lunes, febrero 20, 2006

BROKEBACK MOUNTAIN O TODOS LOS RECUERDOS AL VOLVER A TOCAR AQUELLA CAMISA AZUL

A Photheus, te lo debía.

Una mujer llamada Annie Proulx, que vive en Wyoming, publicó en The New Yorker, el 13 de octubre de 1997, la historia de un tal Jack Twist y un tal Ennis del Mar; construyó el cuento gracias a su enorme talento literario y a las historias que la gente del campo le contaba. Jack y Ennis, dos vaqueros de infancia desgraciada y pobre, viven la más arrebatadora historia de amor posible mientras pastorean ganado, a los 20 años, en el verano de 1963. Una historia de amor inesperada para los dos, que hará que sus respectivos mundos converjan y se tambalee en cuanto bajen de la montaña y se separen, cada uno en pos de su curso vital preestablecido. Una relación marcada por el amor, pero también por el miedo, en un entorno donde ser diferente se paga a un precio muy alto. Es Brokeback Mountain en pocas y escuetas palabras.

La historia no responde a ninguno de los tópicos gays de los que adolecen a veces las historias escritas por los propios gay, más preocupados en que el mensaje cuadre entre su público potencial que en la emoción del argumento. La vida de Jack y Ennis, contada por la escritora, es seca, muy seca, dura, muy dura y sobrecogedora. Lo es también la película de Ang Lee, y lo es en los ojos dos actores, que saben actuar para que el público vea por encima de todo a dos hombres enamorados.


La historia salta los mil tópicos sobre el asunto: Escrita por una mujer, de ambiente rural, de seres sin glamour y sin educación, de amor hasta la muerte entre dos hombres. Eso sí, en el cine son fundamentales esas pequeñas y deliciosas externas, Ang Lee optó por dos actores Heath Ledger y Jake Gyllenhaal. El rubio Heath Ledger no se acerca siquiera al Ennis Del Mar al “desgarbado y de pecho hundido” descrito en el cuento y Jake Gyllenhaal, y sus ojos enormes, están muy lejos del pequeño y desdentado Jack Twist de Proulx, pero recuerden en Hollywood todo es posible.

Pasemos a la película: La deslumbrante actuación de Ledger revela una inesperada ternura en un personaje más proclive a expresar sus emociones a través de la violencia que de las palabras. Su Ennis Del Mar es tan monolítico como el paisaje montañoso en el que –con la misma rapidez, brutalidad y precisión que exhibe al dispararle a un alce- penetra a Jack Twist por primera vez -“El arma dispara” gruñe Jack como respuesta, en el libro, no en la película-. La sorpresa que el affaire despierta en Ennis -por sus inconvenientes tanto como su intensidad- refleja una humildad fundamental que choca con los deseos de Jack quien propone una y otra vez la convivencia, un plan que naufraga ante el pragmatismo de Ennis –por no hablar de su miedo-. Personalmente prefiero destacar la labor de Jake Gyllenhaal, con una interpretación del personaje más brillante y también difícil, sabiendo reflejar su carácter alegre y despreocupado y los cambios que se suceden con el tiempo. Sólo hace falta mirar a los ojos de su personaje, Jack Twist, para saber que lo que es el verdadero amor.

Brokeback Mountain es una historia de un amor que no se atreve a decir su nombre, Ennis y Jack se convierten en los héroes ingenuos de una historia que no tienen idea de cómo contar. El mundo les rompe las espaldas, pero en esta valiente película son tan icónicos como la montaña. Los dos vaqueros representan las dos caras de una misma moneda: Una que teme aceptarse y otra que se acepta, pero que no puede hacerlo. Uno esclavo de sus pasiones, el otro esclavo de sus miedos.

Pero es que no es una historia de vaqueros gays, o no es sólo eso, cualquier persona un poco más evolucionada que… (Ya saben a quién me refiero) pude haber sentido la soledad de esos dos personajes, pues lo que muestra es el odio de los bienpensadores a la diferencia. Narra una historia frente al poder establecido, a la costumbre, a las normas sociales. Curiosamente, en la película, las escenas más desgarradoras de esos dos hombres condenados a ocultar su amor, son aquellas con las que más fácilmente se pueden identificar –y se identifica sin duda- el espectador heterosexual. Esa es la virtud, ese es su secreto: Su capacidad de representación. Venderla o hablar de ella como una historia de homosexuales es –aunque también lo sea- reducirla, hacerla pequeña, condenarla a ser una mera historia de costumbres. Quizás sea cierto que algo de universal hay en ésta historia, pero no más que de gay a lo que pueda haber en “The Bridges of Madison County” pues, ambas películas tienen mucho en común. En efecto, resulta imposible salir indiferente de este autentico viaje al fondo de la soledad compartida. Doloroso y terapéutico por partes desiguales

