jueves, febrero 14, 2008

Corría ya medio febrero del año 1990, aún vivía en Venezuela. En aquel tiempo, yo tenía la costumbre en ver, al mediodía, “Lo que pasa en el mundo”, en él un Nelson Bocaranda narraba las noticias con su poco ortodoxa forma de hacerlo. Lo cierto que ese día comentó y enseño el periódico El País y su revista dominical.

En la portada aparecía Maya Plisetskaya, una de las Santas de mi Santoral, y un amplio reportaje de las viejas glorias del Ballet mundial. No tuve dudas, decidí que esa revista debería ser mía y salí en busca de ella. El problema era el dónde encontrarla en mi Valencia Venezuela. Caminé media ciudad hasta dar con El Majay, allí di con dicho periódico y la revista.

El cielo me colmó de bendiciones. No solo leí el artículo que me hablaba de la Plisetskaya, la Alonso, la Fonteyn, la Makarova y tantas otras. También tuve mi primer encuentro -brutal- con Maruja Torres, Rosa Montero, Manuel Vicent, Almudena Grandes y muchos que vinieron después. Encontré, además, numerosos artículos, hermosas fotografías… y sobre todo con Antonio Gala.

De Antonio Gala se ha escrito mucho. Yo, particularmente, me gusta más oírle que leerle, como orador no tiene desperdicio. Verán, tengo la mala manía en torturar a todos mis amigos, que viene a visitarme, con un video sobre la presentación de “Trece noches”, un libro que transcribe una serie de entrevistas realizadas por Jesús Quintero a Antonio Gala para la televisión. Pues, en ese video, aparte de Jesús Quintero y Antonio Gala está Fernando Sánchez Dragó. Tres maestros en eso de ejercitar el verbo, la ironía y la esgrima verbal. Debo estar loco o ser la reencarnación del Marques de Sade, pero mientras más veo ese video, más me gusta ya que adoro las tertulias que pueden nacer después de un buen programa, a de una película, o de un concierto, de un... interesante.

Ustedes se preguntarán: A qué viene todo esto? Pues, cada 14 de febrero suelo enviarles a mis amigos un artículo de Antonio Gala. Justo él que le leí, aquella primera vez, un 21 de febrero de 1990.

Hoy vuelvo, para variar y como todos los años en ésta misma fecha, a compartirlo, espero que les guste.



Todo lo mejor para Ustedes.



Día de los enamorados.

Manos


Decimos amor, y se nos llena la boca de mieles. O decimos amor y se nos llena de un amargo desdén.

Quizás malentendemos la palabra. El amor no es distinto de nosotros mismos; es una emanación nuestra, una urgente necesidad de descansar en algo o alguien. Vamos por una larga carretera y nos detenemos a pernoctar en un motel. En ocasiones pasaremos por él sólo una noche; en otras, continuaremos el camino acompañados. Pero la duración de la compañía no le transforma la esencia al sentimiento: ''Quizás hubiera descansado mejor sólo'', se dirá alguno. ''Quizás me equivoqué al elegir ese motel'', se dirá otro. Y, sin embargo, ya el descanso y la equivocación y el acompañamiento iban dentro de ellos. ¿Es cuestión de elegir, o sea, es cuestión de arriesgarse? No sé si elige el amor; pero en definitiva, lo que importa es el camino; cómo se haga es un asunto personal.

Lo que sí veo claro es que el amor más verdadero -verdaderos son todos, o ninguno, y espejismos son todos o ninguno- jamás consistirá en un foso que aísle; jamás será la reducción del universo al incomparable tamaño de unos ojos. Sería como usar unos prismáticos por el extremo inadecuado. El amor no empequeñece, amplía. Como las bolsas mágicas de los cuentos, no se consume por mucho que se saque de él. Hay que amar el mundo a través de quien se ama; hay que aspirar a mejorarlo porque quien se ama lo habita. El amor no es un tirachinas de goma que, si se estira, se dispara; es una forma de luz, en cuya sustancia está la irradiación.

