domingo, abril 24, 2011

Las uñas de Marlene



Klimt-1.0

El fin de semana me lo arruinaron. Tenía planes más interesantes que jurungar sobre el Pbro. Dr. José Cortés de Madariaga, el del dedo negador, que propició que Don Vicente Emparan y Orbe, Gobernador y Capitán General de Venezuela dijera su famosa frase: “Si no me queréis, yo tampoco quiero mando…” amargándole, para siempre jamás, su Semana Santa y el cargo.
Pero nada, mi maestra Eunice le dio por mandar una lista larguísima de palabras extrañas, con el abominable nombre de “tarea para la casa”. Por una vez nos libramos el horror de la tabla del 7, dolor de cabeza de Sandra y de Henry, o de buscar los nombres del tripero que todos tenemos dentro. Pues no, ella, mi maestra Eunice, se puso patriótica, y teníamos examen, el lunes para más inri, desde los señores Pedro Gual y José María España, hasta terminar con el dedito del chileno ese.
Adiós a un fin de semana y comer mangos hasta reventar o jugar “Vaqueros e indios” con Luis Alberto, Paquita y Anita. Adiós a la construcción didáctica de zamuras con mi abuelo o ver danzar el dado sobre el tablero de Ludo. Nada, historia patria entre pecho y espalda. Abrir mi libro “Arcoiris” y fue ponerme la carne de gallina cuando me dio por hojear -y ojear-, páginas más allá, la fulana Campaña Admirable con sus mapitas y todo. Ese fin de semana lo tendría crudo. Afortunadamente mi abuela “La Filósofa” iba a preparar jalea de mango. Dios existe.
Esa noche, justo, cuando Marina Baura le escondía la pulsera a Marina Baura. Es decir, Rosalba Bracho -esa mala malísima- le escondía una pulsera a Alicia Estebes -la buena buenísima- en la primera, e insuperable versión, de La Usurpadora. Justo en el momento que toda mi familia materna estaba pegadísima frente al televisión Philip llegó ella, como una aparición, tocando el timbre.
Me toco ir a ver quién se atrevía tocar la puerta a esa hora y menos en ese momento. Claro, cual perritos de Pavlov, todos en la familia, teníamos la costumbre de responder, al escuchar el timbre, Tilín, un estúpido "Quién es…"
Pues, para sorpresa para mí, era la hija menor de mis abuelos maternos. Llegó estrenando cabellera, rubio rubio rubio de pote y por un momento pensé de la versión amable de Rosalba Bracho nos visitaba. Ella llegaba de, redobles de timbales, Caracas. Un lugar lejísimo que estaba al final de una también larga carretera. Todo lo bueno venía de Caracas, Belmode -la locura de las mujeres de media cuadra- era de allí y Tío Rico y la Efe…
Se me olvidaba, para complicarme, “algo más”, el fin de semana había boda en la cuadra y la casa de mi abuela -terreno completamente neutral de todo problema- se convertiría en un enorme salón de belleza y la hija menor de mis abuelos, sin beberlo ni comerlo, en directora del mismo.
El sábado todo era un mar de rollos, secador –una bolsa enorme que convertía a la víctima en astronauta de alguna misión apolo-. Escuchar de Helena –la prima de mi abuelo- y de mi abuela "La Filósofa" anécdotas de los peinados armados con cerveza o con agua de azúcar, con el mosquero loco. Las pinzas calientes, que dejaron a más de una calva, las mallitas de abuela vieja. Y, de repente, ver salir todos corriendo, al escuchar los gritos de la Señora Ricarda, vecina de mis abuelos, pues Nilda -su hija, la misma que DEScantaba las canciones- se estaba exprimiendo, su larga cabellera, con la lavadora de rodillos Westinghouse. El greñero se le enredó y estuvo a punto de regalarnos un funeral.
“Cómo se te ocurre, mija”. Le decía Don Antonio, su padre, mientras él y mi abuelo, intentaban eliminarle el rollo, que cual Vilma Picapiedra, tenía Nilda en el medio de la frente.
“Es que tengo el pelo muy largo y me cansa secarlo…” se le escuchó, mientras media cuadra estrenaba nuevo chisme y risas con sordina
Luego la vida volvió a la cuadra, y la casa de mi abuela a llenarse con el mujerero prestas a convertirse en émulos del cine mexicano. Nubes de lacas, armazón de pinzas, tirabuzones varios, buches por allá. La tarde se llenó de copias de María Félix, María Victoria, Libertad Lamarque, y alguna que otra Sara García -las abuelas-. Las heroínas patrias también se hicieron presente con un enjambre de “Chuchitas”, se acuerdan?, para más tarde ponerse los vestidos llenos de coquetas bacterias multicolores, de fabricación propia de las Coco Chanel de la Urbanización, que ya quisiera, para sí, Chelo Rodríguez, Carmen Victoria Pérez o Marisela Berti.
La boda se acercaba con pies de plomo y todas querían, para variar, hacerse las uñas.
