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Los cuadros de Georges Pierre Seurat son todo
un alarde técnico donde se conjugan arte y ciencia casi en la misma proporción.
Uno de sus cuadros más famosos “Tarde de domingo en la isla de la Gran Jatte”,
o lo que es lo mismo “Un dimanche après-midi á l’lle de la Grande Jatte” es
todo un manual de intenciones. Su arte, si se pudiera resumir en una arrogante
frase, sería un simplemente pixelar la realidad, en miles de trocitos de color,
y plasmarla en un lienzo.
Si bien es cierto que nuestro amigo Georges
Pierre no fue el primero en utilizar el puntillismo en la pintura, basta ver un
cuadro de El Bosco o el mismo Vermeer, para saber que ambos lo usaban de forma
intuitiva. Pero nuestro amigo Seurart lo mezclo con la ciencia. El estudio
concienzudo del dibujo y la experimentación de las propiedades físicas como
también la naturaleza del color, de cómo mezclarlo y la casi ausencia del uso
del color negro o del blanco. Todo esto hizo de nuestro personaje un ser
extraño en el Paris de su época. No era un académico, pues no culminó su
formación ortodoxamente hablando, ni era un impresionista como lo eran, y cómo,
Monet o Renoir que, además, trabajaban al aire libre mientras Georges se
encerraba en su estudio experimentando. Diametralmente opuesto a los
impresionistas, que usando la improvisación, el trazo ágil, veloz y pretendían
atrapar lo fugaz del instante, Seurat trabajaba la realidad convirtiéndola en
una especie de croquis, mapa mental de lo que pretendía representar que iba, a
su vez, progresando, desarrollándose en su contextura y complejidad. De allí la
paradoja que su obra, a pesar de que pretendiera lo opuesto, no reflejan una
realidad concreta, tampoco una impresión de lo que ve, sino más bien un esquema
sintético que es propio y original. Allí la grandeza de Seurat, en su
maravillosa singularidad como representación sin dejarse llevar por cualquier
tendencia artística y teoría científica.
Un ejemplo, para medio entender su grandeza. Intentemos
fabricar un verde, debemos mezclar un azul y amarillo, pero no al azar, existen
multiplicidad de tonos de verde y en algunas circunstancia se debe aplicar
también un poco de rojo para lograr el color deseado. Es una extraña danza de
intentar balancear un azul, un amarillo para crear la determinada calidad del
verde que se desea, que se busca y eso no es nada, pero nada fácil encontrarlo
en una paleta e infinitamente más complicado hacerlo en un lienzo blanco. Sólo
por ello Seurat es inmenso llevándonos al mundo de los matices con sus puntos
de color en un lienzo, con su luz, con su obra. Un vanguardista en las
tendencias post-impresionistas y, de paso, ignorado por sus coterráneos. En
vida no tuvo éxito, marginado de los salones artísticos, se le tomó como mal pintor,
peor dibujante y, como Van Gogh, sólo pudo vender un cuadro. Años después su
obra alcanzó fama. Georges Pierre Seurat comparte el sino de los pioneros que
bebieron la copa amarga de la incomprensión, de la burla, del escarnio.
“Tarde de domingo en la isla de la Gran
Jatte”, “Un dimanche après-midi á l’lle de la Grande Jatte”, ¿Por qué me llama
la atención esta obra y por qué este insolente alarde pedante de sabiduría?
Entre tantas cosas en el cuadro hay unas 50 personas y, por absurdo que
parezca, ninguna de ellas se mira. En una superficie de 2 x 3 metros nadie se
mira, millones de puntitos revelan una imagen de incomunicación enorme y eso
fue pintado entre los años 1884 y 1886. También es cierto que en la mayoría de
sus cuadros la gente no se mira, pero en este, una tarde de domingo, donde la
gente está para ver y ser visto, nadie pretende tener algún contacto con
alguien y sin embargo es una obra magnífica.
El ser humano es una cosa perfecta y no hay
nada más maravilloso que ver la embriología del paso por nuestra vida
intrauterina. A vuelo de pájaro y un simple ejemplo, nuestro corazón evoluciona
y pasa de ser un primitivo corazón de pez, completamente tubular, a tener una
estructura parecida al corazón de un anfibio, con tres cavidades, y solo en el
momento del parto es cuando se cierra el foramen oval, que comunica ambas
aurículas, y a vivir usando un corazón de cuatro cavidades.
