Volvamos al principio de los principios: Hoy Octavia me enseñó un mensaje en su teléfono, un: “Esto es considerado como acoso y la verdad es que espero no se repita nunca, es más, sólo pido respeto y distancia. Usted me irrespetó e insultó y normalmente los que considero mis amigos no lo hacen.” Palabra que no entendí, hasta que me lo explicaron, cómo se le hace a un niño, de 7 y pocos, el cómo amarrarse los zapatos.
Gabriel y Flora, Ellos.
Gabriel trabaja en una multinacional, una multinacional con tentáculos en todo lo que la bolsa, siempre al alza, pueda cubrir. Hoy está en New York, mañana en Cape Town jugando golf y pasado mañana perdido tomando sake entre samuráis de las finanzas niponas, mientras vende la última producción de té verde para el mercado asiático y sin ensuciarse mucho el traje de lino. Es el menor de tres hermanos de una saga familiar de vascos que llegaron en los barcos de la Compañía Guipuzcoana, allá por 1730, a las costas venezolanas. En la sala de la casa paterna, está un árbol genealógico, en donde las mujeres, brillan por su ausencia…, le inocularon que las mujeres son parte del decorado. En él la tolerancia es sólo una bonita palabra, le enseñaron a ser niño mimado, enfermizo y completamente cruel con las otras personas que no fueran de su clase. No es racista, pero tiene severas preferencias étnicas, si son de piel y ojos claros…, mucho mejor. “Nada personal…, pero no puedo soportarlo”
Siempre juega al yo primero, debe estar siempre en primer lugar y si no está…, arde Troya con caballo y todo. Helena…, no importa, lo importante es el orgullo de mi sangre. Colecciona aparatitos caros, que usa y desecha con pasmosa facilidad, ropa de marca, tecnología siempre de punta y propiedades, por medio mundo, que no disfruta, pero las tiene.
Flora, luego de soportar las burlas de todo el vecindario, por su nombre, y por ser fea como el odio, se llenó de él. Primera hija de un matrimonio que tuvo sólo niñas, soportó el estigma de ser lo que no se esperaba de ella. Se juró comerse el mundo y vaya que lo hizo. Su madre le ayudó a preparase, era maestra, y la Flora destacó como nadie. Ella era la preferida del Espíritu Santo…, el día de Pentecostés se lo tomó para ella solita, el don de las lenguas se hizo verbo en ella, logró dominar cuanto lenguaje se le atravesaba y aprendió a usar sus escasos dones. La naturaleza le privó de belleza externa, pero le puso, a cambio, un cerebro maquiavélico en todo el sentido. De su padre, sólo puede decirse que el odio era mutuo y pasó de él.
Su meta, ser alguien y convertirse en una versión tropical de la "Condesa de Montecristi", sin el Abate Faria, ni Hada Madrina a la vista. No tenía ninguna posibilidad, entre tanto comercio de tercera y tiendas de poco pelo. Ese era su reto. Vestirse con retales era su peor castigo, pero algún día diseñarían para ella.
Ganó una beca, con las uñas, pero la ganó, y estudió Derecho…, a medida que pasaba los años, trabajó en todo lo que se le presentaba y ahorraba, ahorraba y ahorraba. Se hizo amiga, casi íntima, de una compañera que tenía como hermana una odontóloga y así fue como se arregló su equina dentadura.
Gabriel se acostumbró a ir a las compañías del emporio paterno y sin la necesidad del “abre sésamo” respectivo, todas las puertas se le abrían. Se le preparó a ser “El heredero” pues su hermano mayor tuvo el desatino de enamorarse de una nativa y el olvido paterno le cubrió por los siglos de los siglos. De su hermana…, nada se sabe, sólo que cuida a la abuela materna en perenne actitud de muchacha ciega.
El viejo le llenó de tutores, alta gerencia intravenosa y la exigencia enorme. Gabriel, que le gustaba lo bueno, no se dejó apabullar. Daba y exigía por igual. El mundo estaba predestinado sólo para él y sólo él disfrutarlo.
