Y quién dijo que vivir en pareja no es una deliciosa aventura?
Adelanto, no me quejo, tal sólo que hoy me he puesto a recordar el dichoso día que mi pareja y yo decidimos vivir juntos. Fanfarria de trombones y campanas tubulares…, la envidia de el señor Tchaikovsky, pues.
No soy tonto, vine a ver primero el terreno, y eso no es un decir por decir, era nada más y nada menos que otro país, otroS idiomaS y sus 4 estaciones completitas.
En aquel entonces, mi pareja, vivía en un apartamento full amueblado –hasta pianito había- y totalmente alquilado. Su tiempo de alquiler, en ese palacio, pronto expiraba y para vivir juntos debíamos buscar otro, así comenzar por la puerta grande.
Eso también incluía comprar todo, y cuando menciono todo…, señores es TODO.
Mi pareja, muy pragmática, pensaba muy suizamente, que con una cama –obvio-, un sofá y una lámpara tenía ya la casa montadita.
Adelanto, no me quejo, tal sólo que hoy me he puesto a recordar el dichoso día que mi pareja y yo decidimos vivir juntos. Fanfarria de trombones y campanas tubulares…, la envidia de el señor Tchaikovsky, pues.
No soy tonto, vine a ver primero el terreno, y eso no es un decir por decir, era nada más y nada menos que otro país, otroS idiomaS y sus 4 estaciones completitas.
En aquel entonces, mi pareja, vivía en un apartamento full amueblado –hasta pianito había- y totalmente alquilado. Su tiempo de alquiler, en ese palacio, pronto expiraba y para vivir juntos debíamos buscar otro, así comenzar por la puerta grande.
Eso también incluía comprar todo, y cuando menciono todo…, señores es TODO.
Mi pareja, muy pragmática, pensaba muy suizamente, que con una cama –obvio-, un sofá y una lámpara tenía ya la casa montadita.
Y de allí a la eternidad.
Mentalidad suiza, pensé, otra cultura, otros otras cosas…
Y nos fuimos, un fin de semana, a IKEA.
-A qué?
-Ikea?
-Qué demonios es Ikea?
-…- Difícil de traducir.
En Ikea, tú entras con una idea, con un remoto plan de algo y terminas llevándote cualquier cosa que no se parece, ni remotamente, a lo que era tu idea original.
Ikea, amigos míos era, es y será el parque de atracciones para alguien que quiera montar sus cuatro paredes con algún gustito estético y a un precio razonable, no es un BBB –bueno-bonito y barato-, pero aceptable al bolsillo de dos reincidentes.
Pero allí es cuando comienza la odisea y toda la literatura épica en verso. No les miento.
Cualquier cantidad de lamparitas, camitas y sofacitos de “n” color, “n” forma y “n” precio. Ahora entiendo a mis amigos alemanes del otro lado del antiguo muro. En aquel tiempo había un sólo tipo de algo y listo, para qué complicarse, pero en Ikea no.
Eso no entra en ese gran galpón sala de exposición y venta.
Tomamos nuestro carrito y que los dioses nos sean propicios.
Para ser el cuento corto, y mientras recorríamos el laberinto del minotauro, lamparita en el carrito, después de horas y vueltas concéntricas le pregunto, como quién no quiere la cosa:
-Amor, tenemos platos?
No hubo necesidad de respuesta. No, no teníamos. Ni ollas, ni cortinita de baño, si alfombrita, ni copitas para nuestro Sekt..., ni un cuerno.
Salimos, por fin de Ikea, como beduinos antes de armar su tienda en desierto, sin camellos y en invierno, chorrocientos grados bajo 0, detalle para matizar.
Menos mal que mi familia fue inteligente conmigo y me dio la oportunidad de jugar un ratote con LEGO, si no ni manera.
Todo viene en cajitas –cama incluida- y con instrucciones en perfecto alemán, francés e italiano, idiomas que para ese entonces representaba para mí cantones antiguo de la dinastía Han. Sólo el italiano decía algo para mí, a los panaderos, sacerdotes, zapateros y sastres en Venezuela, gracias. Dios existe!!!
Por supuesto, mi pareja, al ver cajas, cajas y más cajas huía despavorida –el trabajo, la oficina- y me dejaba con mi particular QUIEBRE de cabeza.
El apartamento.
Un ático en el tercer piso, hermoso, minúsculo, romántico, a media agua que, a falta de costumbre, casi logro fractura en todos los huesos de la cara y cráneo –una viga de madera masisísima en el medio de la bañera, quién me puede explicar eso de forma lógica-. No debo ser injusto con eso, me arreglo el rostro y sin pasar por el bisturí.
