Existen cosas muy íntimas, muy dentro de nuestros corazones, cosas muy privadas las cuales nadie tiene ni idea de su existencia. Son tan privadas que hasta nosotros –a veces- nos olvidamos que están allí, de tan escondidas las tenemos...
De repente, una palabra, un gesto, un acorde, un aroma se transforma en un llave prodigiosa, en un “Ábrete Sésamo” abriendo baúles, cajas, puertas, descorriendo cortinas y corazones.
Allí está, "son aquellas pequeñas cosas..." a las cuales cantaba Joan Manuel, todo aquello que creíamos olvidado, seco o en el mejor de los casos perdido. Ya saben, la adultez o la madurez en su mayor grado posible, hace que todo sea etiquetado, ordenado, aséptico, sobre todo hace eso con los sentimientos. Esa absurda frialdad norte-europea que esconde, debajo de esa impenetrable masa de hielo, volcánicos corazones. Y que es terriblemente contagioso.
Ayer me fui a la cama tarde aunque estaba muy cansado, hoy me levanté temprano, el día gris y frío en éste otoño que se estrena pisado fuerte por éstas latitudes.
La rutina de siempre, de mis domingos; ir por el periódico, prepararme el desayuno, arreglar la cocina por el desastre ocasionado por el estropicio de ayer.
En eso, como un murmullo, como un riachuelo, como una suave brisa, con el sonido del rocío llega las ensoñaciones de la niñez y “esa dulce melancolía” de los recuerdos impregnados por los aromas de los dulces de mi abuela.
Revisé los correos sin estampillas, de estos últimos tiempos, y está allí “Su canto a jerry Lynd y Andersen, es antológico.” Y la noria volvió a dar vueltas, vueltas y vueltas enloquecida de gozo, de ternura, de vida.
“La balada de Hans y Jenny”, el poema que me hizo llorar cuando lo leí de niño y volver a recordar, volver a escuchar la voz de mi abuela, que como en sueños, me pregunta: “Qué te pasa, qué te pasa…” y yo sin voz para contestar, yo todo sollozos y sin palabras para explicar, explicarme. Sintiendo increíble vacío; un extraño algo rico sin nombre, que me hacía diluviar, diluviar y diluviar.
Sentí la necesidad imperiosa de volverlo a leer, lo busqué como el sediento al agua, lo leí…, y que aún ahora, al leerlo, aun me hace llorar...
Luego tú me escribes, luego TU me dices que "El Hechicero" soy yo.
De repente, una palabra, un gesto, un acorde, un aroma se transforma en un llave prodigiosa, en un “Ábrete Sésamo” abriendo baúles, cajas, puertas, descorriendo cortinas y corazones.
Allí está, "son aquellas pequeñas cosas..." a las cuales cantaba Joan Manuel, todo aquello que creíamos olvidado, seco o en el mejor de los casos perdido. Ya saben, la adultez o la madurez en su mayor grado posible, hace que todo sea etiquetado, ordenado, aséptico, sobre todo hace eso con los sentimientos. Esa absurda frialdad norte-europea que esconde, debajo de esa impenetrable masa de hielo, volcánicos corazones. Y que es terriblemente contagioso.
Ayer me fui a la cama tarde aunque estaba muy cansado, hoy me levanté temprano, el día gris y frío en éste otoño que se estrena pisado fuerte por éstas latitudes.
La rutina de siempre, de mis domingos; ir por el periódico, prepararme el desayuno, arreglar la cocina por el desastre ocasionado por el estropicio de ayer.
En eso, como un murmullo, como un riachuelo, como una suave brisa, con el sonido del rocío llega las ensoñaciones de la niñez y “esa dulce melancolía” de los recuerdos impregnados por los aromas de los dulces de mi abuela.
Revisé los correos sin estampillas, de estos últimos tiempos, y está allí “Su canto a jerry Lynd y Andersen, es antológico.” Y la noria volvió a dar vueltas, vueltas y vueltas enloquecida de gozo, de ternura, de vida.
“La balada de Hans y Jenny”, el poema que me hizo llorar cuando lo leí de niño y volver a recordar, volver a escuchar la voz de mi abuela, que como en sueños, me pregunta: “Qué te pasa, qué te pasa…” y yo sin voz para contestar, yo todo sollozos y sin palabras para explicar, explicarme. Sintiendo increíble vacío; un extraño algo rico sin nombre, que me hacía diluviar, diluviar y diluviar.
Sentí la necesidad imperiosa de volverlo a leer, lo busqué como el sediento al agua, lo leí…, y que aún ahora, al leerlo, aun me hace llorar...
Luego tú me escribes, luego TU me dices que "El Hechicero" soy yo.
Gracias Photheus, qué bonito regalo, muchas gracias!!!
LA BALADA DE HANS Y JENNY.
Verdaderamente,
nunca fue tan claro el amor
como cuando Hans Christian Andersen
amó a Jenny Lind,
el Ruiseñor de Suecia.
Hans y Jenny eran soñadores y hermosos,
y su amor compartían como dos colegiales
comparten sus almendras.
Amar a Jenny era como ir comiéndose una
manzana bajo la lluvia. Era estar en el
campo y descubrir que hoy amanecieron
maduras las cerezas.
Hans solía cantarle fantásticas
historias del tiempo en que los témpanos
eran los grandes osos del mar. Y cuando
venia la primavera, él la cubría con
silvestres tusilagos de trenzas.
La mirada de Jenny poblaba
de dominicales colores el paisaje.
