sábado, febrero 02, 2019

Another Hundred People.





Es increíble como un hecho fortuito, marginal, intrascendente, luego de los años se transforma en una fecha memorable e importante. Hace 28 años tomé un vuelo destino Zürich y me vi caminando por sus calles empedradas, muriéndome de frío y con mi futuro desdibujado en el horizonte. En enero de éste año cumplí 20 años en que quemé mis naves, como Hernán Cortes, y me vine a vivir a Suiza, también desde el mes pasado tengo 15 años trabajando para una empresa de servicios en el aeropuerto de Ginebra.

Jamás pensé vivir en otro país, jamás imaginé levantarme un día con otra nacionalidad intentando comunicarme en diversos idiomas y adaptarme a otra realidad, tener otro cielo otras montañas.

El proceso ha sido lento y no puedo olvidar ni estar inmensamente agradecido a toda esa gente que se ha cruzado en mi camino.

Recuerdo a todas aquellas que me cerraron puertas, ignoraron mi presencia, me hicieron promesas que se evaporaron por en el tiempo manteniendo la cara de un “disculpa?” y mirándote desde la cima de su prepotencia. Aquellas promesas del “ven mañana” y nunca volvían. Los besos frío en el desayuno, la lluvia sin paraguas. Aquella gente que me dejó esperando horas en inmensos salones, mi recorrido constante por largos pasillos caminando de una oficina a otra. No los puedo olvidar y se los agradezco.

No puedo olvidar aquella otra gente que me pintó, de hermosos colores, un horizonte cuando yo no tenía ni idea del tener un horizonte, aquellas personas que me ayudaron a ponerme en pie en multitudes de momentos, aquellos a los que les moje el hombro con mi particular inundación de lágrimas -soy dramático hasta el asco y más allá-. Aquellas mis mujeres que me abrieron su corazón y me dieron una sillón donde descansar. Los cigarros compartidos, las noches de soledad, sus magistrales “vive”, sus lentes inmensos y la quinta de Beethoven mientras iban al baño sin cerrar la puerta.

A mis amigos que creían en mí mientras yo no tenía fe en mí mismo. A los que se la jugaron apostando por ese flaco -alguna vez lo fui- de ojos soñadores, a los que me dieron 50 bolívares -de los de aquella época- para fabricarme una sonrisa. A los que me regalaron mis maravillosos sobrinos y el sentirme parte de una familia. Brindo por aquellos amigos amigos, esos hermanos del alma sin ADN común y que han estado siempre. Toda mi gratitud y mi aire.

28 años se pasan pronto, se pasan lentos. Casi media vida construyendo parapetos, palacios en las nubes, tejiendo ideales, pintando posibles en inmensos futuribles por cumplirse.

Somos producto de cientos de personas y de otras cientos de personas que volverán a pasar por nuestra vida transformando nuestra vida. En este mundo extraño, siempre cambiante y siempre igual, de paredes frías, de libros por descubrir y leerse. De ciudades hermosas y de otras un poco menos, de sonrisas sinceras y de doble cara también. Somos producto de toda esa gente que nos mira o nos ignora, somos parte de sonrisas francas, de mis adoradas carcajadas y de volver a comenzar cada mañana, cada instante, aprender, comprender, comenzar y ver a iniciar.

Por algo la vida, en su juego de dados, me llevó a trabajar en un aeropuerto y veo, día tras días, gente en trenes, autobuses, en aviones. Caras, caras y más caras. Con sus esperanzas, con sus frustraciones, con su locura, con sus preguntas sin respuesta, con su amargura, con sus quimeras, gente que mira y que jamás volveré a ver… de miles de ojos que he visto y que están en mí, que son mi referencia y que tienen el maravilloso nombre de amigos.

A todas esas personas gracias, a todas, pues, en cierta manera les debo lo que soy, lo que pretendo lograr en esta vida tan azarosa que me ha tocado vivir.

Toda familia latinoamericana tiene su propia versión de “La casa de los espíritus” de Isabel Allende, su “Cien años de Soledad” de Gabriel García Márquez o su bolero particular. La mía no se escapa de ello y de allí vengo con orgullo, con honor, son mis mejor medalla, son los que aparecen, en mi rostro, cada vez que me veo en el espejo. Es mi UCV particular, ellos son mis raíces y no hay palabras para decirles lo que ellos representan para mí. No hay, solo están y eso es eterno en mí.

Hoy, también, hace 20 años llegó a mi país unos de los gobiernos más nefastos sembrador de divisiones múltiples, malgastó recursos como nunca. Convirtiendo una promesa en una pesadilla. Un gobierno que dejó sembrado lo peor de lo que somos. Un gobierno que hizo nada todo lo que tocaba. Tuvo todo cuanto se puede desear para construir un futuro y lo llenó del el más cruel odio y estériles promesas.

De repente, cuando menos lo esperamos el cielo se abre y sale el sol, brilla un esperanza y la esperanza es saber comprender que todos somos responsables de crear una nueva realidad, que es posible, que puede ser…

 Y así otros cientos de gente vuelve a soñar, otros cientos de personas cree, yo soy uno más de esas cientos de personas...


El tema “Another Hundred People” pertenece al musical Company es una comedia musical estrenada en Broadway en 1970 con guion de George Furth, música y letra de Stephen Sondheim. La vi en Londres, el diciembre pasado, luego de soñar con ella durante años, y flipé en su nueva versión.

Stephen Sondheim, es el que escribió las increíbles letras de las canciones de West Side Story de Leonard Bernstein y desde allí ha llegado a sus musicales con maravillosas canciones.

Hasta eso debo agradecerle a “Mi Ave Migratoria” que no sólo me fabrica una sonrisa, todos los días, si no que ha construido un presente que aún no me lo creo.

Cómo no ser agradecido a la vida?