Airam Patricia
Airam Patricia. Mamá lo tuvo claro desde que supo que estaba embarazada, su niña se iba llamar así, Airam Patricia. A mí me gustó, no todo el mundo tiene una hermana con ese nombre Airam Patricia y más cuando me enteré que Airam era María al revés. Sonoro y contundente.
La
primera discusión, entre tu papá y mi mamá, fue que si nacía hombre,
machito, se llamaría: “Roberto por ti, Luis por mi papá”, decía mi
madre. “Roberto por mí, Antonio por mi papá”, decía tu papá, cosa
completamente descartada, pues en todas las quínelas ibas a ser una
rozagante y bella niña rubia con los ojos azules.
Pero
no, naciste tú, un 13 de junio a ganándote el derecho del Antonio en tu
nombre y, para evitar cismas familiares, te colocaron Roberto Luis
Antonio y punto pelota.
El
13 de junio, de hace 48 años, fue día domingo, y día del padre. Veo a
Roberto Vázquez López con esa rara mezcla de estupor, alegría, miedo,
orgullo de todo macho ibérico que se aprecie, al estrenarse como padre.
Esa maravilla de constelaciones, en cada ojo, tratando de brotar, mil
emociones que no se entienden, saliendo al Hospital con su chaquetota
amarilla, regalo de mi madre por lo del día del padre, supongo que esa
fue tu cara, hace un par de años, al nacerte tus dos soles.
No nos adelantemos.
Cuando
llegaste a casa, te vi y me pareciste feo, una vaina arrugada que ni
siquiera abría los ojos perdido en esa inmensa cunota cual trasatlántico
varado en plena sala. Todo era un jolgorio y yo no veía razón de tanto
corre corre por la cuadra, para ver la cara de mi madre radiante, cuando
no, y de tu padre con una de las sonrisas más bellas que alguna vez le
vi.
Yo
miraba el espectáculo a distancia, como quien ve una película
desenfocada, como detrás de bastidores, hasta que mi abuela “La
Filósofa” que te tenía en brazos me hizo sentar en aquellos muebles de
paleta, y te puso en mis brazos. “Aquí tienes a tu hermano, tú eres el
mayor y debes protegerlo con tu vida” y me jodió la vida.
Cambié
mi primer pañal, te enseñé el “mamemimomu”, te di sopa, cuidé fiebres,
me convertí en lazarillo de ti, de Manuel Arturo y de Juan Carlos, nos
íbamos al cine sólo –tú y yo- tomados por los meñiques, cantábamos
“Cuando yo te conocí amor…”, peleamos, nos negamos, te odié a muerte, te
saqué de mi vida, volví a entrar en la tuya, logramos ese extraño
hechizo de leernos la mente y esas cosas que sólo se dan entre hermanos.
Tienes
el sobrenombre más genial de todos, él que te puso el tío Juan Calero
al conocerte, “Rata Pelúa”, y para mí serás mi Beto y no el Robertico
familiar. Coño ya eres padre y aún te llaman así, qué incongruente
somos, no?
Son
muchas cosas que pudiera escribir de ti, malas, peores y magníficas.
Contigo supe lo que es amar a alguien con todo lo que ello significa,
dejar que se dé sus ñazos para que aprenda de la vida, saber que por
allí no es pero dejar la puerta abierta, la vida es una rueda que juega
con nosotros.
Te
amo como se ama el sabor “sabroso” de los golfeados con queso de mano
frente al Anima de la Yaguara, allá, camino del El Campo de Carabobo, te
amo por esas dos vainas bellas y gallegas que son tus hijos, te amo por
estar, por ser, por perfumarme la vida y lo demás es lo demás.
Feliz cumpleaños Roberto Luis Antonio. Rata Pelúa, Mi Beto de siempre.
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