viernes, abril 24, 2020

114...




Los cuadros de Georges Pierre Seurat son todo un alarde técnico donde se conjugan arte y ciencia casi en la misma proporción. Uno de sus cuadros más famosos “Tarde de domingo en la isla de la Gran Jatte”, o lo que es lo mismo “Un dimanche après-midi á l’lle de la Grande Jatte” es todo un manual de intenciones. Su arte, si se pudiera resumir en una arrogante frase, sería un simplemente pixelar la realidad, en miles de trocitos de color, y plasmarla en un lienzo.

Si bien es cierto que nuestro amigo Georges Pierre no fue el primero en utilizar el puntillismo en la pintura, basta ver un cuadro de El Bosco o el mismo Vermeer, para saber que ambos lo usaban de forma intuitiva. Pero nuestro amigo Seurart lo mezclo con la ciencia. El estudio concienzudo del dibujo y la experimentación de las propiedades físicas como también la naturaleza del color, de cómo mezclarlo y la casi ausencia del uso del color negro o del blanco. Todo esto hizo de nuestro personaje un ser extraño en el Paris de su época. No era un académico, pues no culminó su formación ortodoxamente hablando, ni era un impresionista como lo eran, y cómo, Monet o Renoir que, además, trabajaban al aire libre mientras Georges se encerraba en su estudio experimentando. Diametralmente opuesto a los impresionistas, que usando la improvisación, el trazo ágil, veloz y pretendían atrapar lo fugaz del instante, Seurat trabajaba la realidad convirtiéndola en una especie de croquis, mapa mental de lo que pretendía representar que iba, a su vez, progresando, desarrollándose en su contextura y complejidad. De allí la paradoja que su obra, a pesar de que pretendiera lo opuesto, no reflejan una realidad concreta, tampoco una impresión de lo que ve, sino más bien un esquema sintético que es propio y original. Allí la grandeza de Seurat, en su maravillosa singularidad como representación sin dejarse llevar por cualquier tendencia artística y teoría científica.

Un ejemplo, para medio entender su grandeza. Intentemos fabricar un verde, debemos mezclar un azul y amarillo, pero no al azar, existen multiplicidad de tonos de verde y en algunas circunstancia se debe aplicar también un poco de rojo para lograr el color deseado. Es una extraña danza de intentar balancear un azul, un amarillo para crear la determinada calidad del verde que se desea, que se busca y eso no es nada, pero nada fácil encontrarlo en una paleta e infinitamente más complicado hacerlo en un lienzo blanco. Sólo por ello Seurat es inmenso llevándonos al mundo de los matices con sus puntos de color en un lienzo, con su luz, con su obra. Un vanguardista en las tendencias post-impresionistas y, de paso, ignorado por sus coterráneos. En vida no tuvo éxito, marginado de los salones artísticos, se le tomó como mal pintor, peor dibujante y, como Van Gogh, sólo pudo vender un cuadro. Años después su obra alcanzó fama. Georges Pierre Seurat comparte el sino de los pioneros que bebieron la copa amarga de la incomprensión, de la burla, del escarnio.

“Tarde de domingo en la isla de la Gran Jatte”, “Un dimanche après-midi á l’lle de la Grande Jatte”, ¿Por qué me llama la atención esta obra y por qué este insolente alarde pedante de sabiduría? Entre tantas cosas en el cuadro hay unas 50 personas y, por absurdo que parezca, ninguna de ellas se mira. En una superficie de 2 x 3 metros nadie se mira, millones de puntitos revelan una imagen de incomunicación enorme y eso fue pintado entre los años 1884 y 1886. También es cierto que en la mayoría de sus cuadros la gente no se mira, pero en este, una tarde de domingo, donde la gente está para ver y ser visto, nadie pretende tener algún contacto con alguien y sin embargo es una obra magnífica.

El ser humano es una cosa perfecta y no hay nada más maravilloso que ver la embriología del paso por nuestra vida intrauterina. A vuelo de pájaro y un simple ejemplo, nuestro corazón evoluciona y pasa de ser un primitivo corazón de pez, completamente tubular, a tener una estructura parecida al corazón de un anfibio, con tres cavidades, y solo en el momento del parto es cuando se cierra el foramen oval, que comunica ambas aurículas, y a vivir usando un corazón de cuatro cavidades.