Por eso me parece una risible antítesis hablar del día de los enamorados. Intentar reducir el mar a una jofaina de veinticuatro horas resulta sorprendente; como si se quisieran hacer juegos malabares con las estrellas de la Osa Mayor. Tal desacreditadora fecha se inventó por los vendedores de recuerdos. Pero el amor más verdadero no los necesita; está presente, iluminando todo igual que un faro: la noche y el motel y la intrincada carretera. Se inventó por decepcionados mercachifles para los resignados amadores; para los que están pendientes, con exclusión, uno de otro; para los que se contentan con un tonto egoísmo de mirarse recíprocamente en el espejo del otro; para los que rebajan el nosotros hasta el y yo, y el ancho mundo hasta un modesto confidente de dos asientos; para los que entienden que la atmósfera inagotable del amor es una miniatura en la que no hay lugar más que para una almohada compartida y un juego de café con dos tacitas. No me gustan los amantes que, en el banco del parque, se ensimisman, y se retraen de la primavera que los reclaman, o del otoño, y de los niños y de los militares sin graduación y del fotógrafo ambulante y de Dios Padre. No me gustan los que, por una parte, se recluyen en su blanda burbuja irrespirable, y por la otra, se apretujan en los grandes almacenes, también irrespirables, para asistir el día de los enamorados (¿es que ni ellos mismos saben cuál es su día inconfundible?) a la falsa fiesta de un amor en promoción y oferta. No me gustan los amantes cuando dejan que el entusiasmo y el rapto, con que el amor los arrebató, concluyan en comprarse dos frascos de colonia, o un brillantico y un par de gemelos, o una lamentable medalla que ni siquiera dice el grupo de sus sangres respectivas.

Yo vengo de ese amor; no creo que vaya más a él. Por eso me permito hablar así. Sé que no se puede decir de esta agua no beberé; pero tampoco puede decirse de esta agua beberé. Yo, por lo pronto, ya he bebido. No sé si suficientemente; mi consuelo es que nadie bebe más agua que la necesaria para apagar su sed. De allí que antes dijera que el amor depende de nosotros: de nuestra capacidad de ingerir y empapar y filtrar el agua sus fuentes. No creo -repito- que vaya más hacia él: si me detengo en un motel de paso no será para descansar, sino para morir, si es que morir no es sólo descansar. Y, aunque se produjese el adorable y menudo prodigio, no habrá manos, ni ojos, ni alma, ni cuerpo que me absorban, que me consuman, que me aten. Puesto a beber, mi sed sería mayor, pienso que sería insaciable. Nadie va a convertirme en celebrante del día de los enamorados. No seré para nadie un guijarrillo sobado y amaestrado con el que ejercita la puntería, o al que distraídamente se le acaricia, o que se lanza para jugar al salto de rana sobre el mar, o se abandona a la intemperie para recogerlo al día siguiente, o se arroja a la cabeza de un contrario. Eso si que ya no.

Por supuesto, no me negaría en abordar con alguien un ilusionado proyecto común. Pero común de veras, en el que entraran todos, del que ninguno se escabullese. Porque la unión amorosa es una afirmación del otro en uno; no elimina ningún pronombre personal, al revés, los exalta: el y el yo y el nosotros y el vosotros, y la perfección de tal unión es que no excluya el ellos. Un proyecto amoroso, en esta breve noche -breve e interminable-, es un irreprimible impulso que no destiñe la individualidad de ser alguno, sino que la subraya; la de los dos emprendedores del impulso, desde luego, pero también la de los que cohabitan el mundo en torno a ellos. Sólo de tal amor puede afirmarse que sea el motor del universo. Pero temo que a esa idea, en el día de mediados de febrero que se dedica a los enamorados, no se le llame amor.

¿Será una coincidencia? Soñé anoche con quien, dentro de los tacaños márgenes habituales, más he amado. En el sueño, sus manos enmarcaban mi cara y no me permitían oír los rumores del mundo; sus abultados labios envolvían los míos y no me permitían expresarme; la ardiente proximidad de su rostro, tan bello, no me permitía ver más que él; toda mi piel era una mano abierta, que acariciaba y era acariciada; todo mi olfato no habría bastado para acoger el olor de su cuerpo de ávidos rincones: En el sueño no cruzamos palabras: viajábamos en silencio por los mutuos parajes conocidos: tersas laderas, florecientes colinas, sombríos valles... Anoche soñé con alguien que murió hace doce años. Y comprendí una vez más al despertar que aquel amor -inmortal- fue sólo un descansillo de la áspera escalera. Y que, después de él, seguí subiendo: más cansado de lo que llegué a él, pero seguí. Y seguiré subiendo mientras pueda, mientras quede escalera, haya o no descansillos. Hasta el final, donde es probable que se encuentre el amor, el verdaderamente verdadero, el que, a todo lo largo de la ardua escalera, no hicimos otra cosa que ensayar.


