en mi anciana Olivetti.
El Tercer Concierto en do mayor, op. 26 lo sobreviví, sobre todo el Andante-alegro del primer movimiento y el terrible Allegro-ma-non-tropo un total rompe dedos. Pero nada que ver con el endemoniado Cuarto Concierto en si bemol mayor, op. 53, el de la mano izquierda, no tan famoso como el de Ravel, ese si se las trae. Dificilísimo, intocable y, aunque yo sea zurdo, Prokofiev me lo puso realmente cuesta arriba. El fulano concierto tiene todas las terribles complejidades técnicas que puedan imaginarse y, además, reúne dosis suficiente de un marcado virtuosismo que yo realmente no poseo. Eso de ir de un registro a otro y utilizar el teclado en TODA su extensión y a las tantas de la madrugada, ustedes me dirán.
La Católica era, en aquella época, toda una muestra significativa de lo que sucedía en nuestro país, sobre todo en las elecciones estudiantiles. Vale Todo, como el nombre de una de las mejores telenovelas que he visto en mi vida -y han sido como muchas- también la amistad se consolidaban o se perdían por el caño. Profesores amiguísimos te plagiaban tus cosas -y no es metáfora, verdad Emperatriz?- y a costillas tuyas ganaban premios, doctorados y laureles. Particularmente un profesor me robo 4 cuñas y medio guión para una película. José Ignacio me lo vaticinó, pero uno es joven y se aprende a trancazos. Al enterarse, los pormenores del plagio del cual fui victima, me miró, me lleno de humo y con su voz más baja me dijo: “Dieguito, Dieguito qué bolsa fuiste, nunca se presta un guión a nadie. Así que la telenovela de fulano era tuya…, y a mí me va a dar una vaina.”
Fue un fin de semana arrollador, largo, ojeroso y mis dedos quedaron como las piernas de Schwarzenegger pero inchadas sin “H”.
El lunes le presenté a Maria Luisa el resultado de mi particular maratón y quedó con los ojos cuadrados. “Está muy bien, yo siendo tú se lo presento, a ya sabes quién. Sólo que te faltan las fichas bibliográficas…” Me sentí cual Dior mostrando a la esposa del Duque de Windsor, sus creaciones y así evitó las rabietas de Wallis por no ser llamada Su Alteza Real.
Las órdenes de las damas se deben tomar al pie de la letra y subí directamente a Dirección de la Escuela en busca de mi adorada profesora de Metodología de la investigación II. Allí estaba ella rodeada del enjambre de los pre-graduados de Relaciones Industriales en plena entrega de sus pre-tesis. Me vio: “Milagro…, Ave de mar por tierra”.
__..., podrías darle una hojeada a esto?
__Con O ó con H?
__…- No era el mejor momento de ponerme exquisito, guardé el mejor silencio que podía.
__Quieres que lo hojee o lo ojee.- Me miró tras la atalaya de sus lentes.
__Cómo quieras, estás en tu reino.
Y la hojeo y la ojeo. Su cara cambiaba a medida que leía, pues hasta pie de página le puse. Tengo una extraña predilección por la gente que lee rápido y ella parecía un fusil ruso en eso de devorar textos, analizarlos y sacarles el elixir.
__Disculpa, te debo las fichas bibliográficas, entre otras cosas.
__No las necesitas, se nota que has investigado y mucho, por lo leído. Yo sabía que algo tenías escondido…, esto más bien parece una tesis de grado y muchos de los que están aquí desearían tener algo así entre sus manos.-Terminó y con una dulce sonrisa en sus labios.
__Cuanto crees que podría ser mi nota.- Sintiéndome el estafador más sucio de todos los estafadores más sucios que existen y han existido en el mundo. Pero el fin justifica los medios, dicen que escribió alguna vez Nicolás.
__Unos 17
Vi a los toros que pronto se graduaban…, Doña 15, la inquisidora de los “sólo 15 puntos”, me ofrecía, y en bandeja, 17 puntos.
__Pues…, tengo testigos, así que me pones mis 17 puntos.
Salí de la dirección, con sonrisa de 17 vueltas, en busca del café perdido, en ello escucho a Cecilia, la cuaima número uno de mis compañeros de cátedra, saliendo de no-sé-qué sitio, y hablando para que todos los oídos escucharan: “Somos la mayor nota del curso, nuestro grupo sacamos 14”.
__Cecilia, error…, ustedes ERAN la mayor nota. Doña 15, ya no es Doña 15. Yo solito he sacado 17 puntos, acabo de romper un mito.
Por algo era el compañero más odiado de 2do año “B” y he de ser sincero, yo hacia todo lo posible para serlo. Era un asco con patas y pestilente -a buena colonia-, pero pestilente.
El instinto de conservación nos lleva a lugares insospechados y yo necesitaba un grupo de estudio urgentemente para enterarme de qué iba el parcial. Me convertí en el dulce más dulce de todos los dulces, hasta hacerme invitar, casi rogar, en tan loable comité de estudio. Me coloqué hábilmente mi mejor traje de cordero degollado y esa tarde lo conseguí. Dentro de una semana ellas, las diablas del salón, y cual no otro que él de Cecilia y Cía., se reunían en la casa de la cuaima mayor a estudiar -bueno, ellas iban a repasar- toda la materia. El sol volvía a brillar en mi horizonte.