Allí fue cuando me di cuenta del trabajo artesanal que implicaba hacerse las uñas. División del trabajo puro y simple. Piedra pómez para los pies más ariscos, cortacutículas, el olor de la acetona, toneladas de algodón entre los dedos, el palito de naranja para rematar los bordes y todas copiándose el modelito de las uñas de mi madrina. Elizabeth, era la artista. En unos cuantos toques de color confeccionaba la uña de concurso. Esa que dibujaba la lúnula, en blanco perfecto, para luego colocar un rojo rubí en todo el resto de la superficie. Dibujito que hizo furor en los últimos 60 y principios de los 70. Luego se masificó con la utilización de “sacabocado” para hacer "er güequito" más fácil. Las cachifas lo usaban, para luego perderse en el nunca jamás. Ahora la nota es colocarse las uñas de plástico. Unos magníficos e interminables obeliscos (?) multicolores, que se decoran como tortas y/o como vitrales de alguna perdida iglesia gótica. Yo soy clásico, prefiero ver una uña natural, y si no es de lunita, con color sangre. Vainas de viejo.
Mujeres, mis mujeres.
Muchas mujeres han decorado mi vida. Las cuatro primeras son las patas de mi silla mental. Mi madre y aquellos increíbles sus zapatos de bruja. Mi abuela “La Filósofa”, su pelo gris y sus maravillas. Mi Tía Alexis que me enseño, entre tantas cosas, jugar metras y entender los silencios. Mi Madrina, la hija menor de mis abuelos, y sus maravillosas uñas de color rojo, de lunita. Ella fue la que me regaló mi primera caja de 48 colores. Ella me llevó a mirar el mundo desde el balcón “De Abanico a Maturín, edificio Beta, piso 10, apto 10D”. Ella me regaló ver el puente de Maracaibo, en la noche, como un brillante collar de perlas, en mi primer viaje en avión.
Ella, también, me lo presentó: Allí estaba él. Mirando arrogante, sabedor de lo divino y lo profano. Dueño y Señor del rincón superior de la biblioteca. Entrar y verle era como estar en presencia del “Copón divino de la sabiduría” y él lo sabía. Él con su absurdo nombre: “El pequeño Larousse”. A ella le debo muchas cosas y su “Buscalo en el diccionario”. Me cambió la vida. Si querer me abrió un mundo y eso se debe agradecer.
Amigos.
Muchas mujeres han pintado, con hermosos colores, mi vida. Una me hizo partícipe de una decisión caminando por Madrid, mientras Aldemaro se hacía presente en la voz de Elisa. Otra se me presentó en la Católica, se trasladó de una punta a otra de la ciudad, me sacó de clase, para pedirme, a mí, la bendición. Otra, fue mi esposa, luego ex esposa, y siempre mi amiga. Amigas que me enseñan sus tetas o se ponen a orinar, frente a mí, sin cerrar la puerta, pues el chisme era muy bueno. Escuchar la madre de una amiga, a sus entrados 80 años, contarme, como si nada, su primera regla y la primera vez que vió, en su vida, un hombre desnudo. Escucharle a Felicia, su particular orgía, de todos contra todos, en aquel castillo destruído, en el centro de Europa, con los soldados sobrevivientes de ese horror llamado 2da guerra mundial: "Chico, qué podía hacer, los pobrecitos perdieron una guerra?" mientras tomaba un roncito, en Caracas, escuchando música venezolana y yo con mis ojos como platos.
Amigas que llegan, se va, vuelve y regresan. Amigas que me regalan sobrinas y me abren su casa sin preguntar. Amigas que se comen las uñas. Amigas que se unen con uno de mis amigos y fabrican amaneceres. Amigas que lloran lavando los platos, se arrechan y se vuelven a divorciar. Amigas que hacen nubes de humo y me piden lo mejor de mí. Amigas que me cuentan lo que no cuentan a nadie. Amigas que se besan con otras de mis amigas. Amigas que me llaman, a cualquier hora, para regalarme sonrisas o porque "la que te conté" no les vino. Amigas por las cuales regalo mi sombra. Amigas que están completamente locas. Amigas que están en mí. Amigas que me regalan su vida y me la llenan de fragantes flores.
Amigas con la bemba roja, con greñero victoriano, con voz de trueno, con sonrisa embriagante, con miradas de láser, con brillos en los ojos, con sus esposos, con manos increíbles, con piernas de infarto, con senos que ni María Guevara, con “qué sé yo” que enloquece, las divinas, con sus rollos, con sus pecas, con sus novios, con sus recuerdos, con sus amantes, con sus perfumes, con sus tacones, las detectives que viven en Córdoba, con sus peos, con su rímel corrido, con sus borracheras, con sus rosas rojas, con sus hijos, con sus cuentos, las que descantan, con sus caídas, las dramáticas, las que orgasman escuchando la 5ta de Beethoven, con sus cantos, las lloronas, con su vida, con tanto, con poco…, pero siempre mis amigas.
A todas ellas las recuerdo, cuando recuerdo las largas uñas de Marlene, todas ellas están en mí cada vez que sonrío, como hoy, y cumplo años.

Un beso a todas ellas y todo lo mejor, siempre, para ellas.

PS: Hubo, en el desayuno, "Huevos a la Kandinsky", y hasta invitación para Verona, para visitar a Violeta, en julio.