Vamos más atrás, vamos al momento de nuestra
concepción. En una eyaculación promedio, el hombre libera entre 1 y 5 mililitros
de semen. Los espermatozoides constituyen entre el 5% al 10% de lo eyaculado.
Podría pensarse que es poca cantidad pero, como esos bichitos son las células
más pequeñas del cuerpo humano, en una eyaculación pueden liberarse unos 250
millones de espermatozoides. Dichos espermatozoides, y sin GPS, salen en una
carrera a encontrarse con la que es justamente la célula más grande de las que
existen en el cuerpo humano que los espera en un tercio de una cosa llamada
Trompas de Falopio, en el cuerpo de quien será nuestra madre. Cuando un
espermatozoide, solo uno, logra penetrar la corona radiada, que rodea el óvulo,
es cuando comienza lo bueno y según la Iglesia Católica ya se ha creado un ser
humano, una nueva vida. Por eso Og Mandino escribió -sí, alguna vez leí ese
tipo de libros-, allá en 1975, aquello de que somos el milagro más grande del
mundo. De millones de posibilidades nacimos nosotros, pero esa es otra
historia.
En algún día de julio de 1962 fui concebido y
como el embarazo humano dura unas 40 semanas, desde el primer día de la última
menstruación, o 38 desde la fecundación, son aproximadamente unos 9 meses. Yo
nací un 24 de abril de 1963. Día miércoles, a las cuatro de la tarde. Mis
padres: María de las Nieves y Diego Ramón.
Ahora, ¿qué tiene que ver el cuadro del
francés y mi vida? Pues mucho y poco. Mucho, pues cada uno de ustedes me ha
regalado un color, un algo para yo ser lo que soy y es mi forma muy mía de
darles las gracias.
Así pues, gracias a mi maestra Aurora, la que
me enseñó el “mamemimomu” en aquel libro de colores brillantes, a mi maestra
Gladys y su “los planetas giran alrededor del sol”. Al señor Juan que, entre
cigarrillo Fortuna y buches de café, me enseñó las tablas de sumar. A mi
maestra Eunice que me encaramó en un escenario para cantar “Mi burrito
sabanero”. A mis divinos abuelos de cuento y orgullo, los paseos con mi tío
Antonio, el humor de mi tía Nena enseñándome a montar bicicleta aquel octubre
en Paraguaná o el sabor del guarapo endulzado con papelón en la casa de mi
abuela Abilia. A las empanadas de la señora Ricarda. La voz de Nilda
descantando bello y bonito. Los disfraces de Anita y Paquita. Los vaticinios de
la señora Eva que se hacen realidad cada vuelo que tomo. El sonido de la
lluvia sobre los techos, los chacos de agua transformados en enormes lagos y
con mis barquitos de papel. Dormirme, tiempo después, dejando afónico a Barry
Manilow y su “Even Now” mientras alguien me enseñaba a besar y la noche se
hacía caracola en su ombligo, yo soñaba en sueños jamás cumplidos y nuestras
manos descubrían caminos ahogando gritos nocturnos.
Gracias por los helados y los dulces más
dulces que uno pueda recordar como la ternura de Hilda y su batallón de
hermanos que, sin previo aviso, se convirtieron en mis tíos y sus hijos en mis
primos. El piano de Mariela aquella noche de julio de 1979 y el “Still” de
Rolando. Gracias a los largos pasillos de la Universidad de Carabobo, a los
pisos de la Universidad Católica Andrés Bello -Bioanálisis, Medicina,
Sociología y unas cuantas cucharadas de Psicología- con su ramillete de amigos,
lágrimas y suspiros. Gracias a mi araña portuguesa por regalarme el nombre de
Silmariat el cual llevo con orgullo. Gracias Rosa María por ser la primera
persona en creer en mí y aun, de loca gallega, mantiene su empeño. Gracias a La
Emperatriz China con sus “ocres, azules y alisios”. Gracias Alexis por traerme
el puente de Brooklyn mil años antes de poder verlo. Gracias a aquella Leda
inexistente y por deberme, por siempre y para siempre, aquella cena. Gracias
miles a aquellos ojos, de pícara chamita oriental, que con su inmenso zaperoco
saca a pasear sus divinas historias, en latas de galletas y “ese catirito va a volá “.
