jueves, marzo 12, 2009

Cabaretero, artista y caballero.


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Nació en un mundo de escalas y ejercicios musicales, canciones y sonoros rasgueos de la guitarra con que su padre, el máistro, amenizaba las últimas horas de la tarde. Escuchaban, también, los tangos de Gardel que salían en tropel del radio de Doña Petra, la vecina del frente, junto con los sonidos exteriores de la parroquia La Pastora. Así se fue formando en aquella casa, sin agua ni luz, de aquel recodo de la ciudad. 
Se despertaban con el estruendo de cornetas y tambores de una desafinada banda seca que le marcaba el paso a una soldadesca en viejas alpargatas de capellada azulosa camino al campo de maniobras militares. De vez en cuando se escuchaba calle abajo el grito de Manuelito: “Van las torrijas calentiicas”, o del chichero: “Helada y fresca, refrescadora”. Desde la calle Anzoátegui n° 24 se escuchaba las campanas Cabaña de la Divina Pastora, predio del padre Torres y el canto religioso y juvenil de Juanita Rivolta. El infaltable: “Al árbol debemos solicito amor…” en la escuelita de las Sittel, aquellas hermanas venidas, sabe Dios cuando, de Curaçao, y que hacían tortura con aeiou del libro de Mantilla.

Más allá estaba la pulpería de Pumo Monasterios, la barbería del maestro Luna y los músicos de parroquiano que se reunían en El Samán, mostrando un mundo nuevo de canciones de tangos y valses. Era aprenderse, también, los aguinaldos que organizaba el máistro con los muchachos de la vecindad y perderse entre armonías o las matas de mango. Era quedarse con la boca abierta, como babieco, al escuchar a Julio Martínez, más conocido por su sobrenombre de “Machete”, tocar su flauta.
Sus predios eran Los Colorados y su chicharronera, el Cerro del Zamuro calle Escalona arriba, la calle Soublette y Caja de Agua. Las calles, sus gentes, sus sonidos fueron su primigenia escuela, de ellas obtuvo las bases para el democrático sentido eclecticismo musical que siempre le gobernó.

Era escaparse, del Colegio Páez, tiempo después, de la tutela de la vieja señorita Reneta Urraca –ganándose el regaño, el consabido jalón de orejas y el golpeante coscorrón- para ir a Teatro Municipal. Castigos que nunca lograron hacerle desistir su amor a la música. Y se iba allá, en la última fila del teatro, furtivo y a oscuras, para escuchar sin ser visto.

Allí en esa ciudad. Ese fue su patrimonio, la semilla, que con otras tantas experiencias le fue dado por los hados adquirir, enriqueciéndose, trasformándose, evolucionando con sus innumerables vivencias a través de toda su vida.

Nació un 12 de marzo, en la ciudad de Valencia Venezuela, en la casa del maestro Rafael y doña Luisa. Hoy cumpliría 81 años y un 15 de septiembre de 2007 tuvo el mal gusto de irse con su música a otra parte.

Amigos míos, le invito a escuchar, a redescubrir su música y, sobre todo, las letras de sus canciones. Les puedo asegurar que encontraran un mundo y entenderán -me entenderán- lo que significa, para mí, Aldemaro Romero.




Todo lo mejor para Ustedes.


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PS: Gracias por sus e-mails…, generalmente el primer trimestre se me hace difícil escribir. “Secura” del cerebro o mis musas están en hibernación. Lo cierto que estoy vivo y pretendo dar la guerra por un tiempo más.

NOTA: Mis postales navideñas. Ellas deberían escribir un post…, ni en la Odisea de Homero tienen tantas historias de realismo mágico.