Y llegó otro viernes a la cuidad.
Y los viernes en la tarde, a la salida de la oficina; el bullicio se hace inmenso, la gente se divide en dos bandos. Aquellos que se preparan para disfrutar y sueñan en la posible rumba de tres días. Y aquellos que cuentan los minutos para escapar de ella rumbo a cualquier parte.
Ya era de noche, Octavio decidió quedarse en Caracas, hacer vida social casi obligado por José, su amigo de hace años, la novia de José, María Helena, y un largo etcétera de amigos comunes...
Trató de ser cordial con su grupo de viernes laboral, él cual, siempre tiene el mismo tópico de conversación en cualquier sitio donde estén o los lleva la marea del: ¨¿Qué vas a hacer esta noche? ¨ , y como pasar la noche del viernes sólo y sin planes no es muy original, se cae en la trampa. Lo cierto, que estaba allí, totalmente aburrido aún antes de salir.
Y se fueron a una nueva tasca casi por consenso. La nota, del momento, era retomar aquellos ¨viejos viernes cerveceros universitarios¨ y tomar todas las cervezas posibles sin ningún tipo de remordimiento. Allí la reconoció inmediatamente.
Allí estaba ella, entre la bruma y esa extraña escenografía de fin de siglo en ésta, cada vez más absurda ciudad. Allí estaba con su cuerpo envuelto por ese vaho que han dejado todos los cigarrillos fumados y por fumar.
Por algunos instantes se le ocultaba, se le escapaba, se le escondía tras telones humanos de distintas índole, consistencia, texturas que bailaban con su propio ritmo, pero en vano lograron que la perdiera de vista.
Y allí estaba él, Octavio “cara de mamón chupa´o” con su propia tropa de amigos “weekeneando” y que por todos los santos se negaba a convertirse en Tántalo con una cerveza en la mano izquierda.
Con sumo cuidado, se puso la careta del "¡Oh, qué interesante!" ya mal gastada por el uso y el abuso. El tema de esa noche era: "¿Cómo te va en la universidad?" A pesar que todos habían pasado por la toga y el birrete, aún tenían el prurito de los Post-Grados, Docencia, Doctorados y pare usted de contar.
Por el piso rodaron exámenes, investigaciones, anécdotas, cafetines, fotocopiadoras y carreras en busca del libro perdido. Lo único que le frenaba de esa absurda reunión era la presencia al final de la barra.
Se acercaba y huía de su presencia. Dejándose llevar por la corriente y con el firme propósito de hundirse en su acantilado, en el extraño misterio del ser y no ser, ese no-sé-qué inexplicable con nombre poco claro.
Toda la fauna, y de los otros, del acuario citadino deambulaba moviendo colas, aletas, conchas, púas y escamas haciendo turbulencia en su necesidad de oxigeno.
Poco a poco se acercaba a ella. Un cigarrillo fue la añeja y usada estrategia. Dejo a su grupo extasiado oyendo a Marta y su eterno seminario sobre los robos en la ciudad y el efecto nocturno al salir del Post-Grado o de cualquier parte.
Y se fue al final del bar, justo al lado de la caja registradora. Escuchó trozos de conversación. Compró una cajetilla larga, la del hombre a caballo y enorme orquesta sinfónica, se sintió más torpe que nunca y con vano esfuerzo trató de apagar el infierno de sus orejas junto con el extraño temblor en sus costillas ''Qué bolas! Y a tu edad...''
Ella miraba-hablaba-escuchaba en su trono, muy cerca de la caja registradora, moviendo sus manos, ojos y afines explicando quién-sabe-qué a su corte de planetas, satélites y cometas. El efecto lo defraudó, por un momento, quizás por esa su postura en punto de fuga en ese cuadro inconcluso. O tal vez sería que jamás entendió de terapias, diagnósticos y cosas por el estilo, en una reunión de Médicos, Psiquiatras, Psicólogos y demás, hablando de sus propias vainas, en un viernes y en su propio grupo laboral.
Estuvo a punto de colocarse un gran OFF y en ese preciso momento se miraron. Efecto total. Instante de película europea. Aquellas de tonos sepias y granos inmensos, en donde matizan situaciones haciéndoles lentas, sutiles, eternas... Sintió el sutil, el sinfónico olor de los pasteles, la textura de la crema recién batida, el sabor de las nueces acarameladas en fina lluvia sobre el chocolate. Perfecta Torta casera de cualquier aldea alrededor del castillo de Luis II de Baviera. Lo demás fue salivar en aluviales cantidades, como vulgar lobo, sin caperucita, ni bosque, ni abuelita.
Sólo por un instante.
Uno de los astros, La de la cola azul enorme, hablaba de quién-sabe-qué libro, autor, investigación. Ella la escuchaba, con marcado desdén, pero ya era parte de un pasado por crearse. Ella miró a Octavio cuando éste encendía su cigarrillo, le mostró una sonrisa, un esbozo o algo así. La pobre iluminación del lugar, más el espeso humo de unos incontables cigarrillos, no ayudaba para nada.