A Morella por aquel baile erótico entre
montañas y los ojos puyúos de medio pueblo. Linda y su empeño en hacerme soñar
los sueños que aún no he soñado. A la gente que teje, que crea de una cesta una
República. Gracias a la gente que construye y hasta te regala una melancolía al
mediodía con canciones de Manzanero, de Serrat, de Sabina, de La Grever, los
otros otros y en varios idiomas. Las sonrisas de Maruja -con flash-, los
sabores de Carlos, el trago de Verónica, los gestos de Ivette y todos sus
aliados. El sonido de aquel bajo de seis cuerdas, las toallas blancas en noches
con prodigiosas constelaciones de estrella fugaces y el “dime que existes”. Los
momentos memorables de hermosas películas, esas que te hacen subir más allá del
más allá. De los Ballet compartidos mientras me perdía en los ojos de América,
en América, en aquella casa de cartón. Los ríos llenos de teatro, los silencios
con sabiduría, la música de Aldemaro y con él toda la buena música. La poesía
de Henry, brindando con el ponsigué más exquisito, y lo hermoso que es escuchar
buenas canciones. Muchas gracias a mi Dulce Esperanza, la mujer más orgánica
que conozco -tan de verdad que parece de mentira-. Gracias a mis amigos que me
regalan arte, los que me enseñan que el arte es la cosa más maravillosa que se
puede dar. Mención aparte merece aquellos curas italianos expertos en curar
almas rotas, José Luis y Elio, les debo tanto.
Hubo, cuándo no, gente que no sólo se empeñó
en destruir puentes, romper caminos, levantar inconmensurables murallas con
ladrillos formados por las peores palabras e insultos. Se tomaron el honorable
trabajo de cercenar alegrías, crear las lágrimas, las más amargas, las más
dolorosas. Diseñaron sublimes suplicios, enormes abismos, surcos, fosas y
mazmorras oscuras. Colocaron, artísticamente, cualquier cantidad de mala
hierba, mutilando rosales, envenenando orquídeas y claveles, condenando a la
agonía a los posibles posibles. Alimentaron ríos, manantiales, lagos con el
amoníaco más exquisito. Tapiaron ventanas, se decoraron de almenas, calentando
brea de la buena y espesa. Colocaron un primoroso muro del egoísmo más puro,
robando ilusiones, plagiando suspiros y muchos sueños. Gente que minó alegrías
con las púas barnizadas por el veneno de cobra más potente, negando hasta una
molécula de agua al más sediento, mientras colocaban las cerraduras más
inexpugnables en cada una de sus puertas y tragándose las llaves entre tanto me
decían un sincero: “Te acepto como eres -con voces de actores de radionovela de
aquellos años 50s, para después rematar, cual Libertad Lamarque en una de sus
peores películas, luego de un lastimero suspiro- pero me encantarías que
cambiaras”. Gente que evita mirarse al espejo para no morir de espanto. Les
estoy infinitamente agradecido por enseñarme a no ser como ustedes.
Pero, también hubo gente que, sin aviso ni
protesto, se abrió en canal frente a mí y, mientras el tripero inundaba toda la
estancia, del corazón se sacaron una manta, una cobija tejida de verdad acunándome,
besando mis heridas y sembrando bonito. Gente que me sentó en su mesa
ofreciendo el ágape más exquisito, los vinos más dulces aunque frente a
nosotros tuviéramos un seco pedacito de pan y un vaso de agua fresca o tal vez
un mustio muslo de pollo en brasas y un trago de malta Polar -¿te acuerdas?-. Gracias
a ese par de hermanas que prestas sacaron su paragua para cubrirme en mis
tormentas más oscuras, hacerme compañía en mis noches más tristes. Gracias
Armanda, gracias Ana Teresa por esa maña, tan de ustedes, de regalar horizontes.
Gracias siempre a mis tres hermanos, mis
hijos, mi orgullo y mis sueños. Me faltarían miles de vidas para agradecer a
las tres mujeres de mi vida. A mi madre, la mirada con miles de historias de mi
tía Alexis, a las uñas de mi madrina con su exquisito color rojo y de lunita. A
mi pareja en su doble papel de “Ave Migratoria” y “Elqueteconté”, él que me
mira, con sus hermosos ojos azules, en un alarde de romanticismo más puro y
sincero, para decirme que siente por mí “cocodrilos en el estómago”, por soportarme por casi 30
años -y todos los que nos faltan-, por compartir atardeceres y descubrir
amaneceres. Día y noche, noche y día. Por su “algo bonito”.