Pues allí me venía yo, bendito entre todas las mujeres hasta que llegó cual cometa Felipe a robarme protagonismo. Ellas hablaban, comentaban, discutían y yo escuchaba, me convertí en invitado de piedra hasta que mis riñones llamaron a urgencias.
“Martha, dónde queda el baño”.
Entré al laberinto del Minotauro sin hilo que me salvara, media hora después logré dar con el fulano baño y tocar la gloria. El problema era volver a salir al jardín tipo campo de golf con un muestra médica de la selva amazonas incluida, por algo el realismo mágico es latinoamericano. En eso buscando alguna salida, en un recodo, me topé con la dueña de la casa que inglesamente tomaba el té con una amiga y que mantenían una de esas maravillosas charlas de las cuatro de la tarde.
“Mijo, le puedo ayudar en algo”. Me dijo desde la cima de su taza y su cucharadita de plata, toda ella cual bailarina de Kirov y su collar de cualquier cantidad de vueltas, casi un collar anatómico para que el cuello no se le viniera debajo de tanta papada.
“Trato de volver a donde están las chicas, pero con tanta escalera y niveles me perdí”.
Ella muy solicita me dio un mapa mental, me despedí y justo escuche.
“Tú te acuerdas cómo se llamaba Marina Baura en la Usurpadora?”
Pensé que era conmigo, pero no, ellas reanudaban sus nutritivas charlas. En eso, y sin pensar contesté:
“Depende…, la buena o la mala?”
Ellas se quedaron con sus tacitas de porcelana inglesa a medio camino y me dieron una mirada que me invitaba a continuar.
“La buena Alicia Estévez y la mala Rosalba Bracho y eso fue en 1972”.
Pues, no me quedó otra y por el gran salón, Piano incluido, desfilaron todas las telenovelas de Radio Caracas, Venevision, Televisa y TVGlobo tocando con toda la prosodia las de Cabrunas. Hablamos de Marina Baura, su "Doña Bárbara" y su "Natalia de 8 a 9"entre tantas otras, de América Alonso su “Casos y cosas de Casa” y mis “Sopotocientos”, de Doris Wells su "Raquel" y de lo que hicieron con su “Sacrificio de mujer” las variaciones sobre el mismo tema (Los ricos también lloran, Abigail y Marimar con Thalía) y su "Señora de Cárdenas", de Rebeca González y su "Una muchacha llamada Milagros", de Ivonne Attas antes de meterse a consejal, de Caridad Canelón su "Elisabeth" y "La Señorita Perdono", de Adita Riera, de Lupita Ferrer la inevitable "Ojo de piedra" según mi adorada Emperatriz China, de Doña Amalia Pérez Díaz, de Doña María Teresa Acosta y su Mama Gina en "La Usurpadora", Flor Nuñez y su nariz nueva, "La Mestiza", "La Esclava Isaura", de Fina Rojas a la que aún recuerdo su maravillosa creación de mano de José Ignacio y su Maria Benita en "La Dueña" junto a una Amanda Gutierrez bellísima, de las tramas que se repiten hasta el cansancio, de los galanes los nuevo y los de ahora, un abultado etcétera de muchas otras, de muchos otros y hasta de Amelia Román.

Amelia Román y de su personaje de la Guaica en la novela La Loba y su serpiente Chaca.
Amelia Román era la prima hermana de mi tío político y esposa, nada más y nada menos, de José Bardina que junto a Raúl Amundaray se peleaban por los sueños de media población femenina venezolana de los finales 60, 70 y parte de los 80. Por mi casa pasaban cualquier cantidad de personajes y verlos charlando en la sala de la casa de mi abuela "La Filósofa" era cosa cotidiana.
Pues, pasé la tarde y parte de la noche -cena por medio- hablando de novelas con las encopetadas doñas del este caraqueña. Yo, un chico de provincias entre Los Mantuanos, "Los amos del Valle" de Herrera Luque y sus historias. Qué de cosas tiene el mundo.
Dos días después el examen, y oral. Terror de los terrores. Mis amigas sacaron un rosario entre 11 y 13 puntos. Me volvieron a odiar de por vida, saqué 19…, a veces las telenovelas pueden ayudar en Metodología de la Investigación II y la otrora “Doña 15”, unos días antes “Doña 17”, se estrena como “La Doña del 19”.
Allí les dejo este divertimento, y algunos de mis recuerdos.
Nota la margen:
Me acabo de enterar, murió María de los Ángeles de las Heras Ortiz, Marieta para los amigos, se nos fue Rocío Dúrcal, y siento como que una amiga se me va y estoy triste, se nos va una época. Quién de ustedes no ha llorado -por dentro-, alguna vez, teniendo una de sus canciones como banda sonora.
Personalmente, en éstos 5 años, aprendí de ella un nuevo concepto de la palabra dignidad y el saber estar.
Un beso, dónde quieras que estés, Señora.
Disculpen lo "gallo" de mi nota.