A veces existen situaciones que como una mancha de aceite sobre el agua clara corrompe y daña.
Lo siento amada Emperatriz China, te juré no tocar el tema…, pero las cosas ya se están pasando y, aunque no se me ha pedido, debo dar mi versión de las cosas, sin distorsionar, eso se lo dejo a otros más duchos en la materia.
Vamos a un poco de historia.
Capítulo 1.
A final del año pasado tuve la maravillosa idea de hacer unas tarjetas navideñas, las hice, las diseñé –gracias Yadi- y las envié a todas aquellas personas que para mí son importantes. Era mi forma de darles las gracias por tanta presencia, por tantas hermosas cosas que me han dado. Todo ello no ha cambiado, al contrario, cada día me enorgullezco más por conocer a tantas personas tan distintas que al final me hacen enriquecer mi vida.
Pero volvamos.
A una de esas personas, a la que llamaré mi Princesa de las Olas, le pedí un favor. Le pedí que si podía entregarle la tarjeta a otra tercera persona. Ella me dijo que sí y hasta nos reímos de la posible reacción de esa tercera persona.
Tonto yo, si hubiera conocido lo que vendría después.
Lo cierto que les envié sus respectivas 2 tarjetas y un presente para ambos. Me explico, a mediados de año compartí, con ellos, un viaje a Pisa y Florencia. Gracias a Alitalia, y dos interminables horas en el aeropuerto de Roma, mis maletas no llegaron a Pisa y, con ellas, mis presentes para ellos. Pues, aprovechando el envío de las tarjetas, se me ocurrió enviarles un voucher, en un sobre plateado. Una cena para cuatro personas en la ciudad de los canales. Una cena para ellos, mis dos amigos, y a sus respectivas parejas. Era mi presente de navidad para ellos.
Cuál sería mi sorpresa que un día después, de llevar el sobre al correo, me llama Mi Princesa de las Olas y me dice: “Me parece, decidí, que es mejor no entregarle tu sobre a…, cuándo me llegue tu carta tomo mi tarjeta y la otra te envío de vuelta.”
No comenté lo del voucher. Me molesté, no lo puedo negar, pero no dije nada. Las cuatro cenas se perdieron, me trague mi enfado, la vida sigue y santas pascuas. Pero no. La historia no.
Yo, de sin vergüenza, seguí visitando sus respectivos blog dejando mis comentarios, notando que ellos respondían a todos menos a mí. Un mes después le escribí un mensaje por móvil, a Mi Princesa de las Olas, “tiempo sin saber de ti” y obtuve como respuesta un: “Esto es considerado como acoso y la verdad es que espero no se repita nunca, es más, sólo pido respeto y distancia. Usted me irrespetó e insultó y normalmente los que considero mis amigos no lo hacen.”
Yo le irrespeté? Yo la insulté? En qué momento?
Aun no salgo de mi asombro y al mostrarle el mensaje a Mi Ave Migratoria me dijo: “Tú…, acosando?, definitivamente la gente no sabe lo que es acosar”
Era la primera vez que leí, dirigido a mí, la palabra acoso. Confieso que a veces soy tonto y no mido las consecuencias. El párrafo de su mensaje venía, como anillo al dedo, a una historia que había escrito dos años antes. Así que lo usé y la historia la publiqué en mi blog. Más leña al fuego.
Por mi parte pensé que el capítulo estaba cerrado, pero no. Luego descubrí no uno, ni dos, ni tres…, cuatro fueron los escritos, que el destinatario de la tarjeta no entregada, me dedicó. No voy a mencionar el texto de tan maravilloso escritos. Me respeto y, sobre todo, le respeto. Sólo puedo agregar que su página me parece muy buena. Ya no puedo verla ni disfrutarla, él se encargó de cerrarme la entrada, no sin antes averiguar que tipo de Windows uso y no sé qué otras cosas más. El acosador, en ésta historia soy yo.
Capítulo 2.
A principios del año pasado viajé a Madrid con unos compañeros de la oficina. En Madrid tengo algunos amigos y dejé de verlos para conocer a Ña Coqueta. Nos citamos frente al café Gijón, la nota era la literatura, y la tarde sonreía. Mi Hijo, unos de mis compañeros de la oficina, luego me preguntó que “cuántos años tiene Ustedes conociéndose”, su cara era un poema cuando se enteró que estábamos viéndonos por primera vez.
Lo cierto que terminamos, Ña Coqueta y yo, cantando y recordando nuestra niñez, Sopotocientos por media Castellana. Mientras su hijo y mi hijo guardaban silencio, atónitos, en los asientos traseros de su auto.
Volví a Ginebra y era una delicia nuestras charlas telefónicas. Ella me contaba sus proyectos, de sus escritos, de su próxima novela y yo de los míos. Es más, en esas charlas nacieron tres post, tres post que le prometí, que les dediqué y ya publiqué. “Cuándo vuelves a Madrid. Una botella de vino tinto te espera” era la promesa cada vez que charlábamos. Los meses pasaban y mi viaje no se daba.
Por fin pude organizar mi viaje a Madrid a principio de este año. Fuegos artificiales por teléfono. Dos días antes me escribe y me dice: “Discúlpame, pero estoy ocupadísima…, y no te puedo atender”.
Bueno, lo bueno se hace esperar, pensé…, pero no.
Volví a Madrid y la llamé: “Mi hijo tiene un cumpleaños…”
Le llamé, meses después, una vez y la frialdad aun me hiela el alma.
Le escribí, palabra que no entendía, no entiendo y su única respuesta fue: “No hay nada que entender. Es un decisión personal”.
Fin de la historia:
Cada vez que le comento a Ña Coqueta mi comentario desaparece -tampoco son miles-, hoy fui y le coloqué lo siguiente:
“Cuánta ausencia…
Cuánto silencio
Cuánto nudo en la garganta
Cuánta intolerancia
Cuánta sentencia
Cuánto martirio
No existe cosa más triste que el silencio de un amigo, un pájaro sin alas, una campana nuda en la noche, un sin horizonte, un sin por qué…
El silencio entre dos almas, es un río de cartas por escribirse, sin tinta ni destinatario
Yo?
Aún espero,
Espero que las nubes dejen salir el sol
Escuchar una voz
Tanto silencio me aturde
Se pueden romper fotos, silenciar los sonidos
Se puede: cortar brazos, incendiar conciencias, bajar el telón, cerrar un libro, encadenar miradas…
Pero jamás con mi conciencia y la verdad de mis palabras…
Cuánta ausencia…
Cuánto silencio
Cuánto nudo en la garganta
Cuánta intolerancia
Cuánta sentencia
Cuánto martirio
Y por siempre, y que nunca se te olvide.
Todo lo mejor para ti.
PS: Espero que el mensaje llegue y no se borre.”
Y lo borró, y escribió, como respuesta, que soy un acosador.
Lo que más me duele y me pone triste es ser acusado, juzgado y condenado de gratis. Tuve durante un tiempo debatiéndome entre el callar o escribir. Si callaba daba la razón, si protestaba también.
No guardo rencor, el rencor agria y envejece. Pero de algo pueden estar seguros, les deseo a ellos, ahora y siempre, todo lo mejor de lo mejor.
Por mi parte cierro el libro, aprendí y eso se agradece.
Saquen sus propias conclusiones.
Se me olvidaba. Todo lo mejor para Ustedes.