Y a ustedes -amigos, hermanos de la vida,
primos, primotas, sobrinos, curiosos, mis loc@s domésticos, mis afectos y los
afines- los que me soportan, los que me leen, me escuchan -¡qué agobio para
ustedes!-, los que están aquí, los que perfuman mis días, los que me jalan las
orejas, los que se van y no vuelven, los que dan flores o las roban, los que me
dicen “no”, los que me aplauden -cosa terrorífica para un ególatra como yo-.
Ustedes, todos ustedes, son los colores que pintan mi vida, son los puntos de
color en este vitral medieval, en este mi muy particular lienzo de Seurat y dan
forma a lo que soy, me confrontan, me siembran, me talan, me tallan, me pulen,
me dan, me forman, me quitan, me aportan. Ustedes que me enseñan a saber que
soy yo quién pone, quién quita y quién da.
Mil gracias por estar, por ser, por existir y
por perfumarme la vida.
NOTA INFORMATIVA: ¿Por qué lo de 114? Hoy
cumplo 57 años, es un poco difícil que llegue a cumplir 114 años. Tengo la
certeza de haber vivido más de la mitad de mi vida y por ello lo de mi mantra
diario, “un día más, un día menos” es saber que este instante, este momento es
el único que tengo para intentar ser mejor y regalarles unas cuantas
carcajadas. Solo 8 cucharadas de ellas, poco más.
SOBRE LAS DESPEDIDAS: Desde hace años me
preparo para aceptar que mucha gente que quiero, que amo con absoluta locura,
tendrá el terrible mal gusto de irse antes que yo. Me va a doler, mucho, pero
debo aceptarlo y les juro que estarán en cada una de mis mitocondrias mientras
yo esté. Siempre he dicho que los amores de verdad están con nosotros en
presente perfecto y la forma más hermosa es recordarles con la mejor de nuestras
sonrisas. Un beso largo a todos mis muertos estén donde ellos deseen estar es
mi orgullo saberles en mí. Doña Coqueta, qué vaina contigo.
4 Comments:
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Querido DAR: qué increíble leerte,sobre
todo el día de tu cumpleaños y aunque te parezca extraño y la hora para ti sea nona te he recordado durante este día, como lo hace un cura de estos locos, que está metido en toda vaina y que al finalizar el día siente que no ha hecho un c*****! Hoy también ha tenido el día muchas aristas especiales...pero qué hermoso es finalizarlo leyendote y tomando tu visión de la vida siempre tan particular, tan tuya y también tan hermosa! Tendrás 57, pero como yo espero llegar a los 95, todavía tendremos cumpleaños por celebrar! Hoy y sé que me la recibes, te mando una bendición muy especial desde el corazón. Estoy celebrando la Eucaristía por Facebook a la hora del Principito es decir a las 4 de la tarde.Y la ofrecí también por ti con la compañía de dos o tres personas solamente. Alguno en crecimiento, como tú en aquella época, otros ya adultos pero echando hacia adelante toda una vida y hasta una, mi asistente y una hermana de la vida, a quién le murió la mamá ayer y yo le decía mammina! Mis homilías por Instagram @jlllofrano... Y yo respondiendote desde el celular! Bueno muchachote, hijo... Que duremos bonito! Qué de nosotros se pueda decir: "he conocido a alguien verdaderamente especial" que los años pasen y no se vean! Y que al final de la historia podamos haber cumplido con la misión de ser felices!
"Que delicia leerte y además en tú cumpleaños. Aquí la memoria y el buen gusto se unen y relatan, comparando, lo que somos los demás para ti y sin hacer nada, yo, con sólo haberte leído, me siento importante, amado, nada efímero y muy eterno, si se vale ser más eterno que la eternidad de un sentimiento que crece en ti y que nos regalas como algo cotidiano pero que algunos sentimos que nos toca pocas veces.
Gracias por revelarte e incluirme de un puntillazo.
Que rica pluma.
Feliz cumpleaños, Diego."
Impresionante el texto. Divina la palabra hilvanada que brota en ideas. Gracias vida, por traer a Diego.
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