Desde niño tuve, durante mucho tiempo, un sueño repetitivo. Estaba perdido en un bosque de piernas, mucho polvo amarillo, olor fuerte a nardos, alguien me levantó y creo escuché una voz que decía: "pídale la bendición".
Siempre temí
por mi cordura -a decir la verdad, nunca la tuve pero eso es otra historia-,
soñar con olores es el colmo y aguanté mis pesadillas como un "parte del
encanto"
Un día,
vainas de la vida, en un almuerzo familiar comenté lo de ese sueño loco a mi
familia.
Hubo un
silencio y una guerra de miradas, pues resulta que el fulano sueño era mi
experiencia en el funeral de mi padre. Yo tenía 2 años y 2 meses, de allí el
bosque de piernas, entre tanto polvo, y fui alzando para darle pedirle la
bendición en el cementerio. Vainas tétricas de los primeros años 60.
Resulta ser
que lo que yo pensaba era una pesadilla, es mi recuerdo más remoto y fechable.
12 de julio de 1965. En fin Freud, y toda su gente, ataca de nuevo cuando uno
menos lo espera.
Nunca pude
celebrar el día del padre y entendía a la Andrea Del Boca, sin madre ni
padre en un internado inmenso en aquel melodrama cursi llamado "Papá
corazón" -Mi madre, salía a trabajar muy temprano y no la veía, de allí mi
absurda idea que también era huérfano de madre, ya saben, yo y el drama-. Ven
por qué tengo a mi Lupita doméstica encerrada, en el cuarto de los locos, a 5
metros de la mata de Guanábana.
Vuelvo y
cierro.
La vida me
regaló un montón de padres, todos ellos ejercieron todos los derechos, sobre
mí, y nada de los deberes.
Sin embargo
logré hacerme un tejido con lo mejor de todos ellos y por eso les estaré
inmediatamente agradecido. Desde mi abuelo materno, mi ramillete de tíos
políticos y aquellos padres de mis amigos a los cuales yo me acercaba buscando
frondosas sombras, frases magistrales y cálidos consejos.
He sido
afortunado y en nombre de todos mis padres les deseo un maravilloso día del
padre a todos esos buenos padres que, vainas de la vida, son mis amigos y hasta
mis hermanos.
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