Cocina, sala –con chimenea, no hubo tiempo de utilizarla-, dormitorio. Todo en un único ambiente.
_Me siento como Mimí, en el primer acto de La Boheme.
Fue el comentario de La Emperatriz China al visitarnos, tiempo después.
Al final de la cocina existía un cuartucho, oscuro y sin ventanas, que La Emperatriz China, al verlo e inspeccionarlo, sabiamente, lo bautizo como "El cuarto de Anna Frank". También, a un lado y sobre nuestra cama, existía otro cuartito, una pequeñísima guardilla y otra vez, La Emperatriz China, nombró como "El cuarto de Heidi". Desde allí, Ella –La Emperatriz-, arreglaba el Imperio y disfrutaba la modorra invernal, cuando se instaló por un tiempo en nuestras vidas, lastima que tuvo que volver a su morada de Rojo, seda y marfil.
Volvamos al primer día de nuevo.
Luego de medio hacer el ático habitable, la primera gran cena. Nuestra primera gran cena en nuestra casa, en nuestras cuatro paredes. Y después de todo un día de esfuerzo y trabajo. Nos veíamos, en silencio, allí haciendo realidad sueños, ilusiones, sacando a patadas a las dudas y a los miedos. Los cuales, las dudas y los miedos, aprendieron la lección y ya ni se atreven a tocar la puerta de nuestra casa.
Muy originales nosotros, decidimos hacernos una…, pasta!!!
Salieron cubiertos como espejos, platos relucientes, copas con un brillo especial, mantelito azul…
Señores, déjenme decirles e informarles y que jamás de los jamases se les olvide. Los apartamentos, casas y afines “NO VIENEN” con el colador de pastas incluido.
Pues, no. No viene, tampoco en el mío, por más que lo busqué…, nada de nada.
De ello me di cuenta justo cuando la pasta estaba al dente. Respiré profundo y lo tomé de la forma más estoica que pude, nada ni nadie iba a arruinar ese momento, aunque no existía el coladorcito de todos los santos.
Al final, hubo pasta, quedó que ni de Nonna Napolitana, pero hubo, hasta vinito rojo y riquísimo…
Esa fue nuestra primera casa, ya llevamos seis –sí, 6!!!-, y no me extrañaría, en absoluto, en volvernos a mudar dentro de poco. Vivo, definitivamente, con un ave migratoria, ya lo acepté Karma…, Oooooooooooommmmmmmmmmmmmm!!!
A veces me gustaría transformarme en tortuga, sería muchísimo más fácil. Pero esto es lo que hay y lo he aceptado.
No me queda otra.
Mentalidad suiza, pensé, otra cultura, otros otras cosas…
Y nos fuimos, un fin de semana, a IKEA.
-A qué?
-Ikea?
-Qué demonios es Ikea?
-…- Difícil de traducir.
En Ikea, tú entras con una idea, con un remoto plan de algo y terminas llevándote cualquier cosa que no se parece, ni remotamente, a lo que era tu idea original.
Ikea, amigos míos era, es y será el parque de atracciones para alguien que quiera montar sus cuatro paredes con algún gustito estético y a un precio razonable, no es un BBB –bueno-bonito y barato-, pero aceptable al bolsillo de dos reincidentes.
Pero allí es cuando comienza la odisea y toda la literatura épica en verso. No les miento.
Cualquier cantidad de lamparitas, camitas y sofacitos de “n” color, “n” forma y “n” precio. Ahora entiendo a mis amigos alemanes del otro lado del antiguo muro. En aquel tiempo había un sólo tipo de algo y listo, para qué complicarse, pero en Ikea no.
Eso no entra en ese gran galpón sala de exposición y venta.
Tomamos nuestro carrito y que los dioses nos sean propicios.
Para ser el cuento corto, y mientras recorríamos el laberinto del minotauro, lamparita en el carrito, después de horas y vueltas concéntricas le pregunto, como quién no quiere la cosa:
-Amor, tenemos platos?
No hubo necesidad de respuesta. No, no teníamos. Ni ollas, ni cortinita de baño, si alfombrita, ni copitas para nuestro Sekt..., ni un cuerno.
Salimos, por fin de Ikea, como beduinos antes de armar su tienda en desierto, sin camellos y en invierno, chorrocientos grados bajo 0, detalle para matizar.
Menos mal que mi familia fue inteligente conmigo y me dio la oportunidad de jugar un ratote con LEGO, si no ni manera.
Todo viene en cajitas –cama incluida- y con instrucciones en perfecto alemán, francés e italiano, idiomas que para ese entonces representaba para mí cantones antiguo de la dinastía Han. Sólo el italiano decía algo para mí, a los panaderos, sacerdotes, zapateros y sastres en Venezuela, gracias. Dios existe!!!