Vamos más atrás, vamos al momento de nuestra concepción. En una eyaculación promedio, el hombre libera entre 1 y 5 mililitros de semen. Los espermatozoides constituyen entre el 5% al 10% de lo eyaculado. Podría pensarse que es poca cantidad pero, como esos bichitos son las células más pequeñas del cuerpo humano, en una eyaculación pueden liberarse unos 250 millones de espermatozoides. Dichos espermatozoides, y sin GPS, salen en una carrera a encontrarse con la que es justamente la célula más grande de las que existen en el cuerpo humano que los espera en un tercio de una cosa llamada Trompas de Falopio, en el cuerpo de quien será nuestra madre. Cuando un espermatozoide, solo uno, logra penetrar la corona radiada, que rodea el óvulo, es cuando comienza lo bueno y según la Iglesia Católica ya se ha creado un ser humano, una nueva vida. Por eso Og Mandino escribió -sí, alguna vez leí ese tipo de libros-, allá en 1975, aquello de que somos el milagro más grande del mundo. De millones de posibilidades nacimos nosotros, pero esa es otra historia.

En algún día de julio de 1962 fui concebido y como el embarazo humano dura unas 40 semanas, desde el primer día de la última menstruación, o 38 desde la fecundación, son aproximadamente unos 9 meses. Yo nací un 24 de abril de 1963. Día miércoles, a las cuatro de la tarde. Mis padres: María de las Nieves y Diego Ramón.

Ahora, ¿qué tiene que ver el cuadro del francés y mi vida? Pues mucho y poco. Mucho, pues cada uno de ustedes me ha regalado un color, un algo para yo ser lo que soy y es mi forma muy mía de darles las gracias.

Así pues, gracias a mi maestra Aurora, la que me enseñó el “mamemimomu” en aquel libro de colores brillantes, a mi maestra Gladys y su “los planetas giran alrededor del sol”. Al señor Juan que, entre cigarrillo Fortuna y buches de café, me enseñó las tablas de sumar. A mi maestra Eunice que me encaramó en un escenario para cantar “Mi burrito sabanero”. A mis divinos abuelos de cuento y orgullo, los paseos con mi tío Antonio, el humor de mi tía Nena enseñándome a montar bicicleta aquel octubre en Paraguaná o el sabor del guarapo endulzado con papelón en la casa de mi abuela Abilia. A las empanadas de la señora Ricarda. La voz de Nilda descantando bello y bonito. Los disfraces de Anita y Paquita. Los vaticinios de la señora Eva que se hacen realidad cada vuelo que tomo. El sonido de la lluvia sobre los techos, los chacos de agua transformados en enormes lagos y con mis barquitos de papel. Dormirme, tiempo después, dejando afónico a Barry Manilow y su “Even Now” mientras alguien me enseñaba a besar y la noche se hacía caracola en su ombligo, yo soñaba en sueños jamás cumplidos y nuestras manos descubrían caminos ahogando gritos nocturnos.

Gracias por los helados y los dulces más dulces que uno pueda recordar como la ternura de Hilda y su batallón de hermanos que, sin previo aviso, se convirtieron en mis tíos y sus hijos en mis primos. El piano de Mariela aquella noche de julio de 1979 y el “Still” de Rolando. Gracias a los largos pasillos de la Universidad de Carabobo, a los pisos de la Universidad Católica Andrés Bello -Bioanálisis, Medicina, Sociología y unas cuantas cucharadas de Psicología- con su ramillete de amigos, lágrimas y suspiros. Gracias a mi araña portuguesa por regalarme el nombre de Silmariat el cual llevo con orgullo. Gracias Rosa María por ser la primera persona en creer en mí y aun, de loca gallega, mantiene su empeño. Gracias a La Emperatriz China con sus “ocres, azules y alisios”. Gracias Alexis por traerme el puente de Brooklyn mil años antes de poder verlo. Gracias a aquella Leda inexistente y por deberme, por siempre y para siempre, aquella cena. Gracias miles a aquellos ojos, de pícara chamita oriental, que con su inmenso zaperoco saca a pasear sus divinas historias, en latas de galletas y  “ese catirito va a volá “.

 A Morella por aquel baile erótico entre montañas y los ojos puyúos de medio pueblo. Linda y su empeño en hacerme soñar los sueños que aún no he soñado. A la gente que teje, que crea de una cesta una República. Gracias a la gente que construye y hasta te regala una melancolía al mediodía con canciones de Manzanero, de Serrat, de Sabina, de La Grever, los otros otros y en varios idiomas. Las sonrisas de Maruja -con flash-, los sabores de Carlos, el trago de Verónica, los gestos de Ivette y todos sus aliados. El sonido de aquel bajo de seis cuerdas, las toallas blancas en noches con prodigiosas constelaciones de estrella fugaces y el “dime que existes”. Los momentos memorables de hermosas películas, esas que te hacen subir más allá del más allá. De los Ballet compartidos mientras me perdía en los ojos de América, en América, en aquella casa de cartón. Los ríos llenos de teatro, los silencios con sabiduría, la música de Aldemaro y con él toda la buena música. La poesía de Henry, brindando con el ponsigué más exquisito, y lo hermoso que es escuchar buenas canciones. Muchas gracias a mi Dulce Esperanza, la mujer más orgánica que conozco -tan de verdad que parece de mentira-. Gracias a mis amigos que me regalan arte, los que me enseñan que el arte es la cosa más maravillosa que se puede dar. Mención aparte merece aquellos curas italianos expertos en curar almas rotas, José Luis y Elio, les debo tanto. 