No sé si Brokeback Mountain es una película perfecta, posiblemente no sea así pero para aquel que quiera saber la verdad sólo le queda rendirse ante una de las bellas historias de amor que las pantallas han visto en mucho tiempo. No hay grandes pasiones desbocadas, ni melodramas inacabables, no hay héroes, ni personajes que se rebelen contra la moral dominante, no, lo único que hay es la vida misma: El estremecedor y sincero romance de dos personas que se aman de la única forma que saben, porque no les enseñaron otra, porque no les queda otra. Su historia se mueve en el terreno de la dignidad humana, y en el de una realidad en la que los sueños han sido proscritos a un lugar con forma de montaña porque no hay espacio para ellos en nuestra vida. Es en ese espacio majestuoso, robado de nuestra imaginación y reubicado en un lugar perdido de las montañas rocosas donde la historia de Annie Proulx y Ang Lee crece hasta convertirse, sin decir una sola vez te amo, en uno de los más grandes relatos de amor que aquí, el que firma, ha visto o leído nunca.

Y dándole otro tipo de lectura…, dejemos lo anecdótico del cuento y la película. Seamos más pedestres, básicos y hasta cursis. Ahora les pregunto y respóndase íntimamente mirándose frente a un espejo. Alguno de ustedes, en algún momento de sus vidas, no han dejado, han renunciado a algo y/o a alguien por la presión de terceros. Por eso lloré, por eso lloro al recordar la historia de Jack y Ennis, recordando en aquellos posibles que nunca fueron. Allí, para mí, radica lo maravilloso de la película. Esos miedos que no nos dejaron decidir y ser nosotros mismos.


Ya para terminar, y volviendo a la película, hay una escena que no puedo olvidar. Es la imagen de Ennis abrazando a Jack por la espalda mientras le canta una canción de cuna. Ennis se mece con Jack, se mezcla la pérdida de la infancia y su negativa a reconocer que abraza a un hombre. No encuentro palabras para describirla.


Powered by Castpost

¿Buscas trabajo? Este verano cuidaremos ovejas en la montaña.
Yo dormiré en la caseta y tú te quedarás abajo en la tienda. Tenemos whisky, y yo puedo cocinar y preparar el café.
Déjame curarte las heridas que te hiciste al caerte del caballo.
Estoy harto de las judías enlatadas. Voy a encargar sopa.
Puedes dormir dentro si quieres.
Las ovejas se mezclaron, y ahora tendremos que separarlas.

Ha terminado el verano. Volverás el año que viene?

El mundo de los rodeos es jodido. Yo me casaré con mi novia.
En este trabajo no queremos tipos de vuestra clase.

Conoces a un tal Jack Twist?

Me voy unos días a pescar a la montaña. Cuídate.
Me casé con la chica más guapa de la ciudad y su padre está forrado.
No he podido olvidar aquel verano.
Los descubrí por casualidad. Y la caña todavía conservaba la etiqueta.
Ella es la mejor vendiendo cosechadoras.

No vuelvas a hablar de eso en toda tu vida.

Ya estoy harto de usted, ésta es mi casa, y ésta es mi familia.
Hasta noviembre no podré volver a pescar, tengo que cuidar varios rebaños.

No he podido olvidar aquel verano.

Mi padre me enseñó lo que le hicieron a aquel tipo cuando yo era muy pequeño.
Si quieres compramos un rancho.
Por qué no me dejas en paz de una vez por todas?
Puede usted subir a su habitación.

Jack, te juro…




lunes, febrero 13, 2006

Corría ya medio febrero del año 1990, aún vivía en Venezuela. En aquel tiempo, yo tenía la costumbre en ver, al mediodía, “Lo que pasa en el mundo”, en él un Nelson Bocaranda narraba las noticias con su poco ortodoxa forma de hacerlo. Lo cierto que ese día comentó y enseño el periódico El País y su revista dominical.