Por supuesto, mi pareja, al ver cajas, cajas y más cajas huía despavorida –el trabajo, la oficina- y me dejaba con mi particular QUIEBRE de cabeza.
El apartamento.
Un ático en el tercer piso, hermoso, minúsculo, romántico, a media agua que, a falta de costumbre, casi logro fractura en todos los huesos de la cara y cráneo –una viga de madera masisísima en el medio de la bañera, quién me puede explicar eso de forma lógica-. No debo ser injusto con eso, me arreglo el rostro y sin pasar por el bisturí.
Cocina, sala –con chimenea, no hubo tiempo de utilizarla-, dormitorio. Todo en un único ambiente.
_Me siento como Mimí, en el primer acto de La Boheme.
Fue el comentario de La Emperatriz China al visitarnos, tiempo después.
Al final de la cocina existía un cuartucho, oscuro y sin ventanas, que La Emperatriz China, al verlo e inspeccionarlo, sabiamente, lo bautizo como "El cuarto de Anna Frank". También, a un lado y sobre nuestra cama, existía otro cuartito, una pequeñísima guardilla y otra vez, La Emperatriz China, nombró como "El cuarto de Heidi". Desde allí, Ella –La Emperatriz-, arreglaba el Imperio y disfrutaba la modorra invernal, cuando se instaló por un tiempo en nuestras vidas, lastima que tuvo que volver a su morada de Rojo, seda y marfil.
Volvamos al primer día de nuevo.
Luego de medio hacer el ático habitable, la primera gran cena. Nuestra primera gran cena en nuestra casa, en nuestras cuatro paredes. Y después de todo un día de esfuerzo y trabajo. Nos veíamos, en silencio, allí haciendo realidad sueños, ilusiones, sacando a patadas a las dudas y a los miedos. Los cuales, las dudas y los miedos, aprendieron la lección y ya ni se atreven a tocar la puerta de nuestra casa.
Muy originales nosotros, decidimos hacernos una…, pasta!!!
Salieron cubiertos como espejos, platos relucientes, copas con un brillo especial, mantelito azul…
Señores, déjenme decirles e informarles y que jamás de los jamases se les olvide. Los apartamentos, casas y afines “NO VIENEN” con el colador de pastas incluido.
Pues, no. No viene, tampoco en el mío, por más que lo busqué…, nada de nada.
De ello me di cuenta justo cuando la pasta estaba al dente. Respiré profundo y lo tomé de la forma más estoica que pude, nada ni nadie iba a arruinar ese momento, aunque no existía el coladorcito de todos los santos.
Al final, hubo pasta, quedó que ni de Nonna Napolitana, pero hubo, hasta vinito rojo y riquísimo…
Esa fue nuestra primera casa, ya llevamos seis –sí, 6!!!-, y no me extrañaría, en absoluto, en volvernos a mudar dentro de poco. Vivo, definitivamente, con un ave migratoria, ya lo acepté Karma…, Oooooooooooommmmmmmmmmmmmm!!!
A veces me gustaría transformarme en tortuga, sería muchísimo más fácil. Pero esto es lo que hay y lo he aceptado.
No me queda otra.
Dedicado a mis amigos, los embaladores, sin ellos ya estaría muerto. Gracias, mil gracias!!!
4 Comments:
Algo de ello, amiga SEÑORITA EQUIS, algo de ello.
Todo lo mejor para ti
6 mudanzas!!! pues yo pronto tendré que emprender la mía después de 12 años de estabilidad. no estoy nerviosa. mentira, ¡tengo demasiadas cosas, cómo las recojo, siento que voy a botar la mitad!!!!
me encantó tu post.
...
por fin siento este culo un momento y me paro quieta para leer tus relatos. Este me ha gustado mucho, como la vida misma.
Un día te contaré mi primera visita a Ikea, con mi hijo de 5 años, más el hijo de la desgraciada que me propuso ir allí, más la desgraciada y su niñita en el carricoche (habrás comprendido que YO fui la que se tuvo que ocupar de los dos monstruitos grandes subidos al carro más grande y engorroso que hay en Ikea). Me acordé de Herodes.
Y, aún encima, cuando por fin encontré mis estanterías billy, la condenada de mi amiga me dice que no le caben en el coche.
A pocas le corto la cabeza, que para eso me llamo Judit. Al final sólo salí de Ikea con una crisis cardíaca y, por supuesto, una de esas espátulas de madera y un perchero para la habitación del niño que me persigue, como una pesadilla, en las habitaciones de todos los niños de todas las casas de todas mis amigas.
Besos.
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