Hubo, cuándo no, gente que no sólo se empeñó en destruir puentes, romper caminos, levantar inconmensurables murallas con ladrillos formados por las peores palabras e insultos. Se tomaron el honorable trabajo de cercenar alegrías, crear las lágrimas, las más amargas, las más dolorosas. Diseñaron sublimes suplicios, enormes abismos, surcos, fosas y mazmorras oscuras. Colocaron, artísticamente, cualquier cantidad de mala hierba, mutilando rosales, envenenando orquídeas y claveles, condenando a la agonía a los posibles posibles. Alimentaron ríos, manantiales, lagos con el amoníaco más exquisito. Tapiaron ventanas, se decoraron de almenas, calentando brea de la buena y espesa. Colocaron un primoroso muro del egoísmo más puro, robando ilusiones, plagiando suspiros y muchos sueños. Gente que minó alegrías con las púas barnizadas por el veneno de cobra más potente, negando hasta una molécula de agua al más sediento, mientras colocaban las cerraduras más inexpugnables en cada una de sus puertas y tragándose las llaves entre tanto me decían un sincero: “Te acepto como eres -con voces de actores de radionovela de aquellos años 50s, para después rematar, cual Libertad Lamarque en una de sus peores películas, luego de un lastimero suspiro- pero me encantarías que cambiaras”. Gente que evita mirarse al espejo para no morir de espanto.  Les estoy infinitamente agradecido por enseñarme a no ser como ustedes.

Pero, también hubo gente que, sin aviso ni protesto, se abrió en canal frente a mí y, mientras el tripero inundaba toda la estancia, del corazón se sacaron una manta, una cobija tejida de verdad acunándome, besando mis heridas y sembrando bonito. Gente que me sentó en su mesa ofreciendo el ágape más exquisito, los vinos más dulces aunque frente a nosotros tuviéramos un seco pedacito de pan y un vaso de agua fresca o tal vez un mustio muslo de pollo en brasas y un trago de malta Polar -¿te acuerdas?-. Gracias a ese par de hermanas que prestas sacaron su paragua para cubrirme en mis tormentas más oscuras, hacerme compañía en mis noches más tristes. Gracias Armanda, gracias Ana Teresa por esa maña, tan de ustedes, de regalar horizontes.

Gracias siempre a mis tres hermanos, mis hijos, mi orgullo y mis sueños. Me faltarían miles de vidas para agradecer a las tres mujeres de mi vida. A mi madre, la mirada con miles de historias de mi tía Alexis, a las uñas de mi madrina con su exquisito color rojo y de lunita. A mi pareja en su doble papel de “Ave Migratoria” y “Elqueteconté”, él que me mira, con sus hermosos ojos azules, en un alarde de romanticismo más puro y sincero, para decirme que siente por mí “cocodrilos en el estómago”, por soportarme por casi 30 años -y todos los que nos faltan-, por compartir atardeceres y descubrir amaneceres. Día y noche, noche y día. Por su “algo bonito”.

Y a ustedes -amigos, hermanos de la vida, primos, primotas, sobrinos, curiosos, mis loc@s domésticos, mis afectos y los afines- los que me soportan, los que me leen, me escuchan -¡qué agobio para ustedes!-, los que están aquí, los que perfuman mis días, los que me jalan las orejas, los que se van y no vuelven, los que dan flores o las roban, los que me dicen “no”, los que me aplauden -cosa terrorífica para un ególatra como yo-. Ustedes, todos ustedes, son los colores que pintan mi vida, son los puntos de color en este vitral medieval, en este mi muy particular lienzo de Seurat y dan forma a lo que soy, me confrontan, me siembran, me talan, me tallan, me pulen, me dan, me forman, me quitan, me aportan. Ustedes que me enseñan a saber que soy yo quién pone, quién quita y quién da.



Mil gracias por estar, por ser, por existir y por perfumarme la vida.



