viernes, junio 29, 2007

Un poco más de las cinco y treinta minutos de la tarde y a pesar que llueve desde unos días, el calor se hace pastoso, miles de ojos que van mirando sin mirar. Respiración, gesto que se torna común y se hace dificultosa, para terminar como un general jadeo triste de marcado cansancio.


Quién si no Klimt?


Corre-corre de un lado a otro tratando en vano de ubicar un posible buen puesto, pero de nada sirve ya. Los abrigos, camisas, faldas, pantalones, vestidos, corbatas, chaquetas, libros, periódicos, bolsas, morrales se hacen calidoscopio alucinante de colores de rápido movimiento que te aplasta contra la paredes aturdiéndole y aturdiéndote para luego regalarnos esa sensación de nauseas.


“Entrar o no entrar” se convierte en un nuevo dilema shakesperiano, el sudor no tiene más remedio que demarcar contornos, los maquillajes se convierten en fantasmas, se chorrean haciéndose mueca perdida entre los surcos de los rostros, allí donde las arrugas se hacen más y más evidentes. La gente empuja, habla, se queja, ríe, hace mofa, hablan en todos los idiomas y dialectos terrestres para construir un murmullo sordo y fastidioso que nadie entiende y que la mayoría responde por responder...



“Je vais tard arriver…” “Tu sais celui qui s’est mariée…” “…ayer en la misión…”, “Sono speciale…”, “and when you arrived…”, “…debe estar en la oficina”, “…et celui-ci, vous le reconnaissez?”, "…habe ich mir überhaupt keine Gedanken gemacht...", "…te as trompé, est la première dérivée... “…visto ieri a Maria dentro…”, “Chaito, pues...”



Un par de ojos pestañean.



El calor crece, juega entre las manos, besa muñecas, besa cuellos, se mete entre los senos, se mezcla entre las piernas, corre a sus anchas por las espaldas, cae por los tobillos, todos son pisados por pies fantasmas e invisibles, las medias se rompen.



Se abren puertas, gente sale, gente entra para volver a comenzar la misma rutina una y otra vez. La misma escena con casi ninguna variante.



Unos labios recién afeitados se mueven.



En un algún momento comienza la afinación, sin oboe que marque la pauta o ¿sí?, de cada uno de los instrumentos, cada dedo va haciendo variaciones y escalas tomando como base la nota LA. Yo observo desde mi atril, con todo y violoncello, es sólo un ensayo, pienso, vibro mi cuerda “la” al aire, muevo mis clavijas, vuelvo a vibrar mis do, sol, re, la, rectifico la tensión de mi arco, un bailoteo sobre el mástil y dejando sonar una escala. Estoy afinado. Perfecto!!!


Mientras veo y arreglo mis partes, me concentro, una mano izquierda, sin estar en el programa que me dieron, comienza a interpretar, lentamente, como por inercia, el “Concerto pour la main gauche” de Maurice Ravel sin necesidad de ningún teclado.



...


Una mano derecha se sonroja, no sabe que hacer, emprende sudorosa huida, los ojos de la mano izquierda brillan y hasta ríen, consiguió el l.q.q.d. (lo que quería demostrar), intimidando a de la mano derecha que estaba tranquila tras su atril y sus pentagramas. Grave error. En pleno primer movimiento, cuando la izquierda domina la situación, de improviso, la de la derecha se decide por Tchaikovsky y emprende sin arco “El Concierto para violín en re mayor Op. 35”. La izquierda paró en seco y la derecha también. Derecha ríe... “Deja”, dice la derecha entornando nudillos y párpados.



Se hace silencio y todo vuelve a la normalidad, bueno, eso creí.



La discípula de Nicolás Paganini vuelve a parpadear lentamente y el discípulo de Sergej Rachmaninov le dice algo en el oído, la izquierda mueve todas y cada una de sus falanges, falangina y falangetas; Derecha sus metacarpos y sobretodo los carpos. Ambos se miran.

Luego de un tiempo y después de ambos perderse en las pupilas del otro, Derecha mueve sus dedos de forma genial dejando a Francescatti, a Kreisler obsoletos y hasta Yehudi Menuhin perdería concentración, a mitad de camino, tratando de poner fin al "Concierto para violín y orquesta de cuerda en re menor, Op. 64" de Mendelssohn. Izquierda asume el reto haciendo intrincadas muestras de virtuosismo sobre el teclado, donde el pobre Chopin y Liszt sucumbirían.