Pero, él tenía que volver a su grupo. Llegó, justo en el momento y rescatarlos de Juan Carlos que ya amenazaba con volver a contar su tragedia en los juzgados de este país, cosa sólo comparable con toda la historia de Alejandro Magno en verso.
Volvió a mirar hacia el grupo de Ella, como quién no quiere la cosa, por vulgar azar, recorriendo aquellos..., metros de distancia.
Definitivamente, era su noche. María Helena encontró en aquel grupo alguien que conocía y así poco a poco, los dos grupos se fusionaron paulatinamente. Omaria encontró nuevas víctimas para sus anécdotas y Octavio estrenó brillo en los ojos.
Claudia, era su nombre.
Así, sin proponérselo, se transformaron en un raro grupo donde se habla de cosas normales. Los temas se convirtieron en variados tópicos sobre la vida y hasta su nota cinematográfica hubo.
Las cervezas se convirtieron en otras, otros cuantos cigarrillos formaron otro hongo, banalidades iban y venían hasta hacer que Octavio -a duras penas- oliera su perfume y se deleitara con el tono de su voz. Un estudiadísimo toque de rodillas y sin querer..., huir. ¿El motivo? ¡Las cervezas! Ellas fueron las culpables de su retirada, casi a la carrera, que terminó en el baño. Al salir, Octavio encontró a Claudia en busca, también, del baño perdido. La acompañó, la esperó, como todo un acartonado caballero del siglo XIX y luego regresaron, retomando sus cervezas, cigarrillos y esta vez compartieron un viejo y malísimo chiste.
Giraban y giraban casi en caleidoscopio de miradas, voces, música, era evidente que algo pasaba entre ellos, que algo ocurría. Octavio se fue al garete con el roce de su pierna con la de Claudia.
Ella regresaría a Cumaná, al calor y la distancia, al día siguiente, mala suerte. Estaba en Caracas sólo de paso, se enteró que estaba dictando un seminario en una Clínica del Este. “Nuevas técnicas del bloqueo dfvmfvcfgjrtdcvicular del plexo bdlverbvfldkbraquial y del nervio ftndftrvmplíteo”. Chino de la segunda no-se-cual dinastía.
Pasó el tiempo, la noche transcurría, se agotó y la gente sincopadamente se fue perdiendo entre las butacas, trasformándose en fantasmas, dráculas que escapan a la luz y se quedaron solos. Allí estaban, un par de perfectos extraños tratando de llenar vacíos y conciliar encuentros ya sábado mediante haciendo, cada cual, fortalezas de naipes a la orilla del mar.
Se dejaron llevar, sin poner ningún pretexto, contexto ni barrera. Afuera la lluvia había dejado maquillada a la ciudad, las luces hacían ondas largas en el pavimento. Para cumplir con la tradición y no desentonar, se cruzaron teléfonos, se hicieron promesas, se dijeron lo mismo que se acostumbra decir en esas situaciones. Y Octavio, se permitió, volvió, a ser el mismo de hace años.
La dejo en el Hotel casi a las tantas de la mañana y aún a oscura. Se despidieron. Él volvió a su carro, colocó CD y "Trois Gymnopedies" de Erik Satie lo acompañó, lentamente, hasta su apartamento.
Esto es, lo que se supone que debería ser, un capítulo de una novela que estoy escribiendo, desde hace algún tiempo, si hay que ser sinceros.
Es sábado, es de noche, hace mucho frío –el viento golpea fuerte a mi ventana y con persistencia sobre la ciudad- y yo decidí abrir de nuevo el cajón de mis escritos para regalarles mi 2do. Capítulo.
5 Comments:
Heme aquí, abriendo de vez en cuando y de cuando en vez la tapa de este libraco -para leer de PRIMERITA cada capítulo-....
PD: Lo malo, o tal vez lo bueno, es que yo soy taaaaan despistada que nunca acierto los finales ....siempre me sorprendo....SIEMPRE.
...Has leido a nicotine?...si conoces algo de su trayectoria blogueril y quieres darle un poquito de aliento...se te agradecería...
Mucho tiempo hacía que no venía. Y me arrepiento. Me he perdido buenísimas lecturas y cercanos artículos (lo de vivir juntos es muy exacto). Me pareces un excelente candidato para lo que llaman, "nueva narrativa latinoamericana". O tal vez mejor una categoría aparte?.
Saludos desde el Subdesarrollo.
Gran manera de describir como se conocieron dos personas...pero que más pasó???
No eres el estilo de autor que yo descolgaría de un estante para leerte. Eso demuestra mi ceguera selectiva en lo que a literatura se refiere. Esa novela, llena de acepciones barrocas con salpicaduras de trópico, se me antoja ha de ser íntima y total, a semejanza de las de Isabel Allende.
No solo dominas la palabra muy bien, creando y recreando un singular estilo, sino que te reconocería por un par de frases, en cualquier momento. Eso es clase y escuela.
Felicitaciones, esperando a por más.
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