En la portada aparecía Maya Plisetskaya, una de las Santas de mi Santoral, y un amplio reportaje de las viejas glorias del Ballet mundial. No tuve dudas, decidí que esa revista debería ser mía y salí en busca de ella. El problema era el dónde encontrarla en mi Valencia Venezuela. Caminé media ciudad hasta dar con El Majay, allí di con dicho periódico y la revista.

El cielo me colmó de bendiciones. No solo leí el artículo que me hablaba de la Plisetskaya, la Alonso, la Fonteyn, la Makarova y tantas otras. También tuve mi primer encuentro -brutal- con Maruja Torres, Rosa Montero, Manuel Vicent, Almudena Grandes y muchos que vinieron después. Encontré, además, numerosos artículos, hermosas fotografías… y sobre todo con Antonio Gala.

De Antonio Gala se ha escrito mucho. Yo, particularmente, me gusta más oírle que leerle, como orador no tiene desperdicio. Verán, tengo la mala manía en torturar a todos mis amigos, que viene a visitarme, con un video sobre la presentación de “Trece noches”, un libro que transcribe una serie de entrevistas realizadas por Jesús Quintero a Antonio Gala para la televisión. Pues, en ese video, aparte de Jesús Quintero y Antonio Gala está Fernando Sánchez Dragó. Tres maestros en eso de ejercitar el verbo, la ironía y la esgrima verbal. Debo estar loco o ser la reencarnación del Marques de Sade, pero mientras más veo ese video, más me gusta ya que adoro las tertulias que pueden nacer después de un buen programa, a de una película, o de un concierto, de un... interesante.

Ustedes se preguntarán: A qué viene todo esto? Pues, cada 14 de febrero suelo enviarles a mis amigos un artículo de Antonio Gala. Justo él que le leí, aquella primera vez, un 21 de febrero de 1990.

Hoy deseo compartirlo, espero que les guste.

Todo lo mejor para Ustedes.

Día de los enamorados.


Decimos amor, y se nos llena la boca de mieles. O decimos amor y se nos llena de un amargo desdén.

Quizás malentendemos la palabra. El amor no es distinto de nosotros mismos; es una emanación nuestra, una urgente necesidad de descansar en algo o alguien. Vamos por una larga carretera y nos detenemos a pernoctar en un motel. En ocasiones pasaremos por él sólo una noche; en otras, continuaremos el camino acompañados. Pero la duración de la compañía no le transforma la esencia al sentimiento: ''Quizás hubiera descansado mejor sólo'', se dirá alguno. ''Quizás me equivoqué al elegir ese motel'', se dirá otro. Y, sin embargo, ya el descanso y la equivocación y el acompañamiento iban dentro de ellos. ¿Es cuestión de elegir, o sea, es cuestión de arriesgarse? No sé si elige el amor; pero en definitiva, lo que importa es el camino; cómo se haga es un asunto personal.

Lo que sí veo claro es que el amor más verdadero -verdaderos son todos, o ninguno, y espejismos son todos o ninguno- jamás consistirá en un foso que aísle; jamás será la reducción del universo al incomparable tamaño de unos ojos. Sería como usar unos prismáticos por el extremo inadecuado. El amor no empequeñece, amplía. Como las bolsas mágicas de los cuentos, no se consume por mucho que se saque de él. Hay que amar el mundo a través de quien se ama; hay que aspirar a mejorarlo porque quien se ama lo habita. El amor no es un tirachinas de goma que, si se estira, se dispara; es una forma de luz, en cuya sustancia está la irradiación.

Por eso me parece una risible antítesis hablar del día de los enamorados. Intentar reducir el mar a una jofaina de veinticuatro horas resulta sorprendente; como si se quisieran hacer juegos malabares con las estrellas de la Osa Mayor. Tal desacreditadora fecha se inventó por los vendedores de recuerdos. Pero el amor más verdadero no los necesita; está presente, iluminando todo igual que un faro: la noche y el motel y la intrincada carretera. Se inventó por decepcionados mercachifles para los resignados amadores; para los que están pendientes, con exclusión, uno de otro; para los que se contentan con un tonto egoísmo de mirarse recíprocamente en el espejo del otro; para los que rebajan el nosotros hasta el y yo, y el ancho mundo hasta un modesto confidente de dos asientos; para los que entienden que la atmósfera inagotable del amor es una miniatura en la que no hay lugar más que para una almohada compartida y un juego de café con dos tacitas. No me gustan los amantes que, en el banco del parque, se ensimisman, y se retraen de la primavera que los reclaman, o del otoño, y de los niños y de los militares sin graduación y del fotógrafo ambulante y de Dios Padre. No me gustan los que, por una parte, se recluyen en su blanda burbuja irrespirable, y por la otra, se apretujan en los grandes almacenes, también irrespirables, para asistir el día de los enamorados (¿es que ni ellos mismos saben cuál es su día inconfundible?) a la falsa fiesta de un amor en promoción y oferta. No me gustan los amantes cuando dejan que el entusiasmo y el rapto, con que el amor los arrebató, concluyan en comprarse dos frascos de colonia, o un brillantico y un par de gemelos, o una lamentable medalla que ni siquiera dice el grupo de sus sangres respectivas.

