A mis otras madres...
El pasado domingo 3 de mayo en
muchos países, entre ellos España, se “celebraba” el Día de la Madre y, como mi
madre está por esas latitudes, me dio por escribir algo y enviarlo a todas las
madres que conozco -las redes sociales son una maravilla o un terror, todo
depende del lente y las necesidades-.
Hoy en mi agobio patrio se celebra,
o se intenta celebrar, y quiero escribir a todas aquellas amigas -madres o no-
que me han sembrado en lo más profundo de mi corazón y han tenido el detalle en
abrirme horizontes, compartir alegrías, desayunar lágrimas. Aquellas que han
parado su camino para sentarse conmigo, arreglarme el rompecabezas interno y
hasta sacarme las piedras de mi zapato. Adoro a esas amigas que, entrando por
primera vez en mi vida y en casa, sin ningún tipo de pudor me dicen: “No tienes algo
para comer que me muero de hambre”.
Muchas gracias por hacerme ver
que no todo es gris ni todo es perfecto. Gracias por explicarme, por ejemplo,
que no se dice “pero, sin embargo”, que una malta compartida es maná de dioses,
que también tengo sobrinas o hermanas que se planchan el pelo. Que no son las
mejores cocineras y te hacen un banquete con una miga de pan.
Gracias por todos los hermanos,
primos, tíos, cuñados, nietos que me ofrecen como flores de primavera y con
ellos hacen, que el más mustio jardín, un parque de atracciones y todo tiempo
de posibles posibles. Son aquellas que hacen papilla mis por qués mientras
cortan el tomate para la ensalada. Son aquellas que saben más de mí que yo
mismo.
¿Brujas? ¿Cuaimas? ¿Ellas? ¡Todas ellas!
Esas que te llegan llorosas y te
dan la oportunidad en convertirte en otro personaje de su obra de teatro. Bailas
a su ritmo, te haces especialista de ginecología con “a una amiga la pasó…”
mientras te invitan a bailar –cualquier vaina- en un salón completamente minado
y a oscura. Aquellas expertas de béisbol y luego te preguntan, sin ningún pudor,
qué hace ese señor, ”ese que está detrás de home”, que nunca juega. As que de
arreglan un 4x4, bajo la lluvia, con un tenedor. Aquellas que adoran a Isabel
Allende, aquellas que odian a Isabel Allende y sus variaciones sobre el mismo tema.
Confieso que tengo un lío con
todas ellas, se multiplican en sus roles que me pierdo. Pasan de su papel de
abuelas, pasado por tías alcahuetas, a ser
mis más entusiastas queridas en un instante, y uno no sabe qué hacer con el
amor, con el cariño y, para variar, no soy muy bueno con las etiquetas.
Para todas ellas, y sus anexos,
muchas gracias. Todas ellas son mis mujeres que han sembrado en mí y son,
siempre, los instrumentos solistas -todas ellas- de la página musical de muchas
vidas y, entre ellas, la mía.
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