Flora se convirtió en amante de cuanto profesor se encontraba, nadie sabía cómo lo hacía, pero todos caían en su red, fue estrenando nariz, senos y comenzó a ahorrar en divisas de todo tipo. Botó toda imagen y foto que le recordara aquel adefesio macilento y se presentó en la casa paterna irreconocible -las novelas existen en la realidad y hasta las superan-
Entró a trabajar en una corporación, su don de garrapata era su mejor aliado…, a medida que chupaba sangre, y otras cosas, se fue esponjado, sembrando ponzoñas, llenándose de poder e influencia. De algo que nunca se podría decir de ella, es que fuera reacia a los riesgos. Allí estaba ella jugándose la vida en una carta. Eso sí…, ruega para que no te encontrara un lado flaco…, pues cuando menos lo esperabas, sentías sus perfectos dientes en tu cuello o desaparecido entre sus cuidadísimas uñas y no soltaría, a su víctima, hasta que desapareciera cualquier indicio de vida. Lo hacia con tal clase que a la fina hasta le agradecían el asesinato, el crimen. Así como llegó a la Dirección Internacional de la Corporación, en la casa matriz en Dallas, para América Latina. Paris, Roma, Londres brillarían en su pasaporte y ella tendría esos sello como garantía de su triunfo. Nada era lo suficiente en su hambre de “poder y gloria por siempre señor...”
En el camino de Gabriel se atravesó Octavia…, y con ella una dote jugosa en la rama textil Colombiano, medalla que ansiaba su padre para el pecho de su hijo. Se le revisó con lupa los 12 apellidos y la boda fue de película. Tulipanes multicolores, extrañas orquídeas dejaron a Octavia convertida en virgen a un lado del altar mayor de la Catedral y un coro hermosísimas monjas cantaban el “Ave María”.
Como la mejor amiga de la novia, Flora. Flora la amiga que Octavia ayudó tanto allá en Philadelfia. Allí estaba Flora, aguardando su momento, con estudiada mirada y cuidada figura. La ambición nunca llena se le escapaba por los ojos. “No sé por qué, pero siento que todo el mundo me envidia…, es triste vivir con eso, no?” Le escuché una vez y juro que aún no me he repuesto de semejante frase.
Gabriel tenía la fama de anular a todo el mundo, te transformaba la sombra según su estado de ánimo. Todo debía moverse bajo sus parámetros. No existía hombre o mujer que colocara sus dogmas o forma de pensar ante él. La arrogancia transformada en hombre.
La primera vez, que por teléfono, escuché la voz de Flora, hubo algo en su voz que no me gustó, pero no hice caso. Cuánto lo lamento.
Gabriel y Flora se conocieron por Octavia. “Yo te dije, que aquel dijo, que la otra había dicho…, sabías que vi…, sabías que encontré…, salgo para allá…, me encontré con…, qué casualidad voy a Italia y…”
Ya, luego de un tiempo, Octavia es historia en la historia de ellos.
Existe gente que es una supernova y otra son agujeros negros, me dijo una vez Cristina –una maravillosa niña de ojos caramelo verdoso y sonrisa irónica- y fue lo primero que recordé al ver que Octavia me inundaba la casa, a punto de lágrimas, contándome su historia. Mientras las Supernovas destruyen todo para volver a comenzar, los Agujeros Negros nunca tienen su hambre satisfecha.
Es terrible mantener la cordura y no terminar con una sonora carcajada. Me explico, mientras Octavia me contaba su tragedia egipcia. A un lado, fuma que te fuma, estaba a Mi Ave Migratoria con cara de acertijo, tanta telenovela latinoamericana lo abruma, lo supera y no entiende.
Sabes lo que me encanta de la historia de Gabriel y Flora. Ellos pueden tener todo el poder, tanto de todo y más. Mas, sin embargo, están solos. Terriblemente solos, ni siquiera se tiene pues tarde o temprano se van a devorar, destruir. Nada bueno puede salir de ellos, pues ellos no lo son. Debe ser terrible verse en el espejo y ver un ser repugnante. Ese es mi consuelo, lloro por lo estúpida que he sido, por no abrir los ojos a tiempo y por mi tiempo perdido. Ahora me queda el mundo, tomar del pasado lo que aprendí y vivir. Saber que no estoy sola…, pues me tengo a mí misma.
Me decía Octavia mientras terminaba su trago y apagaba su cigarrillo.
Todo lo mejor para Ustedes.
NOTA: Octavia, sobre el mensaje telefónico…, bórralo y olvídalo, Ellos no merece la pena.