Yo vengo de ese amor; no creo que vaya más a él. Por eso me permito hablar así. Sé que no se puede decir de esta agua no beberé; pero tampoco puede decirse de esta agua beberé. Yo, por lo pronto, ya he bebido. No sé si suficientemente; mi consuelo es que nadie bebe más agua que la necesaria para apagar su sed. De allí que antes dijera que el amor depende de nosotros: de nuestra capacidad de ingerir y empapar y filtrar el agua sus fuentes. No creo -repito- que vaya más hacia él: si me detengo en un motel de paso no será para descansar, sino para morir, si es que morir no es sólo descansar. Y, aunque se produjese el adorable y menudo prodigio, no habrá manos, ni ojos, ni alma, ni cuerpo que me absorban, que me consuman, que me aten. Puesto a beber, mi sed sería mayor, pienso que sería insaciable. Nadie va a convertirme en celebrante del día de los enamorados. No seré para nadie un guijarrillo sobado y amaestrado con el que ejercita la puntería, o al que distraídamente se le acaricia, o que se lanza para jugar al salto de rana sobre el mar, o se abandona a la intemperie para recogerlo al día siguiente, o se arroja a la cabeza de un contrario. Eso si que ya no.

Por supuesto, no me negaría en abordar con alguien un ilusionado proyecto común. Pero común de veras, en el que entraran todos, del que ninguno se escabullese. Porque la unión amorosa es una afirmación del otro en uno; no elimina ningún pronombre personal, al revés, los exalta: el y el yo y el nosotros y el vosotros, y la perfección de tal unión es que no excluya el ellos. Un proyecto amoroso, en esta breve noche -breve e interminable-, es un irreprimible impulso que no destiñe la individualidad de ser alguno, sino que la subraya; la de los dos emprendedores del impulso, desde luego, pero también la de los que cohabitan el mundo en torno a ellos. Sólo de tal amor puede afirmarse que sea el motor del universo. Pero temo que a esa idea, en el día de mediados de febrero que se dedica a los enamorados, no se le llame amor.

¿Será una coincidencia? Soñé anoche con quien, dentro de los tacaños márgenes habituales, más he amado. En el sueño, sus manos enmarcaban mi cara y no me permitían oír los rumores del mundo; sus abultados labios envolvían los míos y no me permitían expresarme; la ardiente proximidad de su rostro, tan bello, no me permitía ver más que él; toda mi piel era una mano abierta, que acariciaba y era acariciada; todo mi olfato no habría bastado para acoger el olor de su cuerpo de ávidos rincones: En el sueño no cruzamos palabras: viajábamos en silencio por los mutuos parajes conocidos: tersas laderas, florecientes colinas, sombríos valles... Anoche soñé con alguien que murió hace doce años. Y comprendí una vez más al despertar que aquel amor -inmortal- fue sólo un descansillo de la áspera escalera. Y que, después de él, seguí subiendo: más cansado de lo que llegué a él, pero seguí. Y seguiré subiendo mientras pueda, mientras quede escalera, haya o no descansillos. Hasta el final, donde es probable que se encuentre el amor, el verdaderamente verdadero, el que, a todo lo largo de la ardua escalera, no hicimos otra cosa que ensayar.


Publicado en la revista del Diario español EL PAÍS, el domingo 18 de febrero de 1990 / Número 671 Año XV. Segunda Época. Pág. 78.

viernes, febrero 03, 2006

Luego de cerrar y volverlas abrir, terminé, por fin, en hacer las maletas. Caracas entraba a raudales por el balcón y ya debía apurarme. Volví a chequear las importantísimas “3-P” necesarias para iniciar cualquier viaje tras-frontera (pasaporte, pasaje y plata), tomé mis maletas y salí.

