jueves, septiembre 15, 2005

Una vez, me llegó, a mi oficina, una invitación a una fiesta.
Por el tipo de tarjeta, prometía ser una ocasión muy especial, y sobre todo por el lugar. Un viejo caserón ubicado en la loma de unos los cerros nortes de la cuidad.
Desde niño me llamó la atención su edificación, casi un castillo medieval en pleno trópico, estructura llena de almenas, torreones. Apenas de veía algo de él, tras los inmensos árboles que le rodeaban, como también su alta verja de hierro forjado, que lo protegía de miradas indiscretas y alimentaban terriblemente mi fantasía.
Siempre he sido fiel a mi máxima: “Todo llega en su debido tiempo”, no sé por qué motivo, pero siempre tuve la certeza que algún día, entraría en él, que lo visitaría y descubriría sus secretos.
Pues allí, cuando menos lo esperaba, en mi mano, tenía la llave para entrar en él, transformada en tarjeta de invitación.
Con la tarjeta en cuestión traía unas indicaciones curiosas a seguir, ya saben que algunos aristócratas son peculiares y, aparte de informarnos que era una fiesta de abolengo y etiqueta, se nos solicitaba como requisito importante, llevar una vela.
"Una vela, qué curioso"
Pues, llevado por la intriga respondí aceptándola, “es de buena educación responder a una invitación” decía siempre mi abuela materna.
Lo cierto, y no lo oculto, sentí cierto perturbación, era hacer realidad un sueño. Si bien ya no podía jugar entre sus árboles cual Tarzán –era mi sueño de niño- o sentirme Sandokan o el mismísimo Conde de Montecristo, pero peor es nada.
Muchos de mis amigos y familiares estaban también invitados. Cosa que me hacia muy feliz. Imagínense, era compartir, en cierta forma, otra de mis fantasías. Reunir en un sólo sitio a todas las personas que de una u otra forma son importantes para mí. Demasiada casualidad para ser realidad. Pero la magia existe, doy fe de ello.
Poco a poco fueron pasando los días y concientemente, me arregle para esa ocasión. Vestí mis mejores galas y…, por supuesto portaba conmigo la inquietante vela. Una vela nada particular, una vela normal y corriente.
Otra de las cosas que se decía en la tarjeta era reunirnos en el hall todos los invitados a las nueve en punto.
Y aunque sea inusitado en nuestra tropicalísima ciudad, todos estábamos allí, expectantes, curiosos.
A las nueve fuimos recibidos por el anfitrión vestido como mago de circo, con copa ya en mano entramos al salón principal, que estaba a oscuras, y se nos pidió encender las velas.

Qué espectáculo, alabastros, cortinas, mesas, mármoles, brocado que rivalizaban con el atuendo y las joyas de las damas presentes. Un brillo inusitado e increíble matizado por la luz de las velas.
Me sentí transportado a otro tiempo, a otros aires.
Aire, el olor, olor de jazmines en flor, embriagador efecto de los aromas.
La música que nos envolvió a todos...
En eso pensé, yo el egoísta.
“Si todos tienen velas, voy a apagar la mía, y cuando ya no se acaben las otras, enciendo de nuevo la mía, así seguiría un poco la fiesta”.

Y la apague.

Y todo quedo a oscuras.
Y todo quedó en silencio.

Entonces…, dolorosamente para mí, entendí.
Y allí, aterrado comprendí que todos a mi alrededor, todos en la fiesta, tan sólo llevaban espejos.

A Mónica y la luz de todas sus velas.

2 Comments:

Blogger Protheus said...

Lo que más desearía en la vida este servidor, es poder decir una estupidez como "¡Ay, qué nice una fiesta con espejitos!", y tener valor para vivir con eso el resto de mis días. No le temo al ridículo inevitable, como que se te rompa un pantalón, te vomites, etc. Le tengo TERROR al ridículo hijo de mi propia estupidez.
Por ello, leyendo tan hermoso relato, prefiro no comentarlo. Mejor, simplemente, lo leeré de nuevo.

viernes, septiembre 16, 2005 6:13:00 p. m.  
Blogger Mar said...

La foto de las velas es brutal!
Me ha encantado!

sábado, septiembre 17, 2005 1:46:00 p. m.  

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