Yo observo preguntándome ¿Qué hago yo metido en este des-concierto con partituras equivocadas?, me transformo en anatema viendo mis partes de Wagner, Tristán se quedó triste e Isolda, la pobre, no sabe que hacer y yo con ella. Observo a los espontáneos interpretes de la tarde más no sé qué hacer con mi enorme violoncello y su arco.



El calor se hace pastoso, miles de ojos que van mirando sin mirar, respiración, gesto que se torna común y se hace dificultosa para terminar en un general jadeo triste marcado cansancio.


...Espero los aplausos, o las pitas. No llegan y vuelvo en tiempo y espacio. Tengo que salir...

...Ya llegue a la Estación Central, mi destino, y por poco el tranvía me lleva a otra estación, para evitarlo salgo corriendo del vagón dejando mi violoncello, atril y partituras.



Derecha e Izquierda (que se bajaron en la misma estación que yo, pero se me perdieron en el bullicio y el tropel de la gente) posiblemente llegaran a concluir su concierto del día (creo que les vi levitar celestialmente sobre los peldaños de la escalera mecánica de la mano) en una Suite del algún lugar en esta ciudad, mientras yo estaré fumándome placidamente, y sin remordimientos a Wagner, tomándose un te frió, escuchando a Maria Callas y Nicolai Gedda, ella Carmen y él Don José, llenos por el polvo amarillo de alguna plaza perdida de mi amada España, a las tantas de la tarde entre abanicos, vino, claveles, rosas, mantones y sol calcinante. En aquella grabación del 64 en un Paris que ahora arde en desencuentros.



lunes, junio 18, 2007

La eternidad


Uno descubre, al pasar de los años, que los abismos están, existen, en las distancias cortas. A veces un viaje es el pretexto suficiente, -no para conocer otras cosas, otros horizontes, otras realidades-, para vernos a nosotros mismos, frente a frente. Será que la vida es tan complicada, o la hacemos tan complicada, que es tan difícil saber quienes somos. Un sencillo y sincero “Soy yo” nos puede abrir una puerta insospechada, de la cual hemos tratado no abrir por mucho tiempo, si nos da por analizar realmente lo que significa ese sencillo “Soy yo”, y lo que es peor el lapidario “Yo soy”. Por eso necesitamos salir al mundo en búsqueda de aquellos testimonios que nos den –si es necesario- la senda que nos devuelva aquel olvidado sabor a nosotros mismos.

Aun existe ese tipo de gente que desde la cima de sus arrogancias, segura no sólo de sus certezas, sino incluso del lugar que sus certezas ocupa en la realidad, nos mira y dice con ese “Usted no sabe con quién está hablando?”. Afortunadamente, eso quiero pensar, las certezas se han trasformado en preguntas, en largos viajes tomados como autoayuda, y uno se ve entre selvas, mares ignotos, ciudades de diseño…, y cuando menos nos lo esperamos, surge dentro de nosotros, esa terrible pregunta, preñada con nuestras vivencias, con nuestras experiencias, y nos escuchamos “Usted, por casualidad, no sabrá quién soy yo?”. A duras penas nos reponemos de la filosofía instantánea de nuestro sofá más mullido. Por algo el ser humano inventó las vacaciones. Ese artilugio, mediante el cual más que acercarnos a nosotros mismos, a lo interno de nuestra verdad individual, nos facilita la supuesta comprensión de eso que llamamos el género humano y sus absurdas actitudes contemporáneas. Los raros hábitos, de esa cosa llamada “turista”, nos sirven como medio para definir las oportunidades que nos ofrece la historia una vez cumplida la muerte de Dios y consagrando el final de todas las utopías. Sin ningún gurú conocido, sin trabajo o tarea que hacer o/y realizar, sin rutinas o cosa prevista, sin esos agobiantes horarios, al fin liberados de los grandes designios, de las dogmas providenciales de santos gastados, no nos queda otra que la bendita ociosidad, pura y simple. Esa forma de jubilación sentimental aconsejada, en paralelo, por la comodidad del presente y por las manchas crueles de las viejas banderas.

Exagero? Qué se puede hacer uno con ilusiones de doble filo en medio de la tranquilidad de una arena y sol magníficos? Y si eso añadimos una cervecita super fría de por medio, mucho protector solar y buena lectura. En ese instante, nos podemos poner exquisitos y arreglar el mundo?

