Algo bonito...
Algo bonito. La vida, no es nada, sin algo bonito.
Vamos a ponernos arqueológicos. Mi infancia
la viví en la casa de Mi Abuela “La Filósofa” y de su esposo “El caballero de
los zapato de trapo”, dos tías, tío llorón y una madre que se quedó viuda, a
sus 21 años con un niño flaco, orejón de dos años y dos meses. Mi pueblo, la
urbanización José Rafael Pocaterra, con sus calles de tierra roja, con sus
mariposas amarillas, con aquellos árboles inmensos de mangos y aguacates. Tenía
hasta su cárcel -donde las chicas de la cuadra se peleaban para ser nombradas
las madrinas de los equipos de béisbol-, su central telefónica llena de cables
negros y la señorita, eternamente señorita, que podía llamarse Teresita Hernández, con de miles de
años, la telefonista y encargada, de por vida, custodiar la imagen de “Nuestra Señora de todos los Milagros”. Viví en mi macondo particular, de días largos,
noches silenciosas, leche fresca recién ordeñada de vaca, un hilo de río
llamado “El torito”, magistrales tormentas con brisa furibunda que despeinaban
hasta los calvos, el padre Armendáriz su misa dominical. Una particular familia,
muy peculiar, como todo latinoamericano que se respete, y cuando las calles se
volvían ríos, en aquellos aguaceros interminables, había un niño que se sentaba
en un rincón, tras la ventana, a mirar la lluvia y a soñar. Ese niño era yo.
Así, sin nada de originalidad ni
alardes de genialidad, fue mi infancia. Un tópico común en media Latinoamérica.
Pero hubo algo, un grujido que salió una noche en la pantalla de aquel viejo
televisor. Ella. Bajaba su escalera de cartón, derramando glamour, ese caminar
felino que solo tienen las divas de cuento, la mirada perfecta, la sonrisa que
rompe almas y con su profundísima voz dejaba su “Hola tía… cómo estás” y María
Teresa Acosta, en su rol de Mama Gina le respondía: “Te hiciste la cirugía…”
En ese momento Carmen Victoria Pérez
entró a mi vida. La vida juega, con nosotros, a los dados, y un día la conocí y
la llamé Mi Doña Coqueta. “Me gusta, parece de personaje de Zarzuela.” Me dijo
entre un aluvión de sonoras, de sus mejores, carcajadas.
La Habana. Qué puedo decir de La
Habana y que tenga algo de novedoso, de original.
“Yo no sé cuántas cosas daría por sacarte a
pasear, y mostrarte ésta Habana tan mía que no sabes mirar, pues mi amor está
inscrito en sus torres, En los arcos de un viejo portal, En los más increíbles
balcones, Y en todas las piedras de la catedral.” Ella, Marta Valdés, quién más
puede describirla así?
Aldemaro Romero, uno de los más
geniales compositores venezolanos, tuvo por aquí, entre sus calles, bares,
noches, cabaret, acompañando a Alfredo Sadel, aquel ser de sublime voz -Te
acuerdas Miriam-. Y, la magia vuelve a ser presente, cuando entré, por primera
vez al Teatro América, me dio un regocijo venezolano al ver la foto de Alfredo
en el Hall. Fue el día que le entregaban La Giraldilla a Marta Jiménez Oropeza
-aplausos por favor para ella, donde quiera que estés- y ese día escuché, en la
voz de Vania, “Sábanas Blancas”, te acuerdas, Carlos, Mayito.
Una amiga cubana, “La Señora de los
Ríos”, al comentarle, que hace un año hice, por otra LINDA amiga –y digo linda,
pues ese es su nombre Linda DÁmbrosio- una exposición en Madrid de nombre “Son
de La Habana”. Ella me preguntó, “Y ese material lo tienes aquí en La Habana”,
se lo llevé a su casa y luego me dijo: “Dieguito, éste material está buenísimo
como para los 500 años de La Habana…”
De esa conversación a hoy pasaron
menos de 6 meses y todo esto es producto del juego incesante que hace la vida
con nosotros, en su eterno juego de los dados. “Mis amigos son uno atorrantes,
se exhiben sin pudor beben a morro”…, lo dice Joan Manuel Serrat y ellos hacen
que mi vida se vista de luces. A ellos, a mis amigos, a ustedes, les debo que
La Habana, Mi/tu Doña coqueta sea una realidad.
A finales del mes de julio sentí la
presencia de la muerte, ese no sé qué extraño que los europeos nunca entenderán.
Parte del realismo mágico latinoamericano. Lo cierto fue que días después llegó
a mi trabajo, allá en suiza, una excompañera de trabajo diciéndome que su padre
había muerto y respiré tranquilo pues era eso. La muerte de su padre y punto
pelota.
El
27 de julio, camino al hotel en Kiev, pasó, por el paso de peatones una
señora con una enorme guadaña y comenté, en voz alta, que esa cosa la lleva la
muerte y al mismo tiempo me estremecí. No pasó una hora cuando recibí un
extraño mensaje, de uno de mis amores de la vida, mi hermano Juan Carlos, desde
Venezuela: “Qué sabes de Carmen Victoria”. Le escribí, inmediatamente, a
Guadalupe, su hermana, “Estoy recibiendo una noticia, espero que no sea
verdad”, sonó mi teléfono y me dijo “Diego tu Doña Coqueta, se hizo eterna…”
Cuando me pidieron un nombre, para
ésta maravillosa e increíble locura de exponer en La Habana, no lo dudé. “Mi
Doña Coqueta”, por ella, por Carmen Victoria y por la Doña Coqueta, La Habana,
que está dentro de todos ustedes.
Agradecimientos. Todos. Y si he de
nombrar a una persona. Esa eres tu Maruja. En ti se concentra todo lo bello y
hermoso que hay en La Habana. Si se hace una encuesta entre los presentes,
podría asegurar que todos te conocen o conocen a alguien que te conoce. Tú eres
“Mi sonrisa de La Habana” y en ti les doy las gracias a todos mis amigos. Mis
locos maravillosos. Gracias por estar, ser y existir, gracias por perfumarnos
la vida.
Siempre es grato tener “algo bonito”
en nuestra vida.
Señores, buenas tardes.
PS: Este era el texto que,
supuestamente iba a leer, en la vernissage de mi exposición, el 21 de noviembre en la ciudad de La Habana
en la celebración de sus 500 años, pero dejé que la emoción del
momento tomara cuerpo.
2 Comments:
Siempre es un gusto leerte hasta el final...
Saludos a Mr Fósforo.
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