NOTA INFORMATIVA: ¿Por qué lo de 114? Hoy cumplo 57 años, es un poco difícil que llegue a cumplir 114 años. Tengo la certeza de haber vivido más de la mitad de mi vida y por ello lo de mi mantra diario, “un día más, un día menos” es saber que este instante, este momento es el único que tengo para intentar ser mejor y regalarles unas cuantas carcajadas. Solo 8 cucharadas de ellas, poco más.

SOBRE LAS DESPEDIDAS: Desde hace años me preparo para aceptar que mucha gente que quiero, que amo con absoluta locura, tendrá el terrible mal gusto de irse antes que yo. Me va a doler, mucho, pero debo aceptarlo y les juro que estarán en cada una de mis mitocondrias mientras yo esté. Siempre he dicho que los amores de verdad están con nosotros en presente perfecto y la forma más hermosa es recordarles con la mejor de nuestras sonrisas. Un beso largo a todos mis muertos estén donde ellos deseen estar es mi orgullo saberles en mí. Doña Coqueta, qué vaina contigo.











lunes, abril 20, 2020

Desde ayer tengo una merengada de sentimientos que me rompe el pecho.

Desde ayer tengo una merengada de sentimientos que me rompe el pecho. Es increíble cómo unas 24 horas pueden cambiarte el ánimo y más cuando no ha sucedido nada del otro mundo o que haga mover montañas.

Anoche, antes de acostarnos, nos llamó una amiga para desearle feliz cumpleaños a Elqueteconté, una bonita sorpresa, la verdad. Durante su llamada a Elqueteconté le llamó la atención un comentario mientras yo hablaba con ella y al terminar su llamada me preguntó: “A qué se debió lo que le dijiste: Debes escribir pues tú todo lo viviste en primera persona”

“Es que ella, entre otras cosas fue a la URSS en los primeros 70 y…”, pues eso tuvo consecuencia que tuve que volverla a llamar, con sus respectivos coitus interruptus, mientras a Elqueteconté se maravillara, cada vez más, de sus historias.

“Es que nosotros éramos unos socialistas –aquí colocó un adjetivo maravilloso, el cual no puedo mencionar pues ella debe escribirlo, se lo hice jurar, y por eso pongo otro- utópicos”

Al colgarle duramos más de una hora larga arreglando el mundo, cotejando información en varios idiomas. Saber, una vez más, que una cosa es el mundo de las ideas y otro, muy distinto, es el mundo real, puro y duro. Cosa que vemos, hasta el asco, en la actualidad, en el día a día. Ya nadie, o por lo menos no es noticia, habla de los refugiados ni el terror que está viviendo, por ejemplo, Grecia en sus fronteras ni de los migrantes parados por medio mundo y aquí estamos esperando el elevado etcétera de consecuencias que nos dejará el coronavirus. Mientras tanto todos estamos pensando en nuestra inmediatez, en el hoy y cómo pago mis deudas.

¿Duro? Sí, es lo que hay. Es lo cotidiano y él que está libre…

Hoy una señora se me presenta en el mostrador, en el aeropuerto, y me hace responsable por la cancelación de sus vuelos, de la perdida de la estadía en su hotel, del dineral que ha tenido que pagar y del asesinato de Cristo. El pequeño detalle, luego de una hora larga de gritos, de ella, es que compró sus boletos por internet, el hotel cerró, en la última semana de marzo, -ella nunca se enteró- y todos sus gastos se deben a que EasyJet, la dejó en tierra, y su otro vuelo, al llegar a Londres, era con otra línea regular a Tailandia. El pequeño detalle es que nosotros no trabajamos con EasyJet, tampoco con hoteles por internet y menos con Thai Airway. Sobre el asesinato de Cristo, de repente, tengo mis dudas.

Parte del encanto y lo demás, es lo demás.

Lamentablemente para mí soy no solo la memoria de mi familia sino también de amigos y conocidos, por ello a veces veo reinas, sin corona, y recuerdo tardes en Bello Monte, Caracas, y la máquina del recuerdo vuelven a dar una vuelta más. Intento olvidar pero cómo se puede olvidar, luego de millones de rosarios, la muerte de alguien por la inconciencia o/y negligencia de otro. Se puede perdonar. Le comenté a un amigo que el sol tiene manchas, es maravilloso, pero para el sol y no tengo, lamentablemente, el copón divino de la sabiduría.

Hoy, saliendo de casa, en la mañana, me encuentro con un niño, de unos 30 años, cubierto con una manta marrón, las dan en el ejército suizo, impidiéndome abrir la puerta pues estaba durmiendo. Un Homeless y esto es sólo el inicio.



Tengo una merengada de sentimientos que me rompe el pecho.