Crónicas de aeropuerto...
A veces sucede que debemos embarcar a los pasajeros por remota. Termino que se refiere cuando se lleva a los pasajeros en un bus.
Ese protocolo suele hacerse sin mayores
consecuencias cuando el tiempo lo permite pero, muy de vez en cuando, sucede
que la meteorología no es favorable ni agradable para los pasajeros o para el
personal que debe vigilar por la seguridad como para los de la rampa y menos
para el supervisor del vuelo.
Hoy me tocó hacerlo. Nuestro avión lo dejaron
más allá de más nunca y allí estaba yo esperando con un frío de mil demonios
pero con un sol inmenso y con ganas de irme al demonio.
En eso llegó el segundo autobús con los
pasajeros rezagados, unos 11 con sus inmensas maletas de mano. Cosa que siempre
sucede y no existe dios en el mundo que les enseñe que la maleta debe ser de
menos de 8 kilos. Pero no, la mayoría de los pasajeros llegan, a la puerta de embarque,
con escaparates y pretendiendo meterlos en cabina. Caso aparte son las madres
primerizas y sus cochecitos tipo mamut. Bueno, eso es otra historia. Volvamos con
la que nos compete.
Cuando estaba por subir la escalera una de
las últimas pasajeros, hubo un cambio de viento, cosa usual en las pistas de
aterrizaje y, como si fuera a cámara ultra lenta, la despelucó.
Vi como su peluca subía, como cinco metros, para
caer dando cabriolas no sé cuántos metros aun siendo juguete del viento. El
personal de rampa salió corriendo en búsqueda de la fulana peluca, una peluca
en una turbina puede causar atroces consecuencias, hasta que por fin se pudo
tomar. Con la misma rapidez se le devolvió a la señora…
La señora en cuestión amerita una ligera descripción.
Ella era una versión de Whoopi Goldberg, más gordita y sin gracia
vestida como cuando la Whoopi tenía que entregar el dinero a las monjitas,
en la película Ghost, pero más
apretada, con muchísimo más colores, toda una extravagancia de Jesús Soto junto
a Cruz Diez en pleno delirio, y sin sombrero ni velito chic. Demostrando toda su singracia, y presto vivace,
tomó la peluca, una engendro de trenzas multicolores, y se la entornillo en la
cabeza, pero colocándose la parte delantera para su nuca dejándose un look como
el depredador de la película de Schwarzenegger.
El efecto fue devastador.
Cuando se dio cuenta, dio conmigo, pues yo
estaba a unos palmos de ella, me miró como si tuviera entre sus manos Kalaschnikow por estrenar, entornó sus ojos, sentí el láser entre mis
ojos y casi escuché decirme lentamente “usifikiri
hata” en perfecto suajili.
“Ay Dios!!! De ésta no salgo.
Respiré dejando sin oxígeno medio
hemisferio, me mordí la lengua, intenté no mover otro musculo, pues mi sangre ya
la veía pintar media pista de aterrizaje y no era la idea.
Ella, por fin, y luego de un
segundo que me pareció ocho siglos, colocó su perol capilar como debería estar
y con las mismas comenzó a levitar, balanceando su cuerpo de izquierda a
derecha, escaleras arriba. En ese momento, ya liberada de la presencia de la
señora y lejos de su alcance, todo el personal les dio por estrenar LA
carcajada.
Seguramente el vuelo ya llegó a
su destino y aun nos seguimos riendo.
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