Another Hundred People.
Es increíble como un hecho
fortuito, marginal, intrascendente, luego de los años se transforma en una
fecha memorable e importante. Hace 28 años tomé un vuelo destino Zürich y me vi
caminando por sus calles empedradas, muriéndome de frío y con mi futuro
desdibujado en el horizonte. En enero de éste año cumplí 20 años en que quemé
mis naves, como Hernán Cortes, y me vine a vivir a Suiza, también desde el mes pasado
tengo 15 años trabajando para una empresa de servicios en el aeropuerto de
Ginebra.
Jamás pensé vivir en otro
país, jamás imaginé levantarme un día con otra nacionalidad intentando comunicarme
en diversos idiomas y adaptarme a otra realidad, tener otro cielo otras
montañas.
El proceso ha sido lento y no
puedo olvidar ni estar inmensamente agradecido a toda esa gente que se ha
cruzado en mi camino.
Recuerdo a todas aquellas que
me cerraron puertas, ignoraron mi presencia, me hicieron promesas que se
evaporaron por en el tiempo manteniendo la cara de un “disculpa?” y mirándote
desde la cima de su prepotencia. Aquellas promesas del “ven mañana” y nunca
volvían. Los besos frío en el desayuno, la lluvia sin paraguas. Aquella gente que
me dejó esperando horas en inmensos salones, mi recorrido constante por largos
pasillos caminando de una oficina a otra. No los puedo olvidar y se los
agradezco.
No puedo olvidar aquella otra
gente que me pintó, de hermosos colores, un horizonte cuando yo no tenía ni
idea del tener un horizonte, aquellas personas que me ayudaron a ponerme en pie
en multitudes de momentos, aquellos a los que les moje el hombro con mi
particular inundación de lágrimas -soy dramático hasta el asco y más allá-.
Aquellas mis mujeres que me abrieron su corazón y me dieron una sillón donde
descansar. Los cigarros compartidos, las noches de soledad, sus magistrales “vive”,
sus lentes inmensos y la quinta de Beethoven mientras iban al baño sin cerrar
la puerta.
A mis amigos que creían en mí
mientras yo no tenía fe en mí mismo. A los que se la jugaron apostando por ese
flaco -alguna vez lo fui- de ojos soñadores, a los que me dieron 50 bolívares -de
los de aquella época- para fabricarme una sonrisa. A los que me regalaron mis
maravillosos sobrinos y el sentirme parte de una familia. Brindo por aquellos
amigos amigos, esos hermanos del alma sin ADN común y que han estado siempre. Toda
mi gratitud y mi aire.
28 años se pasan pronto, se
pasan lentos. Casi media vida construyendo parapetos, palacios en las nubes,
tejiendo ideales, pintando posibles en inmensos futuribles por cumplirse.
Somos producto de cientos de
personas y de otras cientos de personas que volverán a pasar por nuestra vida
transformando nuestra vida. En este mundo extraño, siempre cambiante y siempre
igual, de paredes frías, de libros por descubrir y leerse. De ciudades hermosas
y de otras un poco menos, de sonrisas sinceras y de doble cara también. Somos
producto de toda esa gente que nos mira o nos ignora, somos parte de sonrisas
francas, de mis adoradas carcajadas y de volver a comenzar cada mañana, cada
instante, aprender, comprender, comenzar y ver a iniciar.
Por algo la vida, en su juego
de dados, me llevó a trabajar en un aeropuerto y veo, día tras días, gente en
trenes, autobuses, en aviones. Caras, caras y más caras. Con sus esperanzas, con
sus frustraciones, con su locura, con sus preguntas sin respuesta, con su
amargura, con sus quimeras, gente que mira y que jamás volveré a ver… de miles
de ojos que he visto y que están en mí, que son mi referencia y que tienen el
maravilloso nombre de amigos.
A todas esas personas gracias,
a todas, pues, en cierta manera les debo lo que soy, lo que pretendo lograr en
esta vida tan azarosa que me ha tocado vivir.
Toda familia latinoamericana
tiene su propia versión de “La casa de los espíritus” de Isabel Allende, su “Cien
años de Soledad” de Gabriel García Márquez o su bolero particular. La mía no se
escapa de ello y de allí vengo con orgullo, con honor, son mis mejor medalla,
son los que aparecen, en mi rostro, cada vez que me veo en el espejo. Es mi UCV
particular, ellos son mis raíces y no hay palabras para decirles lo que ellos
representan para mí. No hay, solo están y eso es eterno en mí.
Hoy, también, hace 20 años
llegó a mi país unos de los gobiernos más nefastos sembrador de divisiones
múltiples, malgastó recursos como nunca. Convirtiendo una promesa en una
pesadilla. Un gobierno que dejó sembrado lo peor de lo que somos. Un gobierno
que hizo nada todo lo que tocaba. Tuvo todo cuanto se puede desear para
construir un futuro y lo llenó del el más cruel odio y estériles promesas.
De repente, cuando menos lo esperamos
el cielo se abre y sale el sol, brilla un esperanza y la esperanza es saber
comprender que todos somos responsables de crear una nueva realidad, que es
posible, que puede ser…
Y así otros cientos de gente vuelve a soñar,
otros cientos de personas cree, yo soy uno más de esas cientos de personas...
El tema “Another Hundred
People” pertenece al musical Company es una comedia musical estrenada en
Broadway en 1970 con guion de George Furth, música y letra de Stephen
Sondheim. La vi en Londres, el diciembre pasado, luego de soñar con ella
durante años, y flipé en su nueva versión.
Stephen
Sondheim, es el que escribió las increíbles letras de las canciones de West
Side Story de Leonard
Bernstein y
desde allí ha llegado a sus musicales con maravillosas canciones.
Hasta eso debo
agradecerle a “Mi Ave Migratoria” que no sólo me fabrica una sonrisa, todos los
días, si no que ha construido un presente que aún no me lo creo.
Cómo no ser agradecido
a la vida?
1 Comments:
Ten entiendo, ahora, un poquito más
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