Boda



Publicado en la revista del Diario español EL PAÍS, el domingo 18 de febrero de 1990 / Número 671 Año XV. Segunda Época. Pág. 78.


Les regalo, también, ésta versión de "All I Ask of You". Ella, la inefable Sarah “Ojos saltones” Brightman –tengo la sensación que, en algún momento, sus ojos se van a salir y saltarán por todo el escenario cual pelotitas de ping pong-. Y él, el maravilloso Michael Ball, una de las voces más hermosas en el mundo del musical londinense.

Disfrútenlo.



NOTA: Este post se lo dedico, en partícular, a Mi Niña Ojos Profundos.

martes, febrero 05, 2008

avion aterrizando

Mi vuelo de la noche llegó temprano, yo, como siempre, esperé que la puerta se abriera y entrar para dar las instrucciones. Me esperaba una pelirroja con cara de susto. “Te tenemos un regalo”, al entrar a la cabina entendí la naturaleza del regalo. Allí estaba el copiloto más blanco que de costumbre, todo ojos y labios pálidos. Era 31 de enero, día de San Juan Bosco para todos los salesianos, yo salí de la cabina con mi mejor cara de “aquí no pasa nada”. Lo cierto es que la ventana del copiloto casi se rompe, en pleno vuelo, con todo lo que ello pudo suceder.

Lo que vino después es digno de una película. Lastima que yo era parte del reparto.

Me tocaba ahora ir a la Gate y anunciar la posible cancelación del vuelo, lo cierto que después de deshojar la margarita con el “me voy-no me voy”, el piloto decidió no volar. Yo, en su lugar, hubiera tomado la misma decisión y que el mundo se caiga. Eso se traducía en reubicar el pasaje, “las maletas están en el tapiz 9”, pelearme con algunos pasajeros, escuchar por enésima vez “…es que el vuelo no sale”, siempre existe un despistado en el mundo y buscar hotel para la tripulación. Previendo lo que me venía, ya sabía que el avión había que moverlo y dejarlo en otra posición, llamé a la asistencia para hacerlo y nada de nada.

Me convertí en péndulo, entre el avión y la puerta S-77, esperando el remolque que iba a llevar el avión a la fulana posición. En uno de mis múltiples viajes, al avión, el piloto, harto de tanto esperar, decidió cerrar el avión y en ese momento apareció, en vano, el fulano remolque. El capitán se negó en redondo abrir SU avión, pues ya la tripulación estaba en vehículo que les llevaría a la Gate H y de allí a mi oficina, a buscar sus voucher para el hotel. 4 en total. El piloto, el copiloto y las dos chicas asistentes de vuelo. Conclusión, el húngaro avión dormiría en la Gate S-77.

Luego de dejar a mi tripulación rumbo al hotel me tocaba hacer mi reporte del vuelo anulado e irme -por fin- a la casa. Ya era media noche.

Confieso que es la primera vez que esto me sucede. En el medio se conoce cada historia y el consabido “eso no me va a pasar”, pero pasa. Por ello, pedí información a mis colegas, aquellos que han pasado por algo por el estilo. Nuestro gremio hay de todo y de todo, afortunadamente encontré las personas idóneas y con toda la experiencia del mundo. Adoro a mi grupo de trabajo, ellos son maravillosos.

Febrero comenzaba bien.

avión, avión

Me levanté, me tomé una elevadísima dosis de “tranquilina”. Llegué temprano a la oficina, sabía lo que me esperaba, preparé lo preparable y “...un poquito más” -como la canción-. Me quedé corto.

En ello aparecen dos de la tripulación, las asistentes, que querían regresar en el vuelo que llegaba. Una me dice: “...crees que puedo pasar esto por seguridad”. Lo que ella amablemente quería pasar era, nada más y nada menos, una botellita, de un litro, de Whisky y la otra, pestañeando más rápido que las alas de un colibrí, con una vocecita de soprano en falsete y en piano-piano-pianissimo un “Puedo ir al Duty-Free”, terminándolo con un sonoro suspiro. Existen gentes con sus prioridades. A una le ayudé pasar su botellita –no me pregunten cómo- y la otra fue a comprar sus cositas.