Bien pudo Jenny Lind
haber nacido en una caja de acuarelas.
Hans tenia una caja de música
en el corazón,
y una pipa de espuma de mar,
que Jenny le diera.
A veces los dos salían de viaje por
rumbos distintos. Pero seguían amándose
en el encuentro de las cosas menudas
de la tierra.
Por ejemplo,
Hans reconocía y amaba a Jenny
en la transparencia de las fuentes
y en la mirada de los niños
y en las hojas secas.
Jenny reconocía y amaba a Hans
en las barbas de los mendigos,
y en el perfume de pan tierno
y en las más humildes monedas.
Porque el amor de Hans y Jenny era
íntimo y dulce como el primer
día de invierno en la escuela.
Jenny cantaba las antiguas baladas
nórdicas con infinita tristeza.
Una vez la escucharon unos estudiantes
americanos, y por la noche todos
lloraron de ternura
sobre un mapa de Suecia.
Y es que cuando Jenny cantaba,
era el amor de Hans
lo que cantaba en ella.
Una vez hizo Hans un largo viaje
y a los cinco años estuvo de vuelta.
Y fue a ver a su Jenny
y la encontró sentada,
juntas las manos,
en la actitud tranquila
de una muchacha ciega.
Jenny estaba casada y tenía dos niños
sencillamente hermosos como ella.
Pero Hans siguió amándola
hasta la muerte, en su pipa de espuma
y en la llegada del otoño
y en el color de las frambuesas.
Y siguió Jenny amando a Hans
en los ojos de los mendigos
y en las más humildes monedas.
Porque, verdaderamente,
nunca fue tan claro el amor como cuando
Hans Christian Andersen amó a Jenny Lind,
el Ruiseñor de Suecia.
Aquiles Nazoa
"Por todo y por nada,
Por nada y por todo…"
LA BALADA DE HANS Y JENNY.
Verdaderamente,
nunca fue tan claro el amor
como cuando Hans Christian Andersen
amó a Jenny Lind,
el Ruiseñor de Suecia.
Hans y Jenny eran soñadores y hermosos,
y su amor compartían como dos colegiales
comparten sus almendras.
Amar a Jenny era como ir comiéndose una
manzana bajo la lluvia. Era estar en el
campo y descubrir que hoy amanecieron
maduras las cerezas.
Hans solía cantarle fantásticas
historias del tiempo en que los témpanos
eran los grandes osos del mar. Y cuando
venia la primavera, él la cubría con
silvestres tusilagos de trenzas.
La mirada de Jenny poblaba
de dominicales colores el paisaje.
Bien pudo Jenny Lind
haber nacido en una caja de acuarelas.
Hans tenia una caja de música
en el corazón,
y una pipa de espuma de mar,
que Jenny le diera.
A veces los dos salían de viaje por
rumbos distintos. Pero seguían amándose
en el encuentro de las cosas menudas
de la tierra.
Por ejemplo,
Hans reconocía y amaba a Jenny
en la transparencia de las fuentes
y en la mirada de los niños
y en las hojas secas.
Jenny reconocía y amaba a Hans
en las barbas de los mendigos,
y en el perfume de pan tierno
y en las más humildes monedas.
Porque el amor de Hans y Jenny era
íntimo y dulce como el primer
día de invierno en la escuela.
Jenny cantaba las antiguas baladas
nórdicas con infinita tristeza.
Una vez la escucharon unos estudiantes
americanos, y por la noche todos
lloraron de ternura
sobre un mapa de Suecia.
Y es que cuando Jenny cantaba,
era el amor de Hans
lo que cantaba en ella.
Una vez hizo Hans un largo viaje
y a los cinco años estuvo de vuelta.
Y fue a ver a su Jenny
y la encontró sentada,
juntas las manos,
en la actitud tranquila
de una muchacha ciega.
Jenny estaba casada y tenía dos niños
sencillamente hermosos como ella.
Pero Hans siguió amándola
hasta la muerte, en su pipa de espuma
y en la llegada del otoño
y en el color de las frambuesas.
Y siguió Jenny amando a Hans
en los ojos de los mendigos
y en las más humildes monedas.
Porque, verdaderamente,
nunca fue tan claro el amor como cuando
Hans Christian Andersen amó a Jenny Lind,
el Ruiseñor de Suecia.
Aquiles Nazoa
"Por todo y por nada,
Por nada y por todo…"
Todo lo mejor para Ustedes.
PS: La“Emperatriz China” tiene días de constantes Fuegos Artificiales, y eso me hace inmensamente, INMENSAMENTE!!!
PS: La“Emperatriz China” tiene días de constantes Fuegos Artificiales, y eso me hace inmensamente, INMENSAMENTE!!!
Tiempo de cosechas, ya era hora!
4 Comments:
..... me "espanta y paraliza" tu sensibilidad. Enhorabuena Sr. Silmariat / Antiguo Hechicero / Erudito Misterioso
Te lo mencioné al pasar, sabiendo, porque te conozco, que no lo ibas a dejar pasar. Parte del llanto de mi infancia fue por ese amor de poesía clara y sencilla, como deberían ser todos, todos, todos los amores.
Gracias por devolverme también un ratito a mi niñez! Gracias, porque volví a recordar a mis abuelos!
Gracias por tu post!!
Un abrazo. Nos seguiremos encontrando en ese mundo que ya no existe y en el que algunos, como tú y yo, hemos echado raíces.
Judit
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