Nunca me ha gustado esas despedidas patéticas por los pasillos Cruz Diez, así que al ser mi primer vuelo más allá del Atlántico decidí bajar sólo, bueno sólo con mi “aún-no-pareja”. Quedamos en que iba a buscarle y luego bajar. “Te espero a las 4:00 PM” y al llegar a su apartamento, sorpresa, aún se iba a tomar la ducha. Le esperé con resignación, total el vuelo salía a las 7:45 PM. Luego de mis 3 cubalibres respectivos, bajamos.

Llegamos, compramos las planillas de los impuestos de salida, chequeamos y, luego de las bromas de Martha, nos fuimos al salón Venezuela de la antigua VIASA. Claro, primero pasamos por todos y cada uno de los controles. Ya en el salón mis otros tres cognac y “Señores pasajeros del vuelo Swissar 152, con destino a Zürich…” salimos en busca de la puerta 14. En el pasillo nos esperaban Manuela y Martha con sus uniformes de Swissair y sus “buen viaje, cuídate…”

Entramos, Pierre –jefe de cabina- nos obsequió Champagne y nos llevó a nuestros asientos.

Momentos antes de cerrar definitivamente las puertas, entró Morella como un suspiro –la integrante que faltaba para nuestro particular trío viajero- y, despertando la mirada de asombro de los pasajeros business, casi gritó: “Coño, me dejaron sola!!!”. Bueno, era de esperarse la reacción, ya que momentos antes la vieron en otra circunstancia, ella era la encargada de cerrar el vuelo, y un “Coño, me dejaron sola!!!” en una helvética audiencia era, por lo menos, extraña.

Luego de la cena, con dos botellitas de Merlot respectivas y toda la Champagne que pude, después ver doble –y no es metáfora-me dormí, era inevitable.

Un grito de Morella nos despertó, y a media cabina. Ella había puesto sus pies sobre la cabeza de “El excelentísimo Embajador de Bélgica” que, nunca sabremos por qué, dormía placidamente bajo sus pies.

Luego, cuando volvió la calma, miré por la ventanilla y me perdí por ese maravilloso espectáculo. Hilos de vapor haciendo curvas por los planos, todos los tonos de azul, una luna hermosa, nubes, nubes y más nubes. Pasé a escucha música al canal clásico y…

…años antes, entre los pasillos de La Católica, me encontré con una de las personas más maravillosas que conocido, “La Emperatriz China”, junto soñábamos con nuevos horizontes de té a media tarde, de frío, de Teresa de la Parra, de sus amigas perdidas entre los dedos montañosos del lago Leman… Allí, entre tan anacrónico paisaje, nos juramos que si alguno de nosotros, viajábamos alguna vez a Europa, haríamos todo lo posible para llevar al otro.

…allí estaba yo, a cualquier cantidad de pies de altura. Escuchando “Va pensiero…”, justo la pieza de la Emperatriz, y sin ella.

“Por qué lloras?” me preguntaron, no supe responder.

Tiempo después, en la pantalla, un coletazo de trópico llegó como por encanto, donde el sol, el mar, las aves, la brisa con color y sabor a sal me traían evocaciones de fines de semanas…, y esa música, que a pesar de los años, aún la recuerdo. No sé el nombre ni el autor, pero juro que alguna vez volverá a mí cuando ella quiera.
Ya Suiza no era elucubraciones en campus universitarios, allí estaba cubierta de nieve, sus olores, sus colores. Por la ventanilla entraba el sol y no me dejaba ver, después nos hundimos entre sábanas de nubes…

__Qué te parece mi país?
__Arrugado
__Qué?
__Arrugado.

Llegamos a Kloten, el aeropuerto de Zürich, fuimos al banco, a la estación de tren, caminé de un lado al otro sin posar la mirada en nada y mirando todo. Después nos esperaba otro avión para ir a Basel y de allí a Frick, mi casa por esas vacaciones.

De todo esto hace hoy 15 años. Miro a través de los ojos de la memoria y es increíble como un simple viaje te puede cambiar toda tu vida.
Hoy quiero compartir con ustedes estos recuerdos.

NOTA: Soy Tauro y dicen que los Tauros, en algunas cosas, somos “algo” lentos… Pues, es cierto, tardé algún tiempo, en cumplir mi palabra. Ya le cumplí a La Emperatriz China.
Ya hemos tomado nuestro té entre los dedos montañosos del lago Leman y ella sabe que, siempre y para siempre, tiene aquí SU casa.