jueves, noviembre 20, 2008

Maiquetía Oct 2008 010


En los cincuenta, sesenta y parte de los setenta viajar en avión era todo un rito. Era demostrar, a los “otros” mortales, el status, la posición social, económica y, por qué no, política que se poseía. Eran aquellas rocambolescas peregrinaciones al aeropuerto, las largas despedidas, el fingido agobio, algo de fastidio, era sembrar un poco de envidia y con todo lo que ello significaba. Era un absurdo who’s who con sus propias reglas, las cuales de debían cumplir, reglas escritas en ninguna parte, tácitas formas de ser que daban sus pautas, sus leyes. Eso se notaba hasta en la indumentaria a llevar.



Para ellos: su mejor traje a la medida, generalmente oscuro, los zapatos lustrosos, discretamente engominados, llevando un perfecto nudo “Windsor” -para las corbatas ligeras, para las de punto se lleva el llamado “Four in Hand”-. Completando el efecto, con una gabardina al descuido. Émulos de Cary Grant o de un rechoncho Alfred Hitchcock.


Para ellas, la cosa se complicaba: De día, un traje de dos piezas, color neutro, con un respectivo bolso y zapaticos a tono -Dior, Louis Vuitton, Hermès o Gucci?- y, para las más osadas, su respectivo sombrero de ala muy ancha, una pamela -nombre que proviene, por cierto, de la protagonista de una novela del mismo título de Samuel Richardson, quien llevaba un sombrero de ese tipo-. Para la noche, un impresionante y sobrio vestido tres cuartos de color oscuro, portando un discreto broche, generalmente sobre el corazón, que denotaba todo un “azulístico” árbol genealógico. De no haber broche, el consabido collar de perlas. Como colofón llevaban aquellos peinados imposibles, con laca hasta en el ADN o aquellos milimétricamente casual y, aún en el trópico, un pesado abrigo de piel. Remedos de Jackie Kennedy o de Doris Days según los gustos y posibilidades.


Digamos que todo ese glamour se ha perdido, y aún no sé si es para bien o para mal.


Viajar, en avión, se ha hecho, últimamente, de lo más popular, y en esto no soy nada original. Ahora se viaja casi bajándose de la cama, me explico, casi en pijamas. Los pasajeros llegan hasta descalzos, con los pelos de cualquier forma y, terror de los terrores, sin bañarse desprendiendo un olor que ya quisiera para si una mofeta.


Convivo, desde hace un tiempo, con personas que el aeropuerto, y todo lo que tenga que ver con él, significa algo más que un simple empleo, sienten verdadera pasión y uno termina contagiándose.


Basta una anécdota:


Corrían los primeros noventa, del siglo pasado, en Caracas. Asistí a una cena donde el único que no trabajaba para el medio aeronáutico era yo. Me convertí en el invitado de piedra, por extraño que parezca, casi no hablé durante toda la noche. La mesa se convirtió, para mí, en un partido de tenis. Por poco me disloco el cuello de tanto mirar de un lado a otro. Por la mesa pasaron reservaciones, conexiones, equipos, pasajeros, destinos, visas, aeropuertos, líneas aéreas, hoteles. Para hacerles el cuento corto, al final de la cena, David, un tripulante de la mejor aerolínea del mundo entonces, Swissar, -divinos tiempos aquellos!- sacó unos los chocolates para acompañar el café y el colmo de los colmos. Los chocolates tenían forma de aviones.


Les queda claro?


Uno de los temas preferidos, de todos los del los gremios, son los pasajeros. Esa clase de ser humano que trasmuta en algo con figura humana pero que no pertenece la esa raza. Dulces ancianitas que de repente te da de bastonazos, ejecutivos con mirada asesina. Madres terriblemente madres, jóvenes que quieren viajar pero no saben para dónde. Delgadísimas niñas con pequeñísimas maletas de más de ochenta kilos…


Ahora se acerca, con pasos agigantados, las navidades. Eso deriva a uno de los momentos terroríficos en los aeropuertos -el otro son las vacaciones de verano-. Miles de pasajeros inundarán los pasillos de todos los aeropuertos del mundo. Por estas latitudes, las navidades, significa también nieve. En otras palabras mis odiados skies. Si en verano, mis queridos pasajeros, viajan con sus bicicletas, en invierno vienen con sus respectivos skies. Ya me tocará pelearme con diversos engendros con pesados gorros, abrigos y bufandas.


Llevo años conociendo cualquier cantidad de historias, más de diez años entre pasillos, gates, diversos aeropuertos y vuelos me dan el aval como para hablar de ellos, de mis adorados pasajeros.


Un poco de historia:


En mi primer viaje a Europa, Cristina, una amiga que trabajaba en el Aeropuerto Internacional de Maiquetía-Caracas, me hizo conocer las 3P. Cosas completamente necesarias para hacer cualquier viaje por avión. Es decir. Pasaporte, pasaje y plata. Lo demás es accesorio.


Pero, amigos míos, las cosas han cambiado desde entonces.


Segunda entrega: COSAS QUE TODO PASAJERO DEBE SABER ANTES DE PISAR UN AEROPUERTO!!!”



Todo lo mejor para Ustedes.


PS: No estaba muerto, ni estaba de parranda.