jueves, febrero 24, 2011

En la tarde uno, a veces, regresa, como hoy, de un cualquier día laboral, en ésta ciudad, no ciudad, de cielo gris. Uno se pierde entre los vericuetos de sus calles. Y nos vemos nadar, transformados es absurdos peces, entre los pasos, entre las miradas cansadas, entre los resoplidos de la gente, como de caballos sedientos, entre el galopar de los trenes o/ y tranvías, entre miles de bostezos…

Uno, a veces, camina.

El frío, con su roce, nos hace, nos regala, esa milagrosa transformación de nuestros dedos en azules carámbanos que huyen directo a los bolsillos fríos -para qué dudarlo- de nuestro pantalón o chaqueta.

Uno, a veces, se pierde entre los océanos de nuestros pensamientos. Saca su tabla mental y, cual mejor surfista, pelea entre las olas del: El qué vamos a cocinar, qué vamos a ponernos mañana -afortunadamente llevo uniforme que hoy, para mejorar el panorama, mi pantalón decidió descocerse justo en la costura que va de la cintura a la entre pierna. La sangre no llegó al río, mi ropa interior era oscura y nadie, espero, se dio cuenta-, organizar lo organizarle, responder el correo privado, hacer las llamadas pertinentes…

Y seguimos caminando entre abrigos oscuros, entre tantos pasos raudos, veloces, que van a no sé dónde. Personas ignotas que se nos cruzan y desempolvamos nuestro mejor francés con los anodinos: Excusez-moi”, “désolé”, “jusqu'à demain”…

Y a veces, cuando menos lo esperamos, un rayito de sol se abre entre tanto gris y piedras frías. Y no vemos estrenando sonrisa y brillito en los ojos. Una música lejana, pero tan cercana, tiene la llave como para abrir la puerta a un raudal de aire fresco, de olores sabidos de fogones añorados.


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Una voz, tan cálida como la que escuché hace algún tiempo, nos acaricia. Y recordamos sonrisas, rincones conocidos llenos de un verde como sólo existe en el jardín de mi infancia, la mata de caimito con su orgía de olores dulzones. El clo-cló de las gallinas “ponquetas”, sin saberlo, de la señora Helena. El sabroso sabor del rapao de parchita que hacía la señora Aurora. Las maravillosas empanadas de la señora Ricarda. Y añoramos, recordamos, dulces miradas como de 31 de diciembre o de abrir regalos. Viene la ronca voz de mi abuela “La Filósofa” o la voz de perfecta mezzosoprano de mi madre cuando le da por cantar -lástima que no lo hace tan a menudo-.

Y suspiramos..., y tenemos nuestro momento cursi del día, justo volvemos a vernos, entre los grandes vidrios de los comercios de por aquí y nos reconocemos como nos vimos, tiempo atrás, con las rodillas peladas, franela sucia y sonrisa fresca en la esquina ya lejana de nuestra niñez…

Y vuelvo a escuchar, y no sé cuantas veces…


“Estrellitas fugaces parecen,

tus ojos que a veces

me miran mezquinos

cual palomas que inquietas volaran

cual chispitas, cual cocuyos,

así miras tú, así miras tú."


Mi Dulce Esperanza…, muchas gracias. Sencillamente, muchas gracias...


Todo lo mejor para ti.


2 Comments:

Blogger La Hija de Zeus said...

Que lindo cuando vienen los lindos recuerdos.. me sentí retratada con eso de que nos perdemos en entre océanos de nuestros pensamientos..

un besote

lunes, febrero 28, 2011 5:34:00 a. m.  
Blogger Silmariat, "El Antiguo Hechicero" said...

Gracias!!!

domingo, abril 24, 2011 11:01:00 p. m.  

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