Pero todo lo humano tiene sus bemoles: El agobio del tráfico al aeropuerto en “esos” días, el pastoso sudor frente a los mostradores, las salas de espera, los atrasos, las temibles cancelaciones, aquellas visitas guiadas y masificadas a los viejos recintos de la soledad, los codazos en la cola, la peregrina actitud de otros turistas que tratan alimentar, cándidamente, buscando la verdad manteniendo la actitud de aquel antiguo espíritu de los viajeros románticos. Unos American Geographic” andantes, que saben de todo, todo y nada disfrutan. De todo hay en este mundo.

Frente al turismo de masas, el yo persigue las huellas de los grandes viajes…, los grandes horizontes, los impolutos cielos…, lo cual dura hasta que los pies de nuestro intrépido viajero tocan el agua, en ese preciso momento recordamos que los grandes viajes ya no se hacen sin arriesgar nuestra maravillosa comodidad o nuestra propia vida.

Una cosa es que constantemente busquemos a nosotros mismos, que indaguemos quienes somos y adónde vamos, y otra cosa muy distinta que nos quedemos sin papeles, náufragos ilegales, amenazados por el horroroso vacío de la identidad. Es necesario, perentorio que la tinta que mancha todo el yo en las sociedades del bienestar no se ponga en duda en los sellos y las firmas de los pasaportes. Allí puede comenzar un viaje de aventuras, como lo de antes, pero peor.

En ese preciso momento recordamos lo gregarios que somos, aceptamos los viejos show con plumas gastadas a medianoche –para los que les gustan los cruceros-, a la “Piña colada” no muy fría –para los que nos gusta llenarnos de arena-, a la condición turística de la vida contemporánea – a los que no nos gustan salir de nuestro entorno-. La vulgaridad no sería una mala solución para el mundo, siempre que estuviera mejor repartida.

El turista de nuestro tiempo siempre lleva el boleto de vuelta, siempre nos queda el consuelo de la vuelta, descubrimos que el verdadero tesoro nos espera dentro de la casa que un día cerramos para salir de viaje. Pues, entre las plantas secas, las posibles huellas de los ladrones –no todo el mundo sale de vacaciones cuando nosotros estamos de vacaciones-, el polvo en los muebles, el terrible olor de cuarto cerrado –nuestro olor, que “Oh…, sorpresa!!!” habíamos olvidado-, las averías, la colonia de cosas, de extraño y pastoso color verde, que encontramos al abrir la nevera, el inevitable pago de las facturas atrasadas y sus respectivos etcéteras, descubrimos que somos todo eso. Nos descubrimos allí entre las tela de araña de nuestra biblioteca y en el “buenos días” del vecino, si es que dan los buenos días, o en el reflejo, con mala iluminación, del espejo del ascensor.

Ese verdadero yo, nos encuentra entre esos recibos, eso somos, es esa red que nos ata a nuestra vida, a nuestros metros cuadrados. Es ese mundo que hemos construido día a día, año a año, hasta el último momento. Ese divino momento que dejamos que otros paguen lo que ya nosotros no podemos pagar, pues sencillamente ya no estamos, pero eso es otra historia.

La subjetividad es una deuda perpetua, es el lugar que encuentra su hogar entre las facturas, las cuentas por pagar, es un espacio vacío con terribles pretensiones de quedar lleno o/y cubierto. Yo soy yo y mis acreedores, yo soy yo y mis recibos por pagar, yo soy yo y mis facturas. Esas divinas criaturas hacen que tengamos algún tipo de deber con nosotros mismos. Saben ustedes con quién están hablando? Soy el recibo de la luz, del teléfono, del alquiler, del colegio de los chamitos, la factura del estacionamiento, la del mueble del salón, la del plomero, la de la farmacia, la de la niñera, del sindicato, la del abogado…

En definitiva cuenta, soy una fiesta legal de causas perdidas y cuentas por pagar.

Esas facturas, de una u otra forma, se cancelan, se pagan. Pero existen las otras, de las que nunca se pagan completamente, las que están allí al asecho, las que como un agujero negro nunca están completamente satisfechas, las que como una puñalada se clavan en el lugar menos indicado, en el momento menos propicio. De ellas, de las deudas morales, Amigos…, de ellas…, ni hablar, por favor.


Todo lo mejor para Ustedes.


NOTA: Este post es para "Mi Adorada Emperatriz China"…, ella quería leer otras cosas. Y en ésta bitácora, ella manda y ordena. Además, dentro de poco su Graciosa Majestad me visita. Ya compré todos los fuegos artificiales, las sedas, los ocho mil quintales de arroz y los nuevos brocados. Estreno estado, la inopia…, pero ella lo merece. Las facturas se pagan, la amistad como la de ella, no tiene precio ni se mide.