Con su debido atraso, -Mi amigo, el grandioso Murphy, se dedicó en convertirse en mi sombra, él siempre tan amable- llegó mi vuelo de Hungría, a eso de las 9:40 AM y con él los mecánicos, la ventana y las "DSE-anas" herramientas.

Según el protocolo aprendido, tenía que llevar a mis mecánicos a la puerta S-77 donde mi avioncito dormía el sueño de los justos, afortunadamente el DSE330 llegó en la puerta S-75 y la cosa se me hizo fácil. Ingenuo yo.

Informé, de forma más concisa posible, al personal de carga que por favor “No enviar la ventana ni la caja de herramientas a aduana”. La razón es la siguiente, al pisar, cualquier tipo de carga suelo suizo, es decir, aduana, es casi imposible sacarla, por la cantidad de papeleo y un largo etcétera –creánme-. Lo hicieron, me hicieron caso, respiré profundo -no saben cuánto- al ver el paquetito a un costadito en la puerta S-77.

Mi primer fallo y lo asumo: Se me olvidó notificar a la representante de rampa que iban 2 chicas -las tripulantes- en el vuelo. Él, mi asistente en tierra, histérico, gritando y recordándome la letanía sobre la seguridad… “...vamos a tener problemas con el “Load sheet”, no sé si tenemos comidas suficientes, eso no se debe hacer y Usted debe saberlo…” Luego de soportar mi responso, escucharme mis “sorry, sorry, sorry”, recoger mis cupones, mi Load Sheet, mi lista de pasajes electrónicos, mi lista de pasajeros, ver cerrar puertas, ver mover la escalera, ver que el vuelo DSE331 se marchaba volví a la puerta S-77 con mis mecánicos húngaros.

“Necesitamos un Hangar” fue lo primero que le entendí a uno de los mecánicos.

"DSE-airlines" no tiene un contrato de asistencia como para tener Hangar en Ginebra. Me tocó buscar un Hangar, como quién compra tomates, y tratar, sobretodo, mantener mi mascara de “aquí no hay problemas” en su sitio. Es carnaval, no?

En ello Murphy atacó de nuevo. Me llamó mi jefe: “Se deben llevar a los mecánicos a la policía del aeropuerto para buscar su permisos provisionales”.

Llevé a los mecánicos a la policía del aeropuerto, que queda a media cuadra de Saturno y nosotros en Mercurio.

Llegamos y fuímos amablemente atendidos: “Y por qué ellos están aquí?”, “Y cuánto tiempo van a durar?”, “Pero ellos no deberían estar aquí, ellos deberían pasar por el control de pasaporte, retirar sus equipajes…”, “...y es que ellos no tienen equipaje?”, “Eso es muy sospechoso!!!”, “Ellos llegaron SOLO a cambiar una ventana…”, “Pero ellos deberían pasar por el control de pasaporte…” Todo ello mientras esperábamos, estoicamente, soportando el frío halito de la brisa ginebrina y que, en el aeropuerto, te congela hasta el pensamiento.

Era ideal ver el ballet de policías que veían los pasaportes, llamaban por teléfono, discutían entre ellos, nos miraban, volvían a ver los pasaportes, llamaban, de nuevo, a no sé quién, cerraban celosías -la idea es no mostrar el bochorno y la incapacidad-, volver a hacer las mismas preguntas. Llegar nuevos integrantes de la comparsa de policías.

A la final, ellos se salieron con la suya. Tomé a mis tres cochinitos de vuelta y los llevé a “El control de pasaporte” con mis custodias policiales, ya saben, nosotros los terroristas en un país neutral.

Por fin mis mecánicos entraron en Suiza, respiraron chocolate, los llevé a la oficina a tomarse un café –qué otra cosa podía hacer por ellos- y los regresé a la misma oficina de la policía del aeropuerto, pero llegando desde suelo suizo. “Buenos días..., qué desean?” nos preguntó el mismito policía que nos envió a migración. “En qué puedo servirles?”. Esto no me está pasando, pensé, mientras el amable policía revisaba, página por página, los pasaportes de mis mecánicos. “De qué línea aérea?”, “Cuánto días van a pasar en Suiza?”, “Todo bien?”…

Por fin, y luego de 4 horas, mis mecánicos estaban de vuelta a el avión -se acuerdan, él que estaba en la S-77-. “Y..., para cuándo tenemos el Hangar”. Llamé a mi jefe: “Debes esperar. Fueron a buscarlos, pero no movieron el avión..., pues los mecánicos no estaban en él”. Chiste cruel. Me tocó esperar que por fin nos movieran al, por fin, Hangar.

Luego de irnos unos cuantos kilómetros, a paso de morrocoy, llegamos al Hangar. Se abren, lentamente, las puertas y me sentí como un enano, un hobbit, una humilde molécula de algo, frente a las puertas de Mordor. Metemos en avión y…

…a veces me pregunto de dónde salen. Al dejar el avión en el medio de semejante Hangar salieron tres ejecutivos de alguna oficina. Ocupadísimos. Deben tener tropas de estilistas, asesores de imagen, un ropero variadísimo, en sus oficinas para ellos solos. Salieron supervestidos, con el cabello perfectamente peinado, sin un cabello fuera de lugar con cualquier cantidad de gomina entre ellos, arquitectónica la cosa -cómo lo hacen-, las camisas artísticamente arrugadas, los pantalones perfectos, perfectamente rasurados, las corbatas de firma, los relojes IWC y sucedáneos, los zapatos que herían de tan brillantes, las manos que ni el David de Miguel Angel, oliendo a Hugo XY de Hugo Boss, Antidote de Víctor & Rolf, Solo de Loewe, Dior Homme, Lacoste Pour Homme, Versace Man Eau Fraîche, Burberry for Men, L’Homme de Yves Saint Laurent, Fuel For Life de Diesel, Giorgio Armani Pour Homme, Fleur Du Male de Jean Paul Gaultier, Allure Homme Sport de Chanel, Calvin Klein Man, He Word D Dsquared o a todos ellos. Con sonrisas de diseño…, como preparados para un casting de ejecutivos para ejecutivos…

Mis mecánicos y yo nos quedamos en silencio, sus presencias eran imponentes. Mucho más imponente era escucharles, esa mezcla de perfecto francés, perfecto italiano, perfecto inglés, perfecto alemán, perfecto suizo-alemán, celulares, móviles, nateles -o cómo se llamen-bailaban en sus manos, llamadas de aquí para allá y gestos que iban ya a la ira para terminar en coro con la pregunta, taladrándonos con la mirada: “Y por qué ese avión está aquí?”

Allí estaban indignadísimos, esos perfectos ejecutivos, y yo participando, sin previo aviso, en un ensayo de alguna obra de Ionesco.

Pues, ellos tenían razón, nos equivocamos de Hangar…, no ellos, ni otras personas, nos equivocamos nosotros, nosotros los que empujamos el avión por medio aeropuerto, nosotros los que abrimos las enormes puertas de Mordor, nosotros los que movimos todo el personal del Hangar, entonces, nosotros fuimos los que nos equivocamos. No nos quedaba otra, a nosotros, los equivocados, que sacar el avión y, por fin, dar con el Hangar y con dos ángeles del cielo. Andrew e István.

Yo pasé horas, y como letanía, notificando a medio aeropuerto que la ventana y la cajita de herramientas debería ir al Hangar. Medio aeropuerto me confirmó que: “No se preocupe…, allí estará”. Adivinen quién tuvo que ir de nuevo a la puerta S-77 a buscar la ventanita y las herramientas. Pues yo. Moraleja..., si quieres que algo funcione, hazlo tú mismo. No te queda otra.

Cuándo por fin llegamos al fulano Hangar, escuché a uno de mis mecánicos decir: “Tenemos hambre”. Pensar rápido, pensar rápido, pensar rápido…, “Nos conformamos con unas pizzas de jamón y hongos, un agua mineral con gas, otra sin y una coca cola”. Los adoré. A mí me tocaba buscar esos manjares, pero un colega, y sin pedirselo, se encargó de ello. Mil gracias.

Ya eran las 14:30.

Volver a la oficina. Debía pasar los horarios de mis compañeros…, sino lo hacía, sencillamente no cobraban éste mes y el tiempo jugaba en mi contra.

Nota a parte. El jefe de mi jefe decidió cambiar el sistema de los horarios, costó una fortuna y, sencillamente, no funciona, es inoperante, difícil de entender y está en un perfecto alemán. Ideal..., verdad? Él, el jefe de mi jefe, suele ponerla completita, con velas y payasos para luego lavarse las manos al mejor estilo Poncio Pilatos.

Mientras estaba sepultado en miles de papeles llegó Él, el jefe de mi jefe, él mismo que cambió el sistema, trasformado en cometa andante, a preguntarme: “Sabes dónde están mis boletos”. Él superpreocupado se va de vacaciones a no-sé-dónde. Le miré con mi mejor mirada de “Y a mí qué coño me importa” y le respondí que ni idea. “Sabes, por casualidad, cuál es mi puerta” volvió a preguntarme luego de encontrar sus boletos. Le volví a mirar con “Y a mí qué coño me importa”, ni idea, le respondí, y se fue.

En ello llegó el piloto y el copiloto del avión. Llevarlos al Hangar y encontrarme, en la Gate H, a Mi Adorada Niña de los Ojos Profundos: “Mi niño…, y a ti que te pasa”, no pude responderle…, pues no tenía palabras ni tiempo.

Ya eran casi las 19:00 y debía organizar la salida del vuelo, ya todo estaba a punto, sólo debía buscar los pasaportes de mis mecánicos, entregar sus permisos provisionales, meterles en el avión, sacar el avión del Hangar y tener el día como experiencia. Le prometí al piloto traerlos en 10 minutos. No era tan fácil y no lo fue...

avion

Llevé a mis mecánicos a la policía del aeropuerto, les entregaron sus pasaportes, los llevé a la oficina, sacándoles por el infernal trafico ginebrino de las 19:00, de vuelta al aeropuerto -ya saben, Murphy- , sacamos el plan de vuelo -se me olvidaba..., los viernes se depura de virus el sistema, por ello está lento, y cuando digo lento quiere decir que puede durar 4 minutos imprimir una hoja…, el plan de vuelo tenía 3-, el meteo y cuándo les iba a llevar a mis tres cochinitos a la puerta H –la que usan las tripulaciones- ninguno de ellos tenía el carnet de DSEAirline. “Las dejamos en el avión”.

La cara de mi jefe fue un poema, al más puro estilo Pre-Rafaelista, casi se veían los Ángeles haciendo torbellino sobre su cabeza. “Arreglártelas..., pero quiero esos mecánicos de vuelta al avión y el avión despegando a…, pero ya.”

No les puedo contar él cómo los saque, fue casi una película de cine negro y de las buenas, hubo también la lluvia indicada para el caso, cortesía del Aeropuerto Internacional de Ginebra, pero los saqué. Lo cierto que casi duré una hora en ello, el piloto casi pierde el slot -tiempo que el avión debe despegar-, me miró con odio, me botó con la mirada del avión.

Al llegar a la oficina y a pesar de prometerme, mi jefe, que yo no iba hacer el vuelo DSE336, adivinen quién lo hizo. Lo preparé lo mejor posible. El tiempo se me hizo agua -y no es metáfora- en esperar el vuelo regular, cambiar la configuración, chequear la comidas, ir corriendo a operar el vuelo regular, hacer los upgrade solicitados, despedirme del vuelo, volver a la oficina, hacer el -por fin- vuelo de la mañana –me faltaban cupones y hacer magia para solucionarlo-, hacer la estadística de los tres vuelos, hacer el informe del vuelo que estaba cancelado, preparar el vuelo para mañana, completar el vuelo regular de la noche…

Y ya era medianoche, llegar a casa, darme una ducha, hacer una cena rápida e irme a la cama, pues al día siguiente comenzaba a las 7:00 AM.

No me quejo de mi grupo…, una vez más demostró lo aglutinado que estamos. Pero ese día también tuvieron su día y, como siempre, salieron airosos. Pero.., ese es otro cuento y ya les agobié lo suficiente.

VIASA 3

Todo lo mejor para Ustedes, siempre.


Nota: Ya era hora en pagar mis deudas. Desde hace un tiempo estoy por escribir algo sobre mi trabajo, ya era hora. Ña Bárbara, va por Usted.

Nota 1: La "DSEairlines" no existe, los números de vuelo y las puertas S-77 tampoco. Tuve que editarlo todo, después del jalón de orejas. Parte del encanto. Feliz hijo?

Nota 2: La foto de Viasa no tiene nada que ver..., es un toque de